Ya metidos en gastos, por lo menos sacarle jugo a la Corona mientras dure
El Palacio de la Zarzuela es de juguete, con inquilinos de juguete que manejan los sucesivos gobiernos a su antojo. Es otro Teatro Real en cuyo escenario se representan intrascendentes comedias de la democracia española. Todo lo que sucede ahí dentro es protocolario, de adorno, contenido de trámite para televisiones públicas y, en los últimos tiempos, oscuro objeto del deseo de programas del corazón de televisiones privadas.
La foto en la Zarzuela es un souvenir para los dirigentes internacionales que nos visitan. Estar con un Rey de la vieja Europa le mola cantidad, por ejemplo, a inquilinos del despacho oval de la Casa Blanca.
Las esporádicas escenas del sofá entre la Corona y los gurús sindicales, es un buen negocio publicitario para ambas partes. Las audiencias Reales a las asociaciones empresariales, colman vanidades en los marcos de fotografía de despachos y hogares de los grandes magnates.
Pero la cruda realidad es que Juan Carlos I nunca gobernó (por imperativo constitucional), hubo un tiempo en que reinó (por las circunstancias históricas), y lleva ya algunos años de adorno, de figura decorativa, a medida que las mediocres nuevas generaciones políticas españolas le han relegado al papel de florero del Estado. ¡Qué gran anfitrión para recibir a «La Roja», a Nadal, a Gasol y compañía, con sus distintos trofeos universales de caza deportiva!
Adolfo, Leopoldo y Felipe le sacaron más jugo a la Corona
Adolfo, Calvo Sotelo y Felipe, le sacaron mucho más productividad al presupuesto de la Casa Real que Aznar, Zapatero y Rajoy. Hasta 1996, cuando el marido de Ana Botella decidió que quería ser Napoleón, España tenía un Jefe del Estado.
Con muchas menos atribuciones que un Presidente electo de una República, naturalmente, pero con autoridad moral ante el pueblo, los partidos políticos, los agentes sociales, los mandatarios internacionales y los medios de comunicación social.
Ahora, tras el proceso de demolición al que ha sido sometido por el Partido Popular y el tsunami social, económico y político de Zapatero, que no ha dejado piedra sobre piedra de la «Marca España», el Rey y su familia son muñecos de feria con los que practican el tiro al blanco Peñafieles, Jorges Javier Vázquez, Pilares Eyre y periodistas de la crónica rosa en su perfecto derecho a practicar la libertad de opinión, de expresión y de información.
El problema es que es un síntoma inequívoco que permite aventurar un diagnóstico: el Estado español se ha quedado sin Jefe.
Un Estado necesita un Jefe. Aunque sea simbólico
Aunque fuese un Jefe simbólico, como aquel que en la noche del 23-F de 1981 detuvo los tanques de Milán del Bosch, «desarmó» a Armada y levantó a la joven democracia española del suelo de El Congreso. Ése al que Europa le concedió el Premio Carlomagno. El mismo que, en uno de sus últimos coletazos, y en defensa de un ex Presidente del gobierno que había movido la tierra bajo los pies de la Corona, le espetó a Hugo Chavez ante el mundo y la historia: ¡por qué no te callas!
Un pueblo puede y debe decidir si quiere una Monarquía Parlamentaria o una República. Si le resulta más práctico un Rey como Jefe honorífico del Estado o un Presidente de República con más incidencia en los asuntos de Estado.
Pero este vacío, este complejo tramo de historia en el que el Rey es una marioneta rota, dirigida caóticamente por hilos desde La Moncloa, descafeinada ante el mundo, ridiculizada por la opinión publicada y con una parte de la opinión pública a la expectativa de si pierde su deteriorado equilibrio físico, como una alegoría de la caída de la Monarquía, está dejando a ese ente intangible al que llamamos Estado sin el punto de referencia simbólico de Juan Carlos I.
Precisamente ahora que España lo necesita imperiosamente. Cuando, si pudiese escribir lo que realmente piensa en la recién estrena web de la Casa Real «intervenida» por Moncloa, habría enviado otro mensaje, de fondo y de forma, a Cataluña.
Ahora que si tuviese el «margen de maniobra» que le concedieron Adolfo, Calvo Sotelo y Felipe, podría haber liderado sutilmente la construcción de un «muro de contención» frente a Berlín, Bruselas, el FMI y la sombra alargada de los hombres de negro.
Palacio de Belem: una Zarzuela republicana
La única sonrisa que ha aflorado en las calles de Portugal en el último trágico bienio, se produjo la noche del pasado viernes 21 de septiembre de 2012. Frente al Palacio de Belem, que es la Zarzuela republicana del país vecino.
Mientras miles de lusitanos, sometidos a galeras por la troika, improvisaban danzas de guerra en torno a la residencia de su Jefe del Estado y, el Consejo de Ídem, acorralaba durante ocho horas al Primer Ministro Passos Coelho, el Rajoy de allí, para que diese marcha atrás en una medida inhumana que le había impuesto la fría y despiadada Europa: la subida del 7% en la contribución de los trabajadores a la Seguridad Social.
Ya metidos en gastos, por lo menos utilizar a la Corona
Mientras no tengamos otra cosa que un Rey, un Jefe simbólico del Estado, este Juan Carlos que ha dado algunas de arena pero otras de cal, parece una estupidez no sacarle partido. Que la soberbia de los inquilinos de La Moncloa, las ínfulas republicanas, las fobias monárquicas, lo utilicen por lo menos como escudo humano ante las embestidas de Berlín y de Bruselas.
¿Todavía nadie ha entendido que lo que no pueden decirle oficialmente los Rajoy, los De Guindos a las Merkel, a los Juncker, a los Van Rompuy, a los Draghi, al FMI y todas esas voces que cada día dan una vuelta más de tuerca a los españoles, lo podría decir el Rey en un inocuo arrebato de espontaneidad Borbónica?
-¡Por qué no os calláis! ¡España por esta medida no pasa!
El mayor despilfarro presupuestario de la Monarquía no son los gastos de la Casa Real, sino el poco y el mal uso que se está haciendo de la Corona. Ya metidos en gastos, por lo menos utilizarla hasta nuevo aviso, nueva reforma constitucional, nuevo referéndum.