A Roberto Marbán
Les voy a contar el cuento del libro de José Bono «LES VOY A CONTAR», que no va de riñas, cuchicheos políticos, ajustes de cuentas entre gente importante o supuestos delitos quizá ya prescritos. —José Bono: «El cura de los condones que captaba votos para al PSOE»—
Éste va de un torero, de los que torean toros y no votantes, que se despide aunque no se sepa si se jubila, vestido de color sangre de toro y negro azabache. De una alemana, valorando barreras y viendo los toros desde un tendido alto para ver lo que pasa en la plaza.
De la oportunidad y el valor de un minúsculo acento, esa tilde o rayita oblicua que en la ortografía española vigente baja de derecha a izquierda y distingue una palabra de otra escrita con las mismas letras. Y de un libro.
El hecho y el cuento ocurrieron en Las Ventas, la Plaza de Toros de Madrid, en un tendido alto del 9, entre una mujer alemana cincuentona, cargada de hombros y ligeramente chaparrita y un español con el que compartió una exclamación sin acento castellano al reparar en el libro: ¡Cáspita! El libro de José Bono.
El libro, que nació con antojos, había llegado al tendido de la mano de un espectador que había ido a leer un rato al sol y en un banco en las inmediaciones de la Plaza de Toros y que tuvo otro antojo: Ver una despedida (la de El Fundi, el toreador de toros y no votantes), comprobar el estado de ánimo de un torero (El Cid, que también es oportuno el nombre metido en una plaza de toros y no campeando) y alimentar la esperanza con el recuerdo de unos pases de capa de un joven (las verónicas de Daniel Ruffo Luque, un sevillano, garboso en el toreo de capa, que oculta en los carteles el Ruffo, con dos efes y no una que corresponde a rufo: rojo y bermejo)
La alemana había estado comentando el estado de las barreras de la plaza, llenas a rebosar a pesar de los precios y la crisis, se había extrañado de ver un libro gordo en los toros y ya al final de la tarde, al acabar la corrida y levantarse, se inclinó y miró el lomo del libro que el hombre llevaba en la mano:
«Caspita, el libro de José Bono», leyó en voz alta y sin acento, decidiéndose por el vocablo llano «caspita», que es el diminutivo minúsculo de caspa, la palabra con la que el vulgo y el diccionarios (puede que también los políticos de la élite) conocen a ese conjunto de escamillas blancuzcas que se forman en el cuero cabelludo.
El hombre, que percibió la entonación llana y no esdrújula de la mujer, antes de echar a andar estuvo tentado de corregir la expresión para colocar el acento y sustituir un punto y aparte por dos puntos. Pero recordó la caspa, pensó en que su origen podían ser las excrecencias grasientas y sebosas que nacen entre los pelos y en los aledaños del cerebro y tentado estuvo de hacerle una confidencia a la germana:
Acabo de leer el libro de José Bono y parece que las dos entonaciones son oportunas:
La palabra esdrújula que usted no usa es importante, incita a las ventas del libro, promueve los comentarios y es una buena exclamación: ¡Cáspita. El libro de José Bono!
Pero, después de leerlo, valorarlo y recordar algunos de los pasajes que se cuentan, tampoco es inadecuado el juicio llano de la calle: Caspita: El libro de José Bono.
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