Hace unos días, asistimos al espectáculo de una dirigente política poniendo contra las cuerdas a una de las entrevistadoras preferidas de la progresía. Marine Le Pen repreguntó a Ana Pastor, que ha hecho de la mala educación atributo de periodista triunfador, y le hizo confesar, para incredulidad de toda España que ella había acogido a inmigrantes en su casa.
Las encuestas dan a Le Pen un 25% o más de los votos en las próximas elecciones el Parlamento Europeo, lo que convertiría a su lista en la más votada de Francia, por delante de la socialista y la del centro-derecha.
¿Por qué en España no hay nada parecido? En mi opinión por la misma razón que es inconcebible que un político del PP -salvo Esperanza Aguirre- replique a los alegatos de Pastor durante una entrevista: por complejo.
En España ninguno de los grandes partidos ni de los intelectuales orgánicos se atreve a contradecir las órdenes ni las recomendaciones que llegan de Bruselas. Demos algunos ejemplos. Tanto Aznar y Zapatero como Rajoy apoyan la adhesión de Turquía a la Unión Europea, cuando hay posiciones en contra por parte de los dirigentes y las sociedades de Francia, Austria, Grecia, Bulgaria y Alemania.
El Gobierno irlandés se negó a subir la tarifa del Impuesto de Sociedades vigente en la república y uno de los responsables de su prosperidad; el PSOE, que derogó la ley de estabilidad presupuestaria de Aznar por exigencia de sus aliados nacionalistas catalanes, aprobó en 2011 una reforma constitucional en este sentido por exigencia de la UE. El Gobierno socialista de Zapatero levantó para 2008 la moratoria a la circulación de rumanos y búlgaros, que los Gobiernos de Francia, Reino Unido, Alemania y el Benelux mantuvieron hasta el 1 de enero de 2014.
Las únicas veces que un Gobierno español se puso enfrente del eje franco-alemán y de los eurócratas fue con Aznar: la negociación del Tratado de Niza y el apoyo a EEUU en la guerra contra Irak (mayoritario en la Europa periférica).
De Europa, según el discurso oficial en el que coinciden el PP, el PSOE, CiU y el PNV, hemos recibido bienes sin cuento: los fondos de cohesión, el turismo, las fundaciones de los partidos políticos, mercados para nuestras exportaciones, aliados que nos rescatasen de la caspa y la soledad y, por supuesto, la democracia. Entonces, con una lógica torcida, quien critica lo europeo critica a la democracia, la Constitución y hasta las autovías.
El clamor antieuropeo en Europa
Sin embargo, en países donde la gente está acostumbrada a preferir la realidad a las consignas muchos ciudadanos y políticos se declaran contrarios a la actual Unión Europea en público y no les ocurre nada.
En 2005, los electorados de Francia y Holanda rechazaron en referéndum el proyecto de Constitución Europea, mientras que el electorado español lo aprobó. Paradójicamente, el sí español se produjo con la menor participación registrada en unas elecciones o referendos de ámbito nacional desde la instauración de la democracia en 1976. Otro episodio de rebelión ante el dogma europeísta es el compromiso del primer ministro británico, David Cameron, para celebrar un referéndum sobre la pertenencia del país a la UE antes de 2018.
Hay partidos por toda Europa que rechazan la UE y hasta el euro, tanto de izquierdas como de lo que se llama extrema derecha: el FN francés, el Partido Liberal austriaco (FPO), Alternativa para Alemania y Die Linke alemanes, la Syrizia y el Nuevo Amanecer griegos, el FN y el Vlaams Belang en Bélgica, el Partido de la Libertad en Alemania, el Partido por la Independencia del Reino Unido, los Partidos de Progreso de Dinamarca y Noruega…
En las antiguas repúblicas del bloque socialista, las tendencias críticas con la UE son, como poco, igual de intensas sino más. Y en Suiza, país sin alianzas, la ciudadanía ha aprobado en referéndum limitar la inmigración europea, incluso arriesgándose a sanciones por parte de la UE.
Casi todos los partidos citados tienen parlamentarios en sus países de origen y los más asentados, como el FN francés y el FPO austriaco, crecen a costa de los electorados tradicionales de la derecha y la izquierda. En las elecciones presidenciales de 2002, Jean-Marie Le Pen echó de la segunda vuelta al candidato socialista.
PP y PSOE votan lo mismo casi un 70% de las votaciones
¿Y en España? Como decimos nada. En los dos grandes partidos, PP y PSOE, no existe ninguna voz que se levante contra la UE o sus políticas, sean la PAC, la inmigración, las defensa, el apoyo al aborto, la política respecto a Marruecos… Todo lo más, disienten en cuestión de nuevos impuestos. Los europarlamentarios del PP y del PSOE coinciden en casi un 70% de las votaciones en el Parlamento Europeo.
El tercer partido español, Izquierda Unida, se presenta a las elecciones para «salvar» Europa y reconfigurar el Banco Central Europeo. Y para persuadir a los catalanes de que apoyen el referéndum ilegal sobre el derecho de autodeterminación, Artur Mas y CiU insisten en que, en caso de independencia, Cataluña no saldrá de la UE y que, en todo caso, siempre seguirá usando el euro.
El malestar existente entre agricultores, ganaderos, pescadores, obreros de astilleros y numerosos sectores más que sufren las directrices de Bruselas no tiene siquiera el consuelo de unas palabras de apoyo.
La principal lista euroescéptica española
Entre las pocas candidaturas euroescépticas sobresale la de la coalición Impulso Social, encabezada por Rafael López-Diéguez, secretario general de Alternativa Española (AES), y de la que forman parte Familia y Vida y la Comunión Tradicionalista Carlista. En su programa electoral califican a la UE:
«como un ente abstracto, extraño y lejano construido de espaladas a los ciudadanos y sobre la base de un grave déficit democrático, convertido en torva imagen del recaudador de impuestos, sin alma y sin identidad. La Unión Europea es, hoy por hoy, la bandera con la que se quiere cubrir un entramado político burocrático al servicio de los mercados y las oligarquías financieras, dependiente de los intereses de los lobbys, regentado por la misma casta política que ocupa el poder en todas y cada una de las naciones de Europa.»
A diferencia de otros partidos euroescépticos, no proponen el desmantelamiento de la UE. Su propuesta es modificar la constitución actual de la UE tendente al federalismo por la «cooperación y asociación entre Estados que deben preservar al máximo su soberanía política, económica, moral y social».
En el campo económico, proponen una UE que practique una especie de proteccionismo «frente a la presión exterior de los mercados que se nutren del ‘dumping’ económico y laboral o ante la especulación financiera de los grandes gestores de capital».
Otra diferencia con algunos de los partidos citados es que AES y sus aliados declaran su apoyo a las «raíces cristianas» de Europa y se comprometen a plantear «en el seno de la Unión la necesidad de adoptar medidas en favor de la protección de los cristianos perseguidos en cualquier parte del mundo».
El precio de un escaño en Estrasburgo se aproxima a las 250.000 papeletas. Según una encuesta que circula por la villa y corte realizada por una importante universidad de Madrid, esta coalición alcanzaría los votos necesarios para colocar a un eurodiputado.