ANÁLISIS

Mariano Rajoy está en condiciones de resistir, pero España lo tiene crudo

Pedro Sánchez es el mismo de siempre. como subraya Hermann Tertsch en ‘ABC’, es un acelerado metepatas al que alguien parece siempre empujar para que se equivoque.

«Sea por las proverbiales ganas de su mujer por llegar a La Moncloa, la asesoría de un equipo tan tosco y agrio como Margarita Robles o su torpe impaciencia, Sánchez ha dado un pelotazo tan brillante que él se ve muy solemne pero está peor que nunca».

Si Sánchez gana ese voto en compañía de esta gentuza nos pone al borde de la guerra civil. Si pierde, consigue ser cadáver político antes que el mismísimo Mariano Rajoy.

Si quiere sacar adelante la moción de censura, tendrá que pagar ante los nacionalistas un precio elevado y oneroso no sólo para el PSOE, sino para la gobernabilidad de España.

Ciudadanos ya ha aclarado que solo está dispuesto a abrirse a una moción instrumental en la que Sánchez no fuera el candidato.

Por su parte, las formaciones nacionalistas o separatistas no han disimulado sus exigencias, en consonancia con su insaciable voracidad. El PNV, que esta misma semana respaldó los Presupuestos de Rajoy, ahora condiciona un eventual apoyo a Sánchez a modificar el modelo territorial, lo que genera una inquietud especialmente grave teniendo en cuenta que el PNV abandera junto a Bildu una reforma del Estatuto de Guernica que ampara la articulación de un Estado vasco.

Además, desde el PDeCAT ya han advertido de que pondrá «un precio muy alto» tras el apoyo socialista a la aplicación del artículo 155.

Tal retahíla de exigencias revela la irresponsabilidad e imprevisión de Sánchez a la hora de auspiciar la censura a Rajoy, cegado por el afán de alcanzar La Moncloa cuanto antes.

Se trata de una grave equivocación en la medida que una moción de este tipo nunca puede obedecer a intereses electoralistas y cortoplacistas. Máxime teniendo en cuenta que el desafío separatista en Cataluña continúa en marcha, lo que supone una línea roja infranqueable.

En cualquier caso, la moción no es un farol. Sánchez nunca se ha quitado de la cabeza la idea de alcanzar por un atajo la jefatura del Gobierno. Quiere organizar las próximas elecciones desde la Presidencia, en posición de ventaja frente a Podemos.

Su intención es ocupar la Moncloa con todas las consecuencias, no como un mero croupier para repartir cartas y organizar el juego. La maniobra está diseñada para cumplir su proyecto: si se encarama al poder será para tratar por todos los medios de quedarse dentro.

El líder socialista sabe que una convocatoria electoral sólo beneficiaría a Ciudadanos. En el peor de los casos, si el PNV no traga o él no acabase de ver su plan claro, antes estaría dispuesto a permitir que Rajoy siga en el cargo –al fin y al cabo ya está abrasado– y desistir del intento echándole la culpa a su adversario.

Por eso presentó la censura por sorpresa, antes de la reunión de su ejecutiva y usando firmas en barbecho de sus diputados: quería tomar la delantera con un movimiento rápido, asegurarse la iniciativa bloqueando toda posibilidad de comicios inmediatos. Ahora tiene el control de la crisis en sus manos; ni siquiera el Gabinete puede anticiparse a sus pasos.

Dicho esto, Sánchez tiene muy complicado tejer las alianzas necesarias que le permitan sacar adelante su iniciativa. Rajoy, por tanto, está en condiciones de resistir y de salvar la moción.

En tal caso, el temor al bloqueo se disiparía, pero no garantizaría en modo alguno la viabilidad de una legislatura que ha colapsado en apenas 48 horas, desde la aprobación de los Presupuestos en el Congreso y la condena al PP en el juicio de Gürtel. Con independencia del resultado de la moción, estamos ante un tiempo político definitivamente yerto.

Así que la convocatoria de elecciones generales, previo pacto político entre las principales formaciones, constituye la opción más sensata y responsable para devolver la estabilidad al Gobierno e infundir confianza entre nuestros socios europeos.

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