Sacar a España de la crisis, este es el gran reto de Rajoy y por el que se le juzgará, no por el poder interno que haya logrado acumular
Y Mariano Rajoy ascendió a los cielos… Estaba previsto, es lo lógico y parece hasta justo y necesario. El XVII Congreso del PP pasará a la historia como el que entronizó a Mariano Rajoy como líder indiscutido y todopoderoso.
En Valencia, hace cuatro años, Aznar acaparó los flashes como una sombra amenazante. Este 18 de febrero de 2012, en Sevilla, el expresidente sólo era uno más de los que aplaudía a Rajoy mientras este se coronaba al frente del PP con el 97,56% de los votos.
Esa actitud de Aznar y su papel de mera comparsa habla con mucha elocuencia de cómo han cambiado las cosas en cuatro años y como altera todo un triunfo electoral. Sobre todo cuando es tan apabullante como el que ha cosechado el actual ocupante de La Moncloa.
El discurso de Rajoy, vibrante, sólido y rotundo, fue el de alguien que manda sin matices. Ante una audiencia embelesada, presumió de «independencia», especialmente «de la prensa».
«No debo nada a nadie ni tengo más compromisos que con vosotros y con los españoles».
«En los gobiernos se está y se deja de estar; las alcaldías se ganan y se pierden, pero el partido sigue, el partido permanece, el partido es lo estable».
«Nunca habíamos llegado ni tan lejos, ni tan alto, ni tan hondo».
Rajoy subrayó su voluntad de acometer sin pausas las reformas.
«Ya no se esperan de nosotros quejas, denuncias, sugerencias, ni promesas. Se esperan soluciones».
«Dijimos: ‘Pondremos España en marcha’. Nos han votado. Ahora hay que cumplir».
Todo eso, especialmente los últimos párrafos, ponen en evidencia que el presidente del Gobierno es plenamente consciente de la realidad. No será el PSOE de Rubalcaba y muchos menos la Cadena SER, ‘El País‘, Pedrojota, ‘El Gato‘ de Intereconomía o Jiménez Losantos quienes le pongan en un brete. Lo que le medirá es la apabullante crisis económica y su capacidad para superarla y regenerar a fondo la sociedad española.
Porque nunca en la historia de la joven democracia española un líder había tenido a la vez tantos ratos y tanto poder para lidiar con ellos.
Parecía imposible detentar más poder en el PSOE que Felipe González, pero después fue el Aznar de la mayoría absoluta el líder más poderoso que había existido y más tarde se dijo lo mismo de Zapatero cuando revalidó el triunfo en 2008. Ahora hay que subir la apuesta en el caso de Rajoy.
Si a la hora de hacer Gobierno fue él quien leyó personalmente la lista de los ministros, sin filtraciones, lo mismo sucedió con la Ejecutiva. Los elegidos se enteraron al mismo tiempo que los medios y que el resto de los españoles.
El PP se ha adecuado a los tiempos y a la discreción de Rajoy. Más allá de las escaramuzas por los equilibrios internos -con Cospedal y Arenas como vencedores- el líder del PP ha integrado a todos los sectores, incluidos los que hace cuatro años no apostaban por él, como Ignacio González o Martínez Pujalte.
Es creíble, por tanto, su afirmación de que en el partido no sobra nadie. Menos convincente resulta su apuesta formal por que el partido se fortalezca, ya que la actividad del PP bascula en torno al Gobierno de la Nación.
Una gran ventaja de Rajoy es su condición de ‘persona normal’. A diferencia de Aznar y de otros de sus predecesores en Moncloa, no corre peligro de envanecimiento.
Él conoce la condición humana y no es de los que necesite un colaborador que se suba al carro triunfal recordándole que es mortal, como tenían los emperadores romanos.
Las cifras económicas y la gravedad de la crisis se encargarán de refrescarle la memoria todos los días.
Y hay que reconocer que en estas circunstancias es bastante tranquilizador que el Gobierno esté en manos de un partido unido y sin facciones.
Como bien advirtió Rajoy, los españoles ya no esperan del PP «quejas, denuncias, sugerencias, ni promesas, esperan soluciones».
Sacar a España de la crisis, este es el gran reto de Rajoy y por el que se le juzgará, no por el poder interno que haya logrado acumular.