Felipe González acaba de hacer una eurocarambola a tres bandas con la Merkel, Rajoy y Hollande. Sobre el tapete de papel periódico de El País, recordando viejos tiempos con José Luís Coll en «la bodeguilla», se ha marcado una jugada de billar literaria que por un lado le da algo de razón a la dama teutónica, por otro no se la quita del todo a Hollande y al final tampoco deja con el culo al aire al inquilino de La Moncloa.
Para un gallego no resultaría difícil aparentar que le da la razón a todos, sin que ninguno se dé cuenta de que en realidad no se la está dando a nadie.
Pero para un andaluz como él, tiene su mérito que haya rellenado un artículo sin dejar claro si sube las escaleras hacia la contención del déficit, si las baja hacia el crecimiento o se queda en medio murmurando eso que exclaman los paisanos galaicos en las encrucijadas» Dios es bueno, pero el demonio no es malo»
En el artículo de FG en El País —Los nacionalismos contra la Unión–, no queda claro que la solución sea François Hollande, que ha anunciado a sus compatriotas la rehabilitación de la línea Maginot para detener la invasión del cuarto Reich alemán.
Tampoco que el problema sea Ángela Merkel, cuya Luftwaffe bombardea las capitales de Europa con los V-2 del control del déficit. Si es bueno que Rubalcaba sea el cabecilla de la resistencia socialdemócrata en España o es malo que Rajoy sea el «último mohicano» que sueña en La Moncloa con un eje Madrid-Berlín.
Felipe, simplemente, ha cogido una maqueta de Europa y se ha montado un bonsái macroeconómico con lo mejor de cada casa: un poco de disciplina fiscal germánica, un poco de neutralidad congénita nórdica y un poco de relajación genuinamente mediterránea.
Se introduce todo en la batidora de la gobernanza económica y fiscal, se reduce la pasión nacionalista y la fiebre soberanista de sábado noche, se agita convenientemente y vuelve a salir el cóctel de la Europa de las naciones, de los ciudadanos, que se estaba escurriendo por los sumideros de la Europa de los mercados.
«Para que haya gobernanza económica y fiscal hay que ceder soberanía»
Estas cosas son relativamente fácil pensarlas, incluso escribirlas, pero resulta muy difícil llevarlas a la práctica cuando las Bolsas reviven cada día su dichoso «martes negro» y la «prima de riesgo», esa zorra, se mete todas las noches entre las sábanas de occidente.
Estos delirios del cuarto español que comparte el Premio Carlomagno con Salvador de Madariaga, con Juan Carlos de Borbón y con Javier Solana, serían más sencillos compartidos con un Willy Brandt en Berlín y un próximo inquilino potencial en El Elíseo que no hubiese exclamado durante la campaña: «prometo restablecer la soberanía nacional en Francia»
Para aquel joven Isidoro de Suresnes que envejece en los Consejos de Gas Natural, el dilema entre soberanía y disciplina fiscal, el enroque del Banco Central Europeo y el axioma teutónico del déficit cero en 2016, necesita un Einstein que descubra una teoría de la relatividad económica.
La ley de la gravedad de la economía europea que sostiene Ángela Merkel es teóricamente incontestable. Pero las manzanas no caen a la misma velocidad de los árboles que crecen en la República de Weimar, que de los árboles que crecen en distintos y distantes estados de Europa.