Cristóbal Montoro, en la línea de sus múltiples antecesores en el cargo, vuelve a hacer uso y abuso de la impunidad de las políticas fiscales ante derechos básicos que recoge o sugiere, según se interprete, una Constitución que el tiempo ha ido convirtiendo en un florero de nuestra democracia.
Lo que el ministro califica ahora de «gravamen» (un 10%) para los españoles que hagan aflorar voluntariamente capitales «emboscados», se carga el principio de que todos somos iguales ante la ley. Las amnistías o sucedáneos solo pueden inspirar clemencia de Estado, o sea, clemencia entre españoles, sin son generales. Pero se convierten en agravios comparativos si favorecen exclusivamente a minorías.
Hay algo perverso en aquel eslogan que caló en la opinión pública española: «Hacienda somos todos» Nos inducía a abrazar la fe de la religión recaudatoria. Despertó la solidaridad para contribuir a los gastos colectivos. Y sólo el tiempo, el despilfarro del dinero público, los caprichosos designios presupuestarios de los sucesivos dioses que han ido pasando por La Moncloa, han ido dejando a los ciudadanos con cara de gilipollas.
Hacienda no puede situarse por encima de la democracia. No puede mantener ése estatus de ente inmune al espíritu y la letra de la Constitución vigente. Si Hacienda somos todos, todos somos cómplices de no pararle los pies a una institución que parte de la base de que cualquier español es culpable mientras no demuestre lo contrario. Los hogares de España tienen un cajón, un escritorio, un espacio dedicado a archivar papeles, impresos, pagos, facturas, ante la eventualidad de que la administración fiscal detecte un indicio de sospecha.
El porcentaje de recursos ante el fisco resueltos a favor del contribuyente, es desalentador. Los ordenadores de la Agencias Tributarias no distinguen lo que son circunstancias atenuantes. En sus programas no figuran la ausencia de nocturnidad y alevosía, ni la diferencia entre un contribuyente que haya actuado con dolo y otro que haya actuado sin él. ¿Por qué no se hace público, todos los años, el número de litigios en los que Hacienda absuelve a un ciudadano?
La burocracia, el embargo preliminar, la amenaza de los recargos durante el lento desarrollo de los procesos, obliga a David a rendirse ante Goliat. Es imposible compaginar el trabajo y la vida con el derecho fundamental de defenderse de Hacienda. La guerra es desigual. El ciudadano rellena un impreso tras otro, un día tras otro, un año tras otro, y siempre permanece en el punto de partida. Lo que le sobra a Hacienda es precisamente lo que les falta a los ciudadanos que tienen que seguir ganándose la vida: todo el tiempo del mundo.
Los españoles ya trabajamos gratis para Hacienda. Pero al Ministro Montoro le parece que todavía puede sacarnos una horillas extras. Ahora invita a infractores «arrepentidos» (dicho sea entrecomillas para que no se interprete el calificativo en el mejor sentido de la palabra) a que ejerzan de caza recompensas: usted me dice con quién se ha montado un chanchullo para evadir a Hacienda y yo, por los poderes que emanan directamente de Dios, le concedo el perdón fiscal»