Mariano Rajoy ha comparecido ante el Congreso de los Diputados para informar sobre el Consejo Europeo celebrado el 24 y el 25 de octubre de 2014. Sin embargo, aunque su plan fuera ese, toda la sesión plenaria ha estado marcada por la corrupción. Ni un solo grupo de la oposición ha dejado de tratar este asunto, hasta el punto de que Jesús Posada ha llamado al orden a Rosa Díez por dedicar la mayor parte de su intervención a esta cuestión.
Tanto Sánchez como Rajoy en sus respuestas han dicho no querer caer en el ‘y tú más’, pero han practicado lo contrario. El intercambio de acusaciones mutuas ha sido intenso, por mucho que el presidente del Gobierno haya vuelto a pedir perdón. El jefe del Ejecutivo ha dicho que no hay que poner apellidos a la corrupción y ha añadido:
No voy a hablar del alcalde de Parla y el de Cartagena» ni los muchos imputados por el caso de los ERE o los dos ex presidentes andaluces.
Para no ir a hablar de ellos, los ha enumerado sin titubeo alguno. Pero ha lanzado un dardo especialmente hiriente para el líder socialista: «En el caso de los ERE, ¿no le deja Susana Díaz que tome la palabra?
Cuando recibía esta bofetada dialéctica, Sánchez reía y movía la cabeza en señal de queja. Ofendido, en su réplica acusaba a Rajoy de doble moral, le recordaba que en su partido hay muchos imputados y le reclamaba respetar la presunción de inocencia de un Griñán y un Chávez que todavía no están imputados. El secretario general del PSOE fue de los que utilizó un argumento repetido a lo largo de la mañana. Le señaló que el perdón, según la doctrina cristiana, pasa por el examen de conciencia, el propósito de enmienda y la penitencia; reclamó al PP que pasara por esas tres fases.
Cayo Lara fue más allá y, tal vez por su vena anticlerical, espetó a Rajoy:
Las disculpas y los perdones, en otros foros: las iglesias.
Sin embargo, no fue esto lo más sonado de sus intervenciones. Ya antes había tratado de hacer gala de una vulgaridad que tal vez confunda con campechanía. Primero dijo que el PP «hay una jartá de gente» implicada en casos de corrupción. En segundo lugar, aseguró que «les salen a ustedes más corruptos que cuestas hay en Toledo». Después reclamó al jefe del Ejecutivo que imitara al primer presidente de la I República española, Estanislao Figueras:
Haga como Figueras. Reúna a su comité ejecutivo y diga: ‘Señores, voy a serles franco, estoy hasta los cojones de todos nosotros’, dimita, disuelva las cámaras y convoque elecciones.
Rosa Díez logró dar otro de los titulares del día:
La corrupción puede ser el ébola de la democracia. No quiero hacer una frase, ni mucho menos un eslogan.
Tal vez no fuera esa su voluntad, pero insistió en esa idea de forma constante. El resto del debate fue aburrido, muy técnico, a excepción de un Cayo Lara que se dedicaba a soltar consignas incendiarias, incluyendo una referencia a la guerra de Irak, desde la tribuna de los oradores.
Rajoy conseguía ser especialmente aburrido. Mientras desgranaba detalles de los acuerdos en materia energética, una joven en la tribuna del público doblaba con paciencia entre bromas las mangas de las camisa del chico sentado a su lado. Poco después, tal vez por lo soporífero de la sesión, apoyaba su cabeza en el hombro del muchacho con gesto de cansancio. En el turno de preguntas al Gobierno, Irene Lozano volvía a sacar la corrupción a la palestra.
Dirigía su cuestión al ministro del Interior, en lugar de a una Soraya Sáenz de Santamaría que ya se había marchado y que era la destinataria prevista. Preguntó por qué en concreto pedía perdón el Gobierno.
Fernández Díaz, tal vez encomendándose a la Virgen de Fátima a la que parece que atribuye la caída del Muro de Berlín, lanzaba balones fuera y presumía de la reforma de la Ley de Financiación de Partidos.
Lozano no se amedrentaba y le replicaba que UPyD es el única formación de la Cámara sin casos de corrupción. El ministro de pestañeaba con cierto nerviosismo cuando la diputada le espetaba: «La corrupción fue diseñada desde los partidos».