La mamandurria política y la democracia subvencionada

Los partidos, en año de crisis, ordeñan 66 millones de euros al Estado

¿Son una Cámara Baja y una Cámara alta o un par de manicomios donde se encierran unos locos de atar?

¿No saben que las variaciones del IPC, con suerte, sólo las van a poder disfrutar los pensionistas?

Txiqui Benegas, la reliquia socialista vasca, ha prevenído al grupo de «aprietabotones» que conforman la Comisión Constitucional del Congreso de un peligro que según él, amenaza a su casta: que puedan prevalecer las tesis de una derechona extraparlamentaria que aboga porque los partidos, las asociaciones patronales y los sindicatos se financien por sí mismos.

Pronunciaba ése alegato contra la inquisición civil éste 20 de junio de 2012, cuando los miembros de la Comisión se congratulaban de haber llegado a un acuerdo sobre la modificación de la Ley de Financiación de Partidos: un 20% menos de subvenciones, más control sobre los trapicheos a través de fundaciones, un límite de 50 mil euros para donaciones, condonaciones de deuda con la banca (sí, sí, han oído bien: condonaciones por parte de instituciones que paradójicamente son objetivo número uno del rescate) que no sobrepasen los 100 mil euros y un nuevo marco teórico de transparencia, que debe ser el término más sobado, más manoseado, más hipócrita, que jamás se haya utilizado en un país tan opaco como España.

66 millones de subvención a los partidos políticos

Lo curioso del trámite en Comisión, tras varias semanas de trabajo y negociaciones entre los distintos grupos parlamentarios, es que la satisfacción generalizada de sus señorías no quedó reflejada después en la votación.

Votaron a favor el PP y CIU, votó en contra Amaiur, y el resto de los grupos se abstuvieron, alegando que no se había incluido en la propuesta una clausula de revisión anual del IPC.

Sus señorías son unos frívolos. Está cayendo la que está cayendo, y siguen a lo suyo, levantándole a los Presupuestos del Estado, o sea, de los españoles, 65.883.000 euros del ala, pero con el resquemor que a esa cifra no se le añada la subida del IPC el año que viene.

stas cosas hacen dudar de sobre la naturaleza del Congreso y del Senado. ¿Son una Cámara Baja y una Cámara alta o un par de manicomios donde se encierran unos cuantos centenares de locos de atar? ¿No saben que las variaciones del IPC, con suerte, sólo las van a poder disfrutar los pensionistas?

Que los salarios han bajado pero todavía no han tocado fondo. Que Europa ya está exigiendo que desciendan más las nóminas de funcionarios, ERES públicos, subidas del IVA y ninguna coña de la población con adaptaciones al Índice de Precios al Consumo.

Se muestran unánimemente entusiasmados con el 99% de las reformas y, por un quítame ahí el IPC, se apuntan a la abstención y se lavan las manos como Pilatos. Muy instructivo, muy ejemplar, muy solidario en estos tiempos de penuria económica y social de España. ¡Estos señores no pueden ser de este mundo! No entran por las mañanas en un Parlamento, sino en Babia. Y deben suministrarles en la cafetería del Congreso, con el cafelito, una substancia estupefaciente que nos les permite contemplar la cruda realidad.

A Txiqui Benegas, por ejemplo, en su sano juicio socialdemócrata (que ha debido perderlo hace años), la derogación de subvenciones a partidos, asociaciones empresariales y sindicatos le debería parecer un paradigma progresista, pero lo presenta como cosa de demonios utraderechistas.

¿No tienen militantes los partidos, asociados las patronales y afiliados los sindicatos? Coño, pues que los sostengan. Que se cierre de una vez por traspaso esta democracia subvencionada. Que se valore la libertad en su justa medida, y que, cada español comprometido y concienciado con sus respectivas causas políticas, empresariales o sindicales, se rasque los bolsillos y sacrifique diez cervezas, diez cajetillas de tabaco, diez caprichos al mes para pagar sus respectivas cuotas.

Eso sería progresismo, conciencia democrática, aunque Benegas quiera darle la vuelta a la tortilla y lo disfrace de intento de golpe de estado a la democracia ¿Tan poco confían los partidos políticos en que le respondan voluntariamente los ciudadanos? Será que se han leído la última encuesta del CIS que los convierte en un problema en vez de contemplarlos como una solución.

Probablemente, allí dentro, entre los botones en los que se cambia digitalmente la vida de los españoles, deben acabar pensando que los ciudadanos somos gilipollas. Que no sabemos que los aparatos de Partidos, Patronales y Sindicatos pagan cuotas de afiliados para mantener las apariencias, para hacer bulto y para practicar el clientelismo en sus disputas internas por mantener el poder, el mandiño, sus Rubalcabas, sus Rajoys, sus Cándidos, sus Toxos y sus Rosell.

Que tendrán mucho poder de convocatoria electoral, pero su hay que pasar la gorra a los ciudadanos recaudan menos que un desprotegido a la salida de una oficina de empleo.

Entre Partidos, Sindicatos y Patronal (centenares de millones de euros a parte, para los llamados cursos de formación), le ordeñan a los fondos de los españoles entre 70 y 100 millones de euros al año en subvenciones directas.

Naturalmente España está de rebajas, se tramitan los correspondientes ERES para rebajar plantillas y es de esperar que los sueldos de los núcleos duros y el personal anda muy nervioso.

Mal asunto para la salud de una democracia cuando, su columna vertebral, Partidos y Agentes Sociales, sólo puede subsistir con subvenciones.

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Autor

Luis Balcarce

De 2007 a 2021 fue Jefe de Redacción de Periodista Digital, uno de los diez digitales más leídos de España.

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