¿En qué se parecen Alfredo Pérez Rubalcaba y Manuel Fraga Iribarne? Salvando las distancias ideológicas, fechas de nacimiento, épocas históricas y convicciones democráticas, los dos han sido Vicepresidentes del Gobierno, los dos han sido Ministros del Interior y los dos llegaron a la conclusión, con 36 años de diferencia, que la calle era suya.
Uno, el viejo león de Vilalba, intentó erigirse en dueño de las calles de España para impedir que cayese el último gobierno franquista; el otro, «el alquimista de Solares», está intentado erigirse en dueño de las calles de España para tumbar al último gobierno democráticamente elegido.
Uno utilizaba a los «grises», las porras, los botes de humo y la complicidad pasiva del bando de los vencedores de una guerra sucia; el otro utiliza a los sindicatos, las pancartas, las consignas y la complicidad activa del bando de los perdedores de unas elecciones limpias, en heterogéas conjunciones como las de éste domingo. ¿Estará poseído Don Alfredo por el espíritu de Don Manuel?
Las cosas de Solares, el municipio de Cantabria donde nació el actual Secretario General del PSOE, es que las carga el diablo. Su célebre agua, por ejemplo, que se bebían millones de españoles atraídos por su cristalina transparencia, sorprendió a la opinión pública cuando el Instituto Pasteur publicó un informe patógeno, en 1977, que dio positivo en «pseudomonas aeruginosas»
El fin y los medios
Este país hizo un reforma ejemplar, presenció la firma de unos «pactos de La Moncloa», aprobó una Constitución y se otorgó a sí mismo el derecho a cambiar los gobiernos en las urnas, para que ningún Fraga, nunca más, pudiese mantenerlos o cambiarlos a su antojo tomando las calles.
Soportó estoicamente una larga dictadura durante la cual los medios habrían justificado el fin, que por desgracia sólo llegó con la muerte del gran dictador en su cama. Y ahora que el fin no justifica los medios, como norma en cualquier democracia homologada, resulta que nos vale cualquier medio para alcanzar cualquier fin.
No presenta buen aspecto el color de la orina de ese enfermo al que llamamos España. Elena Valenciano arenga a sus juventudes con crípticas consignas goebelianas:
«Os toca mover la red, la calle y pintar escenarios en los que la rebeldía pueda ser practicada. Movedlo porque nos han hecho cosas intolerables»
O el otro día en una rueda de prensa:
«Todo está abierto y debemos utilizarlo porque, o paramos nosotros al gobierno del PP en esta deriva o el Gobierno parará a la sociedad española»
El término «todo», en el marco de las reglas de juego de una democracia, le pone los pelos de punta al demócrata más templado.
O aquella arenga que lanzó desde la sede de Ferraz:
«Los españoles tienen derecho a reaccionar en defensa propia»
Menos mal que no reaccionaron cuando ZP nos situó en la Champions de Europa y se dieron cuenta de que, en realidad, estaban jugando en segunda división. O cuando atravesaron la línea roja sin retorno de los cinco millones de parados. O cuando Elena Salgado anunciaba brotes verdes y los españoles, que lo veían todo negro durante el día, se acostaban convencidos de que padecían daltonismo.
O ahora, a balón pasado, que se han enterado del que el gobierno ZP/Rubalcaba/Valenciano declaró un déficit del 6% y les dejó un pufo de dos puntos y medio bajo el pico de la alfombra.
¿Habría sido una reacción en defensa propia? Sí. Pero es una bendición que hayan practicado esa defensa propia en las urnas. ¿El gobierno ZP hizo cosas intolerables? Sí. Pero los españoles tuvieron la tolerancia de esperar a las elecciones generales para ponerlo de manifiesto. ¿Había motivos para parar a un gobierno del PSOE a la deriva que estaba parando a la sociedad española? Sí. Pero en los colegios electorales, con el DNI por delante, y no por las calles, juntos, revueltos, con distintos y distantes oscuros objetos del deseo y amparados en el anonimato.
¡Eso me lo dices en la calle!
Se lamentaba Rubalcaba amargamente, hace semanas, de las diez manifestaciones que le montó la derecha a ZP contra su política antiterrorista. Y aquellas otras contra el matrimonio gay y la reforma de la Ley del Aborto. Y por un instante hubo españoles incautos que pensaron: «éste hombre ha comprendido que no hay que hacerle a los demás lo que no le gusta que le hagan a uno». Pero el «alquimista de Solares» les devolvió a la cruda realidad en décimas de segundo:
«El PP utilizó a la Conferencia Episcopal y nosotros utilizamos a los sindicatos. Cada oveja con su pareja»
Toda una declaración de intenciones. Tanto quejarse de Fraga, y resulta que la calle sigue siendo siempre de alguien: de Rouco Varela, de Cándido y Toxo, de los jóvenes populares, de las juventudes socialistas, de las víctimas del terrorismo, del terrorismo de los verdugos, de los antisistema sistemáticos, de los sintomáticos indignados, de Mayor Oreja, de Pérez Rubalcaba, de la derecha cuando está en la oposición, de la izquierda cuando no está en el gobierno.
¿Por qué no cerramos de una vez el Parlamento, nos ahorramos una pasta gansa y declaramos la calle y las redes sociales cámaras de representación popular? ¿Por qué no dejamos de hacer paripés electorales y resolvemos las cosas como se hace en las discotecas..? ¡Eso me lo dices en la calle, tío!
O sea, se convocan manifestaciones desde todos los partidos, nos dejamos de censo, juntas electorales, listas, programas, campañas, mítines, urnas, interventores, meticulosos recuentos y todas esas gilipolleces y vamos de una vez al grano: decidimos quiénes han sido los vencedores y quiénes los vencidos a través del infalible recuento de «Google Earth»
Los políticos españoles, cuando pasan del gobierno a la oposición, se transforman automáticamente en proxenetas, dicho sea con todos los respetos: su obsesión es que la democracia haga la calle.