Al fiscal Manuel Moix no le quedaba otra

Justificar la persecución a quien no es corrupto invocando razones ‘estéticas’ es peligroso

En España se pervierten los límites de la exigencia de ejemplaridad

Justificar la persecución a quien no es corrupto invocando razones 'estéticas' es peligroso
Manuel Moix. EP

LA renuncia de Manuel Moix a mantenerse como fiscal jefe Anticorrupción tiene lógica. Por un lado, la presión política y mediática surgida tras filtrarse que es titular del 25% de una sociedad off-shore en Panamá heredada de sus padres contaminaba su situación profesional hasta hacerla insostenible.

Por otro, los ataques a su propia familia lo han convertido en un asunto personal de imposible llevanza.

No había nada ilegal ni reprochable desde un punto de vista jurídico. Sin embargo, es cierto que debió informar al fiscal general antes de ser designado, y no lo hizo.

No es de recibo que Maza, que lo ha avalado incluso bajo la más dura de las presiones, deba enterarse por la prensa de que disponía de una sociedad en Panamá, incluso aunque esté al corriente con Hacienda bajo los más estrictos criterios legales.

Además, Moix ha dado explicaciones contradictorias estos días, y aunque todo lo alusivo a su participación en una sociedad familiar es jurídicamente impecable, le ha traicionado la gestión de una crisis de reputación personal hasta hacerlo parecer ante la opinión pública como un corrupto sin serlo, y quedar inerme a merced de un acoso inédito de un sector progresista de la Fiscalía declarado en rebeldía.

Nunca le gustó que Moix fuese fiscal jefe Anticorrupción y desde el primer momento se empeñaron en derribarlo presentándolo como un esbirro del PP. La oposición lo ha tenido fácil en una cacería en la que Moix se ha disparado en el pie.

Si el trasfondo de la dimisión es una pérdida de confianza del fiscal general -no lo parece-, o son motivos personales, o incluso el daño causado a la imagen de la carrera fiscal, la renuncia es razonable.

Cosa distinta es caer en la trampa de que el listón sea marcado por criterios de «estética». Justificar una persecución a quien no es un corrupto invocando razones de «estética» social es peligroso porque pervierte los límites de la exigencia de ejemplaridad e intoxica la democracia.

La «estética» no puede ser una vía de una sola dirección, de modo que Moix tenga que renunciar y, a su vez, sí sea ejemplarizante que se apoltronen dirigentes de Podemos que estafaron a Hacienda, que no pagan la Seguridad Social de sus asistentes, que cobran becas sin ir a la universidad, o que especulan con pisos de protección oficial.

La ejemplaridad tal y como la esgrimen los exégetas de la falsa regeneración es patética.

En cualquier caso, la papeleta que se le presenta a quien sea designado nuevo fiscal Anticorrupción es difícil porque si no goza del aprecio de determinados fiscales, o de dañinos grupos de influencia de la Fiscalía expertos en diseñar campañas mediáticas de acoso y de filtraciones de parte para atacar al Gobierno, será estigmatizado desde el primer minuto.

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