El problema de Gallardón es que es bastante ciclotímico y gestiona mal los fracasos
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Antes de que comience en España el tradicional linchamiento del perdedor y de que al propio Ruiz-Gallardón le dé la pájara que suele acometerle cuando se queda -a menudo, por cierto- al borde del éxito y con la miel en los labios, hay que hacerle justicia a uno de los pocos políticos españoles que saben agitar el corazón de la gente con sueños más o menos visionarios.
Escribe Ignacio Camacho en ABC que la política exige realismo para diseñar proyectos y sensatez para tomar decisiones, pero sin generar ilusión colectiva no se puede aspirar a otro horizonte que el del aburrimiento.
Gallardón tiene sobre la mayoría de sus colegas la ventaja de que nunca se conforma con las rutinas del poder, y aunque no siempre sabe manejar sus propias inquietudes -otros las llaman ambiciones- es menester reconocerle el mérito de no quedarse jamás quieto.
Los países, las ciudades, progresan así: desafiándose con nuevos retos aunque cuesten zozobras, decepciones… y zanjas.
El problema de Gallardón es que es bastante ciclotímico y gestiona mal los fracasos; suele envolverse a sí mismo en una burbuja de desencanto.
Cuando se disipe el humo emocional de la decepción olímpica le van a dar fuerte y flojo todos los que en el fondo sentían pavor a la pujanza personal que el alcalde de Madrid podía cobrar con los Juegos en el maletín, proyectando una sombra de triunfador sobre el paisaje mustio de la derecha española y una inquietante amenaza sobre la mediocridad de la izquierda.
Para un sector del PP -inluida buena parte de la dirección- hubiera sido tranquilizador que Madrid lograra los JJOO, porque eso habría obligado a Gallardón a dedicarse a la preparación de los Juegos y a rentabilizar el éxito, lo que hubiera significado un retraso importante en su proyecto de salto a la política nacional.
Ahora, después de un primer momento de decaimiento vendrá su presión para salir de la Alcaldía.
¿Hacia dónde? Pues sin duda hacia la Secretaría General del PP.
El problema es que a Mariano Rajoy ni se le ha pasado por la cabeza hacer cambios en su equipo, al menos hasta que se celebren las elecciones municipales y autonómicas de 2011.
Sólo en ese caso, y dando por supuesto que María Dolores de Cospedal logrará para el PP la mayoría absoluta en las autonómicas de Castilla-La Mancha y sustiuirá al socialista Barreda como presidenta de la Junta, cabría la posibilidad de que Gallardón la sustituyera como numero dos del PP.
A nadie se le pasa por alto que el acalde viene aspirando a ese puesto desde hace cierto tiempo.
UN EGO COMO EL PALACIO DE ORIENTE
Un tipo así, dotado además de un ego sólo algo más pequeño que el Palacio de Oriente, hubiese resultado incontrolable con un proyecto de tal envergadura en las manos, así que el establishment estará más cómodo viéndolo digerir la derrota.
Pero tocar dos veces seguidas el cielo de la gloria olímpica es una hazaña política de primer orden, una aventura de empuje, convicción, inconformismo y eficacia que va mucho más allá de una corazonada.
El mismísimo Obama, tan displicente en su autoconfianza, se ahogó este viernes en la primera oleada.
A Madrid la han derrotado la geopolítica -Río representa la emergencia latinoamericana, tan políticamente correcta- y la ambición secreta de París y Roma, que piensan a largo plazo en 2020 y no querían autoeliminarse con dos Juegos seguidos en Europa.
Tenía el proyecto más hecho, el respaldo más compacto y el equilibrio funcional más sólido, pero eso cuenta poco en el cerrado círculo de influencia del CIO.
Ahora conviene pensar si merece la pena insistir, y es el alcalde el que tiene la primera palabra.
Lo más probable es que se venga abajo y en ese estado down empiece a replantearse coordenadas vitales y a comerse el coco pensando que se le pasa el arroz para hacer -o ser- algo realmente importante.
A veces el defecto de este hombre tan valioso es que, embebido en su diseño de grandeza, tiende a no darse cuenta de las grandes cosas que se pueden construir a base de cosas pequeñas.