Barreda, como síntoma.

MADRID, 8 (OTR/PRESS)

Declina la estrella política de Zapatero y la causa electoral del PSOE cae en un agujero negro. Aunque Moncloa aún sigue viendo la depresión del electorado socialista como algo ocasional y recuperable, es inevitable asociar la parábola del barco que se hunde y las ratas que huyen a ciertas actitudes. Como la del presidente de Castilla-La Mancha, José María Barreda, que acaba de demostrar que no sabe estar a las duras como en otro tiempo estuvo a las maduras.

Viejo tema de debate este de la relación entre el dirigente y sus siglas. Relación de dependencia mutua. La propia o debida del trabajo en equipo, a expensas de unas ideas, un proyecto y un liderazgo comunes. Si alguien se desmarca de ese vínculo en función de su conveniencia particular está incurriendo en malversación de confianza respecto a quienes en otro tiempo le designaron (¿O cree que eso se lo debe a los electores?) y le reconocieron como uno de los suyos.

Los últimos sondeos otorgan la máxima ventaja que el PP ha llegado a tener desde la victoria socialista en las elecciones generales de 2008 por 3,5 puntos. Nada menos que 14,5 puntos de diferencia a escala nacional. Pero el declive de las siglas también va por barrios. Ni Castilla-La Mancha se libra, a pesar del largísimo reinado socialista, donde se celebrarán elecciones el próximo 22 de mayo.

En sede mediática Barreda se ha dirigido a sus electores para pedirles que no reparen en la ruina del partido a escala nacional, como si él no tuviera nada que ver, y se centren en la opción representada exclusivamente por él y por la franquicia regional de las siglas. «Yo quiero que las elecciones se centren en Castilla-La Mancha y, por tanto, no necesito a ningún líder federal», ha dicho. Inequívoco mensaje de su nulo interés por contar en la campaña electoral con Zapatero, Blanco y otros dirigentes nacionales del partido. En las actuales circunstancias, piensa, le harían perder votos y no ganarlos.

La actitud de Barreda es insolidaria. Contrasta con la de Tomás Gómez que, aunque acaba de doblarle el brazo a los dirigentes nacionales de su partido en el pulso que ambos han librado en las primarias de Madrid, se manifestó leal a Zapatero y a las siglas antes y después de haber recibido el respaldo de los militantes en la disputa por la candidatura a la presidencia de la Comunidad de Madrid.

De todos modos, y al margen de apreciar en Barreda una conducta personal poco elegante, el síntoma es demoledor. Pone sobre la mesa una prueba más de la gran depresión que aqueja al electorado socialista. Juega a la contra del cierre de filas decretado tras las primarias de Madrid. Y alienta las hipótesis sobre la descomposición del zapaterismo.

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