La ventana discreta

A posteriori

A posteriori
Ada Colau y Manuela Carmena. Telecinco

Esta mélange municipal, departamental o como usted quiera llamar, Sodoma y Gomorra también vale, es desternillante. Los okupas, con el aliento etílico del PSOE, nos va a dar grandes días de gloria, de vino y rosa. El oropel tiene estas cosas, dime de qué presumes y te diré quién eres. Como «son de pueblo», sí buana, no tienen sentido del ridículo. Así, en las tomas de posesión se han visto imágenes de vergüenza ajena. Alcaldesas con zapatos tirillas, los dedos escapando de la horma -eso se llama libertad, rejas no, viva la podología ácrata- y algún concejal sin tirar de la cadena de lo sinvergüenza en estado puro: viva el holocausto y mofa y befa de las víctimas del terrorismo. Que, bien mirados, no nos debe sorprender. Quincallería a la luz de los platós. Sí, así Podemos.

Estas secuencias, nunca corregidas y aumentadas, me retrotraen a la victoria socialista del 82. Desde mi púlpito parlamentario de TVE, en cuanto a la escenificación, sin entrar en valoraciones políticas, presencié imágenes parecidas. Un parlamentario socialista que en pleno estío salía al pleno con sandalias y calcetines, joder, qué tufo, se convirtió a la moda. Nada más entrar Felipe en la Moncloa, dejó las sandalias del pescador y se calzó unos Lottusses de a quince mil pelas el par. Lo comprobé con estos ojos en un lugar de encuentro de moda de la Castellana. Desertaron las panas y las trencas y se abrocharon con seda natural, la arruga es bella.

Había quedado con Juan José Laborda, que días después sería nombrado presidente del Senado. Por cierto, mi mayor y mejor recuerdo a José Federico de Carvajal, recientemente fallecido pero la horda de nombramientos en las corporaciones locales taparon su figura de gran caballero pero es rico, apostillaban algunos de sus correligionarios babeando de envidia. Rico pero honrado, sentencia usted, o sea, yo. Guardo en mi biblioteca un precioso libro de los debates constitucionales del Senado, que Carvajal presidió con mucho tino, gracia e ironía, con pastas rojas y letras en oro «a Santiago López Castillo por su contribución a la difusión de la Carta Magna con suma objetividad» (perdón por la auto cita). Y en el envés del tomo, el escudo socialista del puño y la rosa.

Trataba de decir que en aquel sitio de moda, copas a go-go, preludio de una noche loca cualquiera, había quedado con Laborda y me tropecé con el senador despojado de sandalias pero ya abotinado de lujo. A partir de entonces, la izquierda comenzó a triturar sus aparentes lazos matrimoniales, a tomar por el culo, rémora del franquismo, eso, para ligar a calzón quitado que sabe más rico. Juanjo Laborda se divorció y emprendió un nuevo mundo.

En este sentido de rememoraciones, recuerdo en mi doble etapa de responsabilidad -TVE y ABC-ByN- que mandé a un redactor a una fiesta a Rabat con el el Rey Hassan II. Mas me llamó contrariado (se llamaba José Manuel Ortega); le habían prohibido la entrada porque iba con botos y vaqueros. «¡Es que yo soy comunista, Santiago!» Qué tendrá que ver el culo con las témporas…

Como impresentables son los sindicalistas Cayo Lara -joder qué callo- y Cándido Méndez -personaje de Búster Keaton- yendo a La Zarzuela y a La Moncloa descamisados, desclazados, pero se van de cruceros de lujo.

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