Si ahora Cataluña es un laberinto político de intereses enfrentados, por favor, que las generales del 20-D no descompongan España, que las elecciones no sean una película de suspense.
En nuestra nación se lee poco, nuestros conciudadanos pasan bastante de la letra impresa y la emoción sustituye al análisis.
El estudio, por ejemplo, de las Humanidades se considera como irrelevante, lo que está provocando en el alumnado y en el personal, en general, no solo el desconocimiento de las raíces de nuestra cultura sino algo mas fundamental: una falta de desarrollo de la capacidad de compresión verbal y como consecuencia un consistente muro para expresar las ideas.
Así las cosas, sin el conocimiento de las Humanidades, se deja de pensar y estructurar la forma de ver el mundo. Por esta razón, muchas de las personas que viven en Cataluña han sido durante decenios carne de cañón, han sido adoctrinadas al obsceno capricho de los intereses de los que sucesivamente han ido gobernando tanto a la luz como en la sombra.
EL PAÍS ha organizado una cita de dirigentes políticos, que ha sido de todo menos un verdadero debate.
El encuentro a tres, entre Sánchez, Rivera, e Iglesias ha carecido de la frescura e impronta de lo que verdaderamente es debatir con la agilidad necesaria para llegar a convencer o no al elector de las tres cosas que importan: ir o no a votar, a quién y por qué.
Los políticos intervinientes, se asemejaban en algunos momentos a esos distinguidos y refinados, sapientísimos, contertulios de Sálvame. En otros instantes, parecían niños de escuela con una lección aprendida que recitaban nerviosamente de memoria como si el tiempo se les acababa, lo que manifestaba que ni habían interiorizado lo que decían y lo que es más notable, que ni ellos mismos se lo creían.
Al final, esa tertulia a tres, parecía un programa televisivo de entretenimiento pero que a la postre resultó ser un coñazo. El oyente e internauta ciudadano no solo se quedaba a dos velas sino que al final no sabía si Rivera era Sánchez o Iglesias era Rivera pero más andrajoso o si Sánchez no era nadie sino un convidado de piedra.
Creemos que Rajoy , prudentemente, intuyendo la algarabía que se podía formar en esa cita a 4, decidió no acudir, conocedor de la tormenta de afirmaciones, reproches, culpas, mensajes irrealizables y un largo etcétera que abrumarían al posible elector y le harían decir: ¿Con quién de éstos te quedas?. Con Ocho apellidos vascos, le respondería más de uno.
Ahora tenemos al mejor Rajoy, imitemos, al menos por una vez, a los británicos, seamos pragmáticos y dejemos las emociones para los chismes de la tele y los patios de criadas.
Más que nunca, Rajoy, sin cargar ya con la tormentosa mochila de Aznar, asegura en nuestra nación el espíritu de la Transición que le consolida como verdadero hombre de Estado, aquel espíritu que Zapatero esquilmó para dar alas a los que siguen queriendo la quiebra de España.
Y señor Rivera, recuerde: no por mucho madrugar amanece más temprano. Vendrá su momento, pero será más lejano. No es su tiempo ahora.