Pedro Sánchez estaba dispuesto a morir matando. Su síndrome de Estocolmo con Podemos era total
Apenas dieciséis días antes del debate de investidura, del 2 de marzo de 2016, España estaba a las puertas de un gobierno presidido por un Frente Popular con un Pedro Sánchez exultante llamando a la puerta de Pablo Iglesias para llevar a todos y todas hacia un gobierno de progreso.
Ya nadie lo recuerda pero en aquellos días el socialista andaba por Bruselas haciéndose selfies con los principales mandamases de la UE como Martin Schulz como si ya diera por hecho que será el próximo presidente de España. –-Pedro Sánchez se hace ‘selfies’ en Bruselas mientras su investidura va camino al desastre—
Los que hoy ensalzan el estilo mandarín de Rajoy olvidan que estuvo al borde del desguace. El PP estaba roto, deprimido, desmoralizado. Los casos de corrupción perforaban las ventanas de Génova como la ametralladora de un gángster.
Y su líder resistía impávido aferrado a su estrategia de quedarse quieto y esperar a que los demás pierdan el rumbo. «Lo más probable es que haya elecciones el 26 de junio», le dijo en Bruselas al ex primer ministro británico, David Cameron. No contemplaba otro escenario que no sea el de que Sánchez fracase en las negociaciones y vayamos a elecciones. Y eso fue lo que ocurrió.
En lugar de hacer presidente a Sánchez y convertir a Rajoy en un cadáver político, Pablo Iglesias se descolgó con una esperpéntica rueda de prensa en la que se pidió los principales resortes del Estado, incluido el CNI, el CIS, el BOE, RTVE y la mitad de los ministerios. Podemos le puso al PSOE sobre la mesa un documento titulado «Un país para la gente. Bases políticas para un gobierno estable», en el que le exponía unas condiciones inasumibles a Sánchez.
La carita aniñada de Íñigo Errejón, partidario de facilitar un gobierno del PSOE, era un poema. En el momento en qué más cerca estuvieron de tomar el cielo por asalto, Podemos comenzó a resquebrajarse por culpa de la soberbia de su macho alfa. La crisis entre Errejón e Iglesias había comenzado.
Iglesias dinamitó los puentes con el PSOE en el debate de investidura echándole a la bancada socialista los muertos en cal viva de Felipe González. El líder de Podemos se estrenó como parlamentario con un discurso de barricada sin ser consciente de que estaba enterrando vivo a Pedro Sánchez.
«Intentó convertir en un acontecimiento histórico su propio estreno, humilde como es él», apuntó Gistau. «Llegó el día de la venganza, y Pablo atacó al PSOE con ensañamiento», sentenció Del Pozo. Nos íbamos a segundas elecciones.
Iglesias estaba convencido de que en unas segundas elecciones, fusionado con Izquierda Unida, daría el sorpasso al PSOE, forzando al PSOE a hacerle presidente previa liquidación de Pedro Sánchez.
«Si el 26-J se confirma el sorpasso, todos los dirigentes consultados dan por finalizado el liderazgo de Sánchez, cuya dimisión como secretario general se produciría esa misma noche, dando paso a la convocatoria del Comité Federal y la eventual creación de una comisión gestora para preparar el congreso del partido», resumía Luis Díez. —El ‘sorpasso’ liquida a Sánchez y llevará al PSOE a permitir que gobiernen PP y C’s—
La derecha fue a votar con el corazón en un puño: ninguna encuesta le daba mayoría absoluta con Ciudadanos y daban por seguro el sorpasso podemita. Pero con todo a favor Podemos se equivocó en campaña con el famoso «Pedro, no te equivoques, no soy yo tu adversario, es Rajoy» desmovilizando a sus bases más combativas.
Un millón de podemitas se quedaron en casa, el PSOE evitó el sorpasso y el PP recuperó la llave del gobierno al ganar 14 escaños más que en 2015. –Espectacular victoria del PP y brutal fracaso de un Podemos sin ‘sorpasso’—
Las encuestas fallaron estrepitosamente. «No hubo «sorpasso» ni el miedo va a cambiar de bando, porque la España silenciosa, esa que no hace ruido y se enfrenta a la adversidad apretando los dientes ha apostado mayoritariamente por la prudencia y el sentido común», decía un aliviado Jaime González en ABC.
La derecha respiraba aliviada mientras la izquierda se sumía en la incredulidad. «Los españoles se han cansado muy pronto de las novedades y vuelven a las seguridades que representa el bipartidismo», dictaminaba Pedro Cuartango en El Mundo. –El golpe de mano de Rajoy el 26-J agrieta la unidad interna en los tres partidos perdedores—
Con Podemos fuera de juego por las ansias revanchistas de su líder, a Pedro Sánchez se le exigió sentido de Estado apoyando una abstención que permita gobernar al PP y acabar con el bloqueo institucional que llevó a España a estar un año sin Gobierno. Pero eso era no conocer a Pedro Sánchez.
El líder socialista estaba dispuesto a morir matando. Su síndrome de Estocolmo con Podemos era total. Aferrado al ‘no es no’ como único argumento, Sánchez se empeñó en pactar a espaldas de su partido con Iglesias y con los separatistas, hasta que su Susana Díaz dijo basta: Rubalcaba, Felipe y Zapatero ordenaron la liquidación de Sánchez en un sangriento congreso federal que dejó el PSOE en manos de una Gestora partidaria de hacer presidente a Rajoy. —Pedro Sánchez quiso rendirse pero no le dejaron: “Le quiero muerto hoy”—
Obsesionada más en vengar viejas cuentas con el pasado que en construir el futuro, la izquierda perdió el rumbo. Y eso en política es letal cuando tienes enfrente a un hermético mandarín chino llamado Mariano Rajoy, ese aburrido y frío burócrata, sin un ápice de carisma, pero al que no hace falta que le regalen ‘Juego de Tronos’. Nadie jamás ha sido más inmisericorde con la espada.