La puerta del Sol fue el 18 de mayo de 2011 escenario de un fenómeno social y político inédito, con aspectos alentadores y otros menos positivos. Fue el escenario del hartazgo de una generación perdida, la indignación de una sociedad que no siente representada, y que ayer desafiaba a la Junta Electoral manteniendo una multitudinaria concentración.
Pero también puede ser el regreso de la izquierda que recurre a su enésima máscara a cinco minutos de un batacazo histórico en las urnas. Vaya por delante que el problema es real: la creciente brecha entre representados y representantes, y el malestar de amplias capas de la población. Sólo que ese hartazgo puede ser utilizado por la izquierda para hacerse con escaños o conservarlos, como antes utilizó la liza cultural (el eurocomunismo de Gramsci).
Mucho ingenuo ha querido ver en la poliédrica marea -que abarca desde antisistema hasta padres de familia en paro-, un movimiento espontáneo y realmente transversal y muchos medios, -nada ingenuos-, ponderan su perfume twittero.
Pero, por más que una BBC miope sostenga lo contrario, la distancia de Madrid con El Cairo es faraónica. Una cosa es abordar la regeneración de la democracia, tarea a la que deben aplicarse los grandes partidos, y otra hacer el caldo gordo a quienes buscan asaltar el poder explotando el problema que ellos mismos han creado con su pésima gestión.
Muchos de quienes se manifiesta en Sol lo hacen de buena fe, y su protesta no puede ser más legítima. Pero tres preguntas invitan a la sospecha: ¿quién organiza el 15-M?, ¿a quién atacan? y, sobre todo, ¿a quién beneficia? Aunque ayer por la tarde se desmarcó de las concentraciones, Democracia Real Ya, una plataforma nada espontánea, tiene orígenes socialistas y sus recetas son estatistas: más impuestos, nacionalización de la banca, más trabas al mercado de trabajo, más subsidios. Respecto a los ataques, no se manifiestan ante Moncloa, sino ante el Gobierno de Esperanza Aguirre.
Y ya han demostrado lo transversales que son al agredir a medios críticos con la izquierda como Intereconomía. Pero más clave aún es el quid prodest? La enmienda a la totalidad a PP y PSOE puede terminar beneficiando a IU, y su alianza con el PSOE podría salvar algunos feudos de este partido amenazados el 22-M. Ergo el beneficiario final de la revolución sería, lampedusianamente, el partido de Zapatero, aunque el PP lo descarte.
Resulta significativo que los alternativos hayan estado callados siete años, con motivos de sobra para protestar, y se movilicen ¡también es casualidad! a cuatro días de unos comicios en los que el PSOE puede perder media España. Históricamente todas las revoluciones son inicialmente transversales (como la de 1917) hasta que los de siempre se hacen con las riendas. Privada de coartada ideológica, la izquierda busca nuevos disfraces para ocultar su desmesurada jeta y vender su devaluada mercancía.
El desencanto ante la clase política es un disfraz perfecto. Pero los españoles no deben permitir que cuatro interesados secuestren los deseos legítimos de regeneración del sistema, perpetuando los peores tics del actual. Y eso sucederá si quienes han conducido a millones de jóvenes al paro y a la frustración salvan los muebles del previsible batacazo del 22-M, aprovechándose del clamor ciudadano.
Ojo con el PSOE, cuyo antiguo líder, Felipe González se ha apresurado a comparar la movida de Sol con las revueltas árabes. Aunque el argumento se vuelve como un boomerang contra él: porque si esto es Egipto, está dando por hecho que Zapatero es Mubarak.