El reparto de pasaportes venezolanos a miembros de Hizbolá, en manos de El Aissami
HACE tiempo que los responsables del régimen dictatorial de Venezuela perdieron el sentido de la decencia, porque de otro modo no podrían ignorar el sufrimiento que están ocasionando a los millones de ciudadanos del que fuera uno de los países más ricos del mundo, obligados a comer de lo que encuentran en la basura o a huir al extranjero para sobrevivir.
El caso del actual vicepresidente, Tareck el Aissami, es especialmente repulsivo, porque no ha dejado de utilizar sus sucesivos puestos de responsabilidad para enriquecerse, presuntamente, no solo con operaciones corruptas, sino como se demuestra en los informes que publicamos en la sección de Internacional, en actividades específicamente delictivas, como el narcotráfico o el blanqueo de capitales.
A ello hay que añadir sus lazos de cooperación con el régimen teocrático de Irán, que es uno de los agentes responsables de la violencia en Oriente Próximo y que financia todo tipo de acciones desestabilizadoras en los países democráticos.
Naturalmente, con este tipo de historial, no es posible que El Aissami piense que sus actividades van a quedar impunes.
Hoy en día son cada vez más numerosos los dirigentes de América y del resto del mundo que están advirtiendo a Nicolás Maduro de que las elecciones que se ha inventado sellarán la ruptura de sus últimos puntos de legitimidad.
Sin anclaje legal reconocido para el régimen y con la economía totalmente colapsada, la dictadura no tiene futuro, salvo el de la justicia contra sus dirigentes, responsables de crímenes graves contra su propio pueblo. El empecinamiento de los últimos responsables del chavismo no hace sino agravar las cosas.