El objetivo de Ferraz: despertar al 20% de los indecisos que reflejan las encuestas
El Partido Socialista dejó pasar el 15 de mayo de 2011 inútilmente la ocasión de remontar ante el PP, si no en las encuestas, sí al menos en los mítines. Llegó José Luis Rodríguez Zapatero a Zaragoza, le esperaban en la Plaza de Toros de la Misericordia pero los paisanos del ahora secretario de Organización del partido, Marcelino Iglesias, no fueron misericordes con el líder socialista.
Pinchazo total en un recinto que Mariano Rajoy no logró llenar en la víspera -así de fácil se lo ponían al PSOE- y donde Zapatero apenas llegó a los tres cuartos de entrada. Esperaban a 12.000 y no pasaron de los 7.500; si bien es cierto que fuen- tes socialistas apuntaban que el PP había inflado el sábado sus datos de participación sin llenar siquiera el coso.
LOS MENSAJES DE CAMPAÑA
- La ministra de Defensa, Carme Chacón, advirtió que el PP «viene con la tijera» para hacer recortes sociales y arremetió contra Rajoy.
- Rubalcaba desempolvó viejos fantasmas al decir que existen «razones» para «tener miedo» al PP y asegurar que «está en juego» el Estado de bienestar. Acusa a José María Aznar de «pasear su rencor por las esquinas para arrancar votos».
- El presidente del PSOE, Manuel Chaves, culpó a «la derecha» de la crisis por sus modelos «basados en la especulación urbanística y la codicia».
Al fin de semana para las escuálidas perspectivas socialistas. Primero, por las demoledoras encuestas del domingo: pocos discuten una victoria del PP que parece insultante incluso en los graneros de votos socialistas, aunque los mapas esconden demasiadas estrecheces.
Hasta la prensa izquierdista muestra desmoralización; se limita a salvar como puede a sus propios candidatos, salvaguardándolos del previsible incendio del 22. En un ambiente de sálvese quien pueda, Zapatero ha transmitido este fin de semana una imagen cruel: la defensa del PSOE es ya para él la de su propio legado y su propia persona.
De esta mezcla no podía salir nada bueno: resentimiento, crispación, agresividad e histriónicas llamadas a frenar a la extrema derecha, que transmiten debilidad y desesperación. Así que entre el desmoronamiento socialista en las encuestas y la desfiguración de Zapatero, Rajoy muestra confianza y tranquilidad: las continuas acusaciones de xenofobia y ultraderechismo no cambian su tendencia al alza. Lo que muestra dos sencillas evidencias.
La primera, que la idea de la extrema derecha vive obsesivamente en las mentes de los ideólogos y publicistas izquierdistas, surgiendo como un resorte cada vez que se le plantean problemas, de índole electoral o mediática. La segunda, que no hay nada, absolutamente nada, que pueda hacer el liberalconservadurismo para cambiar un recurso recurrente: el origen no está en él o en su discurso, sea el que sea, sino en la salud electoral o mediática de sus oponentes.
La campaña muestra que el «centrismo» y el «liberalismo simpático» no vacunan contra unas acusaciones que están garantizadas en cualquier caso, pero que a cambio provocan zozobra y desconfianza en las propias filas. Para 2012, esta es la enseñanza fundamental. El centrismo no vacuna.