Lo del PSOE no es ni de izquierdas ni de derechas

La unanimidad y otros efectos perversos

Zapatero afirma que quien quiera mandar que se presente a las elecciones

La ficticia cohesión que escenificaron los del PSOE era un movimiento de defensa propia

En plena guerra de Irak, con el PP dividido y horrorizado por la deriva suicida a que lo arrastraba Aznar, el presidente sacó adelante una votación ¡secreta! en el Congreso sin una sola disidencia.

Al menos la mitad o más de los diputados populares estaban convencidos de que la estrategia de su jefe los llevaba -como así fue- al desastre, pero también sabían que el desastre sería aún mayor si lo anticipaban dándole la razón al adversario.

La ficticia cohesión que escenificaron era un movimiento de defensa propia, más allá de la declinante confianza en un liderazgo que a esas alturas ya consideraban envuelto en la errática soberbia del cesarismo.

Subraya Ignacio Camacho en ABC que no muy distintas razones sustentan el cierre de filas del Comité Federal del PSOE en torno a un Zapatero cuestionado por notables sectores -y por sectores de notables- del partido.

El espíritu sectario de una organización tiende a rebelarse contra las fisuras que ponen en peligro su supervivencia, sobre todo cuando la amenaza alcanza al poder que unifica el común sindicato de intereses y actúa como argamasa de cualquier tipo de grietas.

El enemigo exterior activa las moléculas de solidaridad con una atracción de consistente adherencia; en la política española, los partidos no son corporaciones de ideas sino estructuras clientelares muy jerarquizadas en las que la unidad procede no de tanto de una identidad intelectual o moral como de una cooperación utilitaria.

Cuando un dirigente habla de proyecto siempre se refiere al poder; el único proyecto apreciable consiste en la forma de alcanzarlo o de mantenerlo.

El debate socialista existe y está abierto, y la confianza en Zapatero ha menguado considerablemente debido a su creciente autismo, a sus continuas rectificaciones y a su manifiesta zozobra.

El temor a que su pérdida de pulso afecte a las expectativas electorales ha comenzado a cundir en una parte de la inteligencia del partido a medida que el presidente ha ido abandonando a personalidades relevantes y desoyendo opiniones razonables.

Pero aún es mayor el miedo a que la crítica interna desestabilice la precaria supremacía política que lo sostiene en el Gobierno.

En circunstancias de apuro prevalece un resorte orgánico de autoprotección colectiva que se expresa en exageradas proclamas de unanimidad retórica, una sobreactuación destinada a minimizar desacuerdos y defender la prioridad del negocio con un enroque de apariencias unitarias.

El mar de fondo, empero, persiste más allá del oleaje oficialista de la adhesión inquebrantable.

Y obedece a una constante aún más profunda que la del instinto de autoprotección: en los partidos el liderazgo sólo se justifica desde las expectativas de triunfo.

Ahora que Zapatero rema por primera vez contra los sondeos de opinión pública va a necesitar algo más que búlgaras escenografías complacientes para reparar su credibilidad cuarteada.

 

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