Crónica parlamentaria / El Afilador en el Congreso

Alfonso Alonso se estrena como ministro transmutado en José Isbert en todo un clásico: ‘El verdugo’

Jorge Fernández aguanta sin inmutarse que le digan que es "el ministro más represor de la historia democrática"

Con Mariano Rajoy en México, pareciera que toda la animación de la sesión de control al Gobierno hubiera decidido viajar con él. Quitando dos breves momentos de cierta tensión, la jornada del 10 de diciembre de 2014 ha pasado sin pena ni gloria en el hemiciclo.

Puestos a escuchar aburridas intervenciones sobre atascos en una carretera catalana y las inundaciones puntuales en una estación de AVE, al menos el recibimiento socialista a cara de perro que han hecho los socialistas a Alfonso Alonso como ministro de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad ha animado un poco a los periodistas y diputados que dormitaban en la madrileña Carrera de San Jerónimo.

El Gabinete no ha arropado a su nuevo compañero del Consejo de Ministros. Cuando le ha tocado aguantar las arremetidas de la socialista Carmen Montón, la bancada azul mostraba una peculiar simetría física. Casi en un extremo, Cristobal Montoro; frente a él, muy cerca del otro vértice, Alonso, y a una distancia equidistante entre ambos, Fátima Báñez. Y en esa soledad, el ministro ha aguantado los guantazos provenientes de una bancada del PSOE donde se ausentaba Pedro Sánchez.

Montón le ha dado a Alonso una bienvenida con tal cara de enfado que pareciera que le estuviera recriminando haberle intentando sisar un bocadillo en la cafetería. Tras acusarle de haber atentado en el pasado contra la igualdad entre sexos, le ha preguntado si en su nuevo cargo «tiene intención de rectificar las decisiones que ha tomado en contra de las mujeres». El nuevo ministro ha respondido tratando de mantener las buenas formas, ofreciéndose en dos ocasiones a trabajar con ella en pos de la igualdad.

Montón, tal vez envalentonada ante la falta de firmeza de Montoro, le ha espetado:

Es evidente que Rajoy no le ha llamado como experto, le ha llamado como verdugo, para rematar las políticas encomendadas a Mato contra las mujeres.

En ese momento ha sido imposible no imaginarse a Alonso como José Isbert en la clásica película de Berlanga, y alguien comentando sobre él: «La verdad es que es una persona normal, si yo me lo encontrara en el café o en el cine no diría que es un verdugo». Claro que viéndole timorato en el Congreso tampoco diríamos que es un ministro, pareciera más bien un cesante galdosiano que pasaba por allí.

Y tras acusarle de verdugo y casi achacare la responsabilidad de las últimas muertes de mujeres a manos de sus parejas, Montón ha pasado al lenguaje de adolescente pegada a las redes sociales:

En violencia de género, no vale el postureo.

Toda la firmeza en la respuesta del ministro se ha limitado a un:

Pues parece que va a ser difícil llegar a un acuerdo con usted en nada.

Ha añadido, ante la atenta mirada de un Montoro que se tapaba la boca pero no mostraba emoción alguna, que en una semana no le había dado tiempo a desmantelar las políticas sociales y las medidas del Gobierno. Curiosamente, no ha pronunciado ni una sola palabra en defensa de su compañera de partido y predecesora en el Ejecutivo, Ana Mato.

Y si dura ha sido Montón con Alonso, antes no lo había sido menos la también socialista Guadalupe Martín con Jorge Fernández. El responsable del Interior ha aguantado sin inmutares cuando le han preguntado:

¿Por qué cree que la denominada Ley de Seguridad Ciudadana es conocida popularmente como Ley Mordaza o Ley para la Represión Ciudadana?

Fernández le ha respondido recordándole la ‘Ley de la patada en la puerta’ de Corcuera, y Martín le ha soltado a bocajarro:

Es usted el ministro más represor de toda la historia democrática.

Acto seguido ha comenzado a enumerar organizaciones que se oponen a la Ley en cuestión, incluyendo en su lista a una Conferencia Episcopal que no suele ser del gusto socialista. Esto último ha de resultarle duro a un hombre que vive convencido de que fue la mismísima Virgen de Fátima la que derribó los sistemas comunistas de Europa Central y Oriental.

Al margen de eso, poca animación en el Congreso. Ni tan siquiera Antonio Hernando y Soraya Sáenz de Santamaría se han enfrentado con la acritud que suele caracterizarles. Las ausencias de los jefes tal vez les ha animado a ahorrar energía al no tener necesidad de hacer méritos ante sus superiores.

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Autor

Antonio Chinchetru

Licenciado en Periodismo y tiene la acreditación de suficiencia investigadora (actual DEA) en Sociología y Opinión Pública

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