El fiscal pidió sacar del sumario diálogos favorables a Camps

Mariano Rajoy en la hora de cortar cabezas

Las pifias de Garzón no pueden ser excusa para el líder del PP

Si Rajoy no rompe todos los eslabones que le atan a ese pasado turbio, la fiscalía y el sector de la judicatura afín al PSOE lo van a cocinar a fuego lento

Si hubiera que resumir en una sola frase los 17.000 folios que recogen los testimonios de Correa, Crespo, El Bigotes y otros mangantes de la trama Gürtel, no habría ninguna mejor que ésta:

«Nosotros éramos los que les arreglamos la vida a los chicos tontos del PP».

O sea, los conseguidores de sus caprichos, los facilitadores de sus vanidades, los asesores e inductores del espejismo por el que se creían más guapos, más listos, más elegantes y más exquisitos que los demás.

A algunos les corrompían directamente, pagándoles una o varias veces con dinero negro y sucio, con el resultado de tenerlos enganchados para siempre.

Pero a la mayoría se limitaban a hacerles sentirse seres superiores, alimentando su ego, poniéndoles en órbita con chutes periódicos de esa autoestima del pijo, siempre ligada a la posesión de presuntos objetos exclusivos.

LA CHULERÍA DE LOS PIJOS

Era suficiente para que tales gobernantes o cargos del partido tuvieran una disposición benévola, se convirtieran en piezas, activas o pasivas, de su red de tráfico de influencias y se pusieran de perfil ante sus chanchullos.

El mejor negocio de Correa era que se supiera en Madrid que era íntimo de Agag y que circulara por Génova que jugaba al intercambio de automóviles -su dinero le costaba- con Ana Mato y su marido.

Para Álvaro Pérez no había mayor activo en Valencia que poder exhibir ante cargos públicos y dirigentes del PP la condición de amiguito del alma del presidente Camps.

LA MITAD DE LA MITAD

A este tipo de truhanes siempre hay que creerles la mitad de la mitad de lo que dicen. De ahí que no se puedan dar por buenas todas las majaderías y fantasías recogidas en las grabaciones del sumario.

Incluso en estos circuitos reservados para el abastecimiento exquisito de los tocados por el dedo de la diosa, la realidad siempre llega con su implacable rebaja.

Pero desde la perspectiva del PP -es decir de sus afiliados que pegan carteles, pagan las cuotas y van a los actos, o de sus votantes que acuden fieles a las urnas y aguardan el escrutinio con el corazón en un puño- lo ocurrido produce vergüenza, ira y bastante asco.

LA INTENSA FIDELIDAD DEL ELECTORADO PP

Tiene suerte el PP de la intensa fidelidad de su electorado. Un escándalo como el de la trama Gürtel habría reventado a cualquier partido en un país donde el voto ideológico o biográfico -«a los míos»- no estuviese tan arraigado como en España.

El cabreo del centro-derecha contra Zapatero es tan hondo que muchos electores tratarán de desalojarlo del poder sin necesidad de taparse la nariz en las urnas; en ese sentido, es probable que el coste político de este aquelarre de corruptos sea relativamente bajo, aunque a los ojos de la opinión pública el partido haya quedado abierto en canal con las miserias al aire.

LAS PIFIAS DEL JUEZ GARZÓN

También es posible que el habitual desaliño procesal de Garzón acabe en una nulidad de actuaciones por haber permitido la grabación de charlas de un preso provisional con su abogado.

Hoy nos enteramos también de que la Fiscalía Anticorrupción -obsesionada por favorecer a Zapatero y fastidiar a Rajoy- pidió a Garzón que eliminase del sumario una conversación del número dos de la red Gürtel, Pablo Crespo, en la que éste niega a su abogado -sin saber que estaba siendo grabado- que la trama le hubiese regalado trajes a Camps.

«Nunca lo podrán demostrar porque no es cierto. Van a tener difícil sostener la acusación contra Camps, porque no es cierta», dice Crespo a su abogado.

A otro de los letrados, le asegura:

«Si Camps se hizo trajes allí, los habrá pagado de su bolsillo».

 

UNA PANDILLA DE MAJADEROS

Da casi igual ya el vodevil de los trajes. Lo que no tiene vuelta atrás es la visión obscena de una caterva de logreros capaces de sobornar con regalos, billetes y putas a un impresentable elenco de cuadros directivos y cargos públicos; esa escabrosa, bananera imagen de soez pornografía política, tardará mucho tiempo en borrarse del imaginario nacional.

Y sea cual sea su factura electoral, ha causado un daño moral irremediable.

Y no se puede ni daber pasar por alto que ha sido algo fermentado bajo el mandato de José María Aznar Aznar, al que tantos «peperos» adoran como el líder soñado y cuyo legado se está mostrando desastroso y en ocasiones hortera.

LA TURBIA HERENCIA AZNAR

Estamos en realidad ante una especie de posdata del aznarismo que certifica el agotamiento de un modelo y la inutilidad, horterez, mangancia y egosimo de un buen puñado de dirigentes salidos de ese periódo.

Dirigentes que siguen chuopnado del bote y haciendo negocio o aprovechándose del cargo.

La disposición acomodaticia de Rajoy a salir del paso con cuatro parches, creyendo a pies juntillas las versiones exculpatorias de implicados tan cercanos como Ana Mato, indica que no es consciente aún de la gravedad de lo que ha pasado, ni de las consecuencias a medio y largo plazo que puede tener para el futuro del PP.

El «marianismo» no puede tentar demasiado la suerte de contar con un potente apoyo sociológico.

LOS VOTANTES CABREADOS

La estrategia del líder del PP, acunado por las encuestas, consiste desde hace meses en hacer lo menos posible, en la esperanza de que el aumento del paro abrase a fuego lento a Zapatero.

El grueso de su fuerza electoral va a respaldarlo pase lo que pase, pero existe un sector templado al que esta clase de conductas causan una repugnancia insoslayable. Y para ganar se necesitan todos los votos.

Más ahora que existe una fuerza tercerista -la UPyD de Rosa Díez- capaz de recoger la cosecha del descontento. Pero incluso un deslizamiento hacia la abstención de los electores moderados como expresión de su decepción ética causaría al Partido Popular un daño irreparable.

Para evitarlo Rajoy no tiene otro camino que el de la depuración, la autoridad y la voluntad regeneradora.

Sin tapujos, paliativos ni paños calientes. Lo que ha pasado es muy grave al margen de su relevancia jurídica, y el líder del PP lo sabe bien porque es un hombre decente y porque, además, lo han engañado a él mismo ocultándole el alcance del problema.

Si se fió de quienes consideraba honorables -en todos los sentidos- tiene que manifestar ahora que tomarle el pelo no sale gratis.

SIN PIEDAD NI CONMISERACIÓN

Por eso la reacción, que ya ha empezado, no sólo tiene que producirse sino que ha de verse de forma nítida, escenificada en gestos tajantes de regeneración y disciplina.

Sanciones y expulsiones mejor que renuncias y salidas pactadas; no puede haber piedad con gente indeseable. Lo de Ricardo Costa, perceptor de relojes de 20.000 euros y coches de lujo, tiene que ser sólo el apertitivo.

Tantas veces se ha dicho que los partidos y las causas están por encima de las personas que ha llegado la hora de demostrarlo.

Para ser alternativa de recambio hay que ser distinto a lo que se quiere cambiar. Y para generar esperanza es menester merecerla.

Si Mariano Rajoy no toma la iniciativa y pone en marcha una revolución interna con visos de auténtico proceso de refundación -es decir, si no encarga una auditoría a fondo del estado ético del partido, no rompe todos los eslabones que le atan a ese pasado turbio y no propone drásticas medidas para que esto no vuelva a suceder-  la fiscalía y el sector de la judicatura afín al PSOE le van a cocinar a fuego lento y llegará a las próximas elecciones completamente churrascado.

 

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