¿Cuándo empezó esta marea antistema que asola a España como una plaga bíblica?

Chikilicuatre en el País de las Maravillas

Chikilicuatre en el País de las Maravillas
Vándalos antisistema. EP

Pionero de los antisistema, el antimúsico Chilikicuatre reintrodujo en el festival de Eurovisión de 2008 el esperpento en España, donde los colectivos de izquierda radical, recogiendo su herencia estrambótica, nos quieren hacer bailar su canción: el Ckiki-Chiki

¿Cuándo empezó esta marea antistema que asola a España como una plaga bíblica? Pues ni más ni menos que en la primavera de 2008, con Chikillicuatre, personaje estrafalario y grotesco con tupé elvispresleyano que se convirtió en un fenómeno mediático que sorprendentemente embelesó a una enorme audiencia (La carta de un dirigente de Podemos pinta la cara de amarillo a Pablo Iglesias y Cia).

Como recordarán, Chikilicuatre -en cuyo nombre, premonitoriamente, ya figuraba la sustitución de la c por la famosa k de los antisistema-, era un personaje friki interpretado por un actor, que interpretó la canción Baila el Chiki-Chiki -de ominosa y casposa letra, por supuesto, en la que al parecer intervino el ínclito Santiago Segura, cuyo personaje de Torrente a lo mejor se inspiró en el de Chikilicuatre- en el festival de Eurovisión de 2008, en el cual quedó en el puesto decimosexto, con 55 puntos.

Aunque en el festival se ven cada vez más esperpentos, Chikilicuatre recibió algunos abucheos, lo cual no fue óbice para que batiera todos los récords de audiencia en España, ya que en el momento de aparecer en el escenario se congregaron ante la pantalla 13,9 millones de españoles -¡El 78,1% de share!-. Como curiosidad, Chikilicuatre llevaba en su actuación a Luciana, una guitarra con vibrador.

Con todos estos aditamentos, se convirtió en el primer personaje antisistema, y su pasmosa fama-aunque efímera- iba a hacerle el precursor de la avalancha de chikilicuatres que hoy se pasean por los enmoquetados salones de no pocos ayuntamientos y gobiernos autonómicos. Aunque, a decir verdad, estos no son tan inofensivos, son más modernos y hacen más mamarrachadas, por los que el nombre de jilicuatres les vendría mejor. O Chikilicutres, o Chikilicuatreros.

Luego llegó el 15-M, y se nos llenó Sol y muchas plazas de chikilis. Igual que Chikilicuatre se paseó por el escenario de Eurovisión, sus imitadores se pavonean en los ayuntamientos y gobiernos autonómicos, embutidos en sus vaqueros, adornados con barbuncias estilo yihadista, puño en alto para amenazar con machacar disidencias -¿para qué otra cosa puede servir un puño cerrado, sino para golpear?- tocando en su guitarrica antiKapitalista y antifascista corcheas contra la monarquía, los toros, las procesiones y misas patronales, los periodistas críticos, la bandera constitucional… cambiando nombres de calles, amenazando desde sus twitters a quienes no les caen bien, teniendo pesadillas con Franco, intentando ganar la Guerra Civil 75 años después.

Y todo esto lo hacen siguiendo al Chikilicuatre mayor, a Pablemos el de la coleta, que aspira a salir en la foto de las cumbres europeas, sin sospechar siquiera la posibilidad de que consiga que también le abucheen, como a su precursor. Si yo fuera Pablemos, ficharía a Chikili para el partido morado: ¡Qué magnífico ministro de Cultura y Deportes!

La chusmacracia de la castuza -que dijo el maestro Antonio Burgos-, al igual que el Chikili- es una creación mediática vomitada por unas cadenas de televisión de sospechosa tendencia podemita, y por una campaña de frases populistas disparadas sin ningún decoro por francotiradores desde las atalayas de twitters y facebooks, que han emponzoñado la vida política y social con el veneno de la intolerancia, el odio, la agresividad y el deseo de venganza contra todos aquellos que no piensen como ellos.

Y todo ello tocando la guitarrica chikilicuatreriana, a la que no sabemos cómo llamarán, pero igual les da por ponerle como nombre Chavecita, Madurita, Pasionaria, o cosas así.

¿Por qué un país como España, que podemos considerar desarrollado y civilizado, hace de caja de resonancia de energúmenos estrafalarios, de estrambóticos okupas, de esperpénticos antisistema que, con el puño en alto, cejijuntos, con gesto permanentemente avinagrado, con cara de estreñidos, nos quieren hacer bailar el Chiki-Chiki?

Yo presumo que este pasmoso apoyo que la izquierda radical ha encontrado en una parte de la sociedad española se debe a la malsana tendencia de nuestro país al esperpento, a lo grotesco y ridículo. Según la DRAE, esperpento es «una persona o cosa notable por su fealdad, desaliño o mala traza». Estas dos últimas características encajan bien con los antisistema, desde luego -y, con mucha frecuencia, también la primera.

El pueblo español ha usado desde siempre lo esperpéntico como «un arma cargada de futuro cuando desea protestar contra algo que no le gusta de manera irónica, e incluso cómica. No debemos olvidar que, antes que nada, el Chikili era un payaso, un antiEurovisión, un antimúsico, utilizado como protesta contra un festival amañado por votaciones endogámicas en las que no nos comíamos un rosco desde la lejana Salomé de 1969.

Dentro de poco los chikilicuatreros estarán en el Congreso de los Diputados, y, si Dios no lo remedia, entrarán en el Gobierno de la mano de Psodemos en lo que será, más que una toma de poder, una verdadera okupación de la Moncloa. ¿Será esperpéntico un gobierno de Pedro y Pablo, los apóstoles de una nueva era de la humanidad, los mesías de una España irredenta a la que quieren llevar a una Patria prometida a la que ningún sistema político de la historia ha conseguido acceder? ¿Tendremos, finalmente, dos chikilicuatres en el poder? ¿Irá Pablo Iglesias a Eurovisión?

¿O sucederá como con el pionero, con el precursor, con el profeta de los antisistema, que tras una meteórica fama se hundió en el más atroz de los olvidos? Recordemos que Chikilicuatre quedó de los últimos, con sólo 55 puntos, y suponemos que un buen puñado de ellos nos los regaló la siempre complaciente Portugal.

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