Decía un tal Lord Acton que: «el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente», y qué razón tenía. Si encima dejamos el poder en manos de un tonto, o varios, con un plan, entonces la ecuación se resuelve sola. ¿De qué plan estamos hablando? Pues de destruir a nuestra nación, si es que no lo está ya. No sé si lo que nos gobierna tiene idea de quienes fueron los sofistas griegos, pero sobre demagogia la lección la tienen bien aprehendida y aprendida. ¿O no es demagogia comprar el sufragio de futuros votantes con un carnet de descuentos, o cuentos, culturales? Seguramente, como todo lo que intentan en su huida hacia adelante, les salga mal la jugada y como son cenutrios no se den cuenta de que cierta isla pide ayuda y acción, y no palmaditas en la espalda, y esos 400 euros serían solución para sus problemas a corto plazo.
Otro aspecto que dudo que desconozcan estos sofistas de medio pelo es la diferencia entre maestro y ministro en su etimología primigenia. Maestro viene del latín «magister», que proviene del adjetivo «magis» y que significa «más o más que», así magister es definido como el que destaca o está por encima del resto por sus conocimientos y habilidades. En cambio el vocablo ministro viene del latín «minister», que proviene del adjetivo «minus y que significa » menos o menos que». La definición de minister sería la contraria a la de magister, minister es el sirviente o subordinado que carece de habilidades o conocimientos. La cuestión radica en cómo la historia ha alterado ese orden, pero como dice Javier Ruíz: «Cualquiera puede ser ministro pero no maestro».
No sabemos si los docentes podrían gobernar este desgobierno mejor de los que lo intentan, pero lo que es seguro es que no habría tantos errores, patinazos, gazapos o patadas al diccionario. Es vergonzoso escuchar ruedas de prensa en los medios de incomunicación y observar la falta de oratoria y preparación, aunque retórica mucha, de la clase política en general. Y no es nada normal que lo hayamos permitido sin hacer autocrítica y sin juzgar no ya sus actos, sino la espantosa ridiculez en que nos dejan al soltar la lengua los que se supone que nos representan. Si hablamos ya de los idiomas, la cosa se vuelve esperpéntica, deberíamos obligar a muchos a ir de Erasmus para que aprendan un mínimo de inglés o alemán, pero corremos el riesgo de que vuelvan con acento mexicano como Aznar.
Pero, ¿De qué nos sorprendemos si hay políticos con estudios que después no son capaces de saberse expresar con una actitud acorde a su cargo?. Luego no nos quejemos de los nuevos neologismos acuñados como «hije» o «matria», el pobre Cela se debe estar revolviendo en su tumba y los de la R. A. E deben ir locos pensando en la próxima pesadilla lingüística. Pero como digo, la culpa es nuestra por permitir que ciertas personas lleguen al poder para poder decir lo que les venga en gana y que nadie les pueda decir que las estructuras del lenguaje se tambalean por su culpa. Y no es una cuestión de machismo o feminismo, sino de sentido común; el lenguaje es una herramienta de comunicación pero no de invención, no todo vale o no todo debería valer porque entonces no sirve de nada lo que aprendimos de jóvenes, o eso o que los políticos nos expliquen las nuevas reglas ortográficas.
Como he dicho antes, «no hay peor cosa que un tonto con un plan».