Porque así está en el calendario que fija la Mesa del Congreso, en los primeros días de mayo no hay actividad parlamentaria. El día 1 es la fiesta del trabajo; el 2 la Comunidad Madrileña conmemora el levantamiento nacional para mantener la independencia; y el 3, viernes, es el Día de la Cruz, símbolo espiritual de los católicos.
Las fechas, pues, habían sido apropiadas para que Benavides y Malospelos, los leones que hacen guardia en la puerta del Palacio de las Cortes, aprovecharan la holganza para echar un vistazo al panorama nacional con las cargas espirituales de esos días: Luto por el trabajo, o falta de él. Ansias de independencia. Y la confianza que imprime la cruz a los cristianos.
Aunque de olfato torpe, las bestias parlamentarias, al ventear la realidad, percibieron densa y torva una amalgama de sensaciones merecedoras de estudio: preocupación por la economía, desesperanza, y una atención especial a la actividad del Gobierno.
La mescolanza de esas sensaciones ya había aparecido en los periódicos nacionales, era motivo de atención de las firmas que se ocupan de la «cosa pública», y tenía manifestación concreta en la determinación de un responsable: Mariano Rajoy, a la sazón Presidente del Gobierno.
Desde Pedrojota, el aspirante a académico y director del periódico El Mundo, que, cosa insólita aunque propia del personaje, marcaba plazos al Presidente para hacer cosas; hasta el académico Pérez Reverte que, por una vez parco en insultos, sólo usó el de sinvergüenza; pasando, además, por los críticos de guardia, los «Botafumeiro» de servicio y algún que otro plumilla, que dice lo sabe aunque no siempre sepa lo que dice.
Puede que por ello, los leones, dejando al margen al presidente, se fijaran en la auténtica realidad política de España. Y, conocedores de que la actividad política tiene más de arte que de ciencia, recordaran el primero de los principios del arte de gobernar:
«Todo acto de gobierno, dirigido a conseguir algo, ha de procurar que el éxito del acto no lleve aparejados conflictos y problemas de una entidad mayor».
Desde esa base, Malospelos y Benavides, se fijaron en lo que entendían como los cuatro grandes problemas nacionales del momento: Paro laboral. Realidad económica calamitosa. Barullo autonómico con amenazas secesionistas. Y Acción del Gobierno incomprendida, inexplicada y distinta a la oferta electoral.
Los leones pudieron optar por buscar responsables, y culpables; ceder a la tentación de contribuir a aumentar la retahíla de casos, y cosas, censurables; e incluso, como una buena parte del electorado – prensa nacional incluida -, formular preguntas iracundas, componer series concatenadas de respuestas furiosas, y hasta proponer medidas sin cuento con la pretensión de panaceas inmediatas. Sin embargo, los dos optaron por lo contrario: Analizar los problemas nacionales.
Al tratar el primero de ellos, el paro laboral, compusieron un razonamiento simple: No hay trabajo y hay que buscar quien lo cree. Después de desechar, por fuera de época, las recetas de los que tienen al Estado como empresario, optaron por fijarse en los modelos de empresarios conocidos (grandes, medianos, pequeños y autónomos). Benavides repasó la historia reciente de una izquierda empeñada durante años en el afán de convertir al empresario en enemigo. Y Malospelos apuntó el retroceso de la clase empresarial, antes de convenir ambos que el empresario español se encuentra temeroso y escaldado.
A partir de ahí, lo inmediato fue enlazar el paro con el segundo de los problemas: la realidad económica. Desechadas las originalidades del pasado, Planes E de Zapatero que arruinaron al Estado y destrozaron los caudales nacionales, para enfrentarse al paro, convinieron en la necesidad de propiciar que los creadores de empleo encuentren facilidades para hacerlo. Desde esa óptica, las disposiciones del gobierno eran discutibles, pero existían: Pago de la deuda estatal a los acreedores en apuros, reforma laboral, y asentamiento de la realidad financiera para hacer fluir el crédito.
– ¿Y el paro? ¿Qué hace Rajoy con el paro?- aún preguntó Malospelos
– El Paro y Rajoy.- afirmó Benavides.
Y ambos, sin palabras, convinieron en que el trabajo lo crean los empresarios, no el Gobierno ni el Presidente del Gobierno que sólo son eso: Gobierno y Presidente de Gobierno. Y que, como tales, lo único que pueden hacer es propiciar un clima social en el que la ocupación laboral sea posible y se tome como lo que es: trabajo.
Aunque no mucho, se entretuvieron un tiempo buscando las posibles ayudas de los «llamados a ayudar» en la creación de empleo. A lo lejos, en la Plaza de Neptuno, habían visto los carteles sindicales, con los sindicalistas de antaño colgados de las pancartas de hogaño, tras el apropiado lema del día uno de Mayo: «No tienen límite»
– ¡No tienen límite!- habían rugido callados los leones, mientras, entre sus fauces, asomaba una pregunta mayúscula y silenciosa:
«¿ES QUE NO TIENEN LIMITE ESTOS SINDICATOS?»
De entre la bulla, no mucha porque parte de la «liberada masa sindical» había trocado la pancarta por los asuetos varios de los que disfruta la sindicalista clase vips, había surgido un barullo, que, a modo de aviso, llegó hasta las mentes leoninas.
– ¡Que bullas, ni que bullas! ¡Barullo! El problema no son estas bullas de sindicalistas liberados.- se ofuscó Malospelos – El lío está en el barullo autonómico.
Y, uniéndolo con los problemas anteriores, apareció la realidad autonómica, la Organización del Estado, y el barullo de las amenazas secesionistas.
Parecía oportuna la reflexión, recapacitar sobre el arte de gobernar, y encarar el asunto de la Organización Territorial del Estado. Algunos de los encargados de opinar, a bote pronto o meditándolo, ya habían coincidido, o disentido, en la necesidad de redefinir el Estado, rebajar sus costes de funcionamiento o suprimir alguna Autonomía.
Sin embargo, había dos temas a considerar. Uno de ellos, quizá el menos importante, consistía en calibrar la capacidad del Gobierno, con una mayoría absoluta como la existente, para modificar la estructura autonómica.
Malospelos era partidario de «tirar para adelante» deshaciendo estructuras, retirando competencias autonómicas e incluso «interviniendo» las autonomías díscolas, secesionistas o manirrotas. Pero el Gobierno, este gobierno de Rajoy, no dispone más que de una mayoría que es absoluta, pero que no basta para modificar sin consenso las estructuras del Estado.
Para seguir las apetencias de Malospelos, y de los que como él pretendan estos cambios, es necesario un acuerdo con quienes en este momento son como son, están como están y ofrecen la confianza que generan para enmendar lo establecido. Y es que las fuerzas políticas de la oposición, susceptibles de «aspirar a un consenso», todas, pasan por momentos de indefinición, no tienen unidad de criterio en cuestiones básicas y les falta la coherencia apetecible para obviar el consejo agustiniano de «en tiempos de zozobra mejor no hacer mudanza».
Otra cuestión importante, a la que Benavides se entregó de lleno, consiste en calibrar la conveniencia, o no, de trocar el actual Estado Autonómico por otro distinto. El actual, con todos sus defectos, conserva las ventajas que hicieron que naciera y se asentara: Está próximo al ciudadano; posibilita la diversidad en unidad; y funciona, con problemas, pero funciona.
Por ello, en unos momentos de dificultades y con las fuerzas políticas sin la reciedumbre de otras épocas, ante el león diestro apareció la posibilidad de un conjunto de medidas, no estructurales pero sí importantes, capaces de «embridar la realidad económica autonómica», corregir las dificultades advertidas, y reconducir la situación: Más o menos, y con algunos peros, lo que está intentando hacer el Gobierno. Sin embargo, no surgió el no posible, por imposibilidad legal y constitucional, «intento de amaño» de un N.E.C. (Nuevo Estado de Circunstancias) de peligrosísima institución y futuro incierto, inconstitucional y arbitrario.
Y ahí apareció, el cuarto de los grandes problemas a los que se enfrenta el Gobierno de Rajoy: La conveniencia de explicar las acciones gubernamentales distintas a las ofertadas y generadoras de climas nocivos.
Aunque la actividad principal del gobernante es decidir, o gobernar, en democracia, aunque no sea estrictamente necesario, conviene que el gobernante explique sus decisiones de gobierno. Y que aclare las realidades que, mal entendidas y peor explicadas, emponzoñan la realidad nacional:
– España está en Europa por voluntad propia, con un Memorandum de Entendimiento que propuso libremente, y se ha obligado a «tratar de entenderse» con sus socios europeos sin «echar las patas por alto» o arbitrar algunas de las «simplezas mentecatas» que, como solución, se expanden a diario sin el más mínimo rigor.
– España debe un Billón de euros al exterior. O, lo que es lo mismo, cada uno de los 45 millones de españoles, por el mero hecho de serlo, ha de hacer frente a una deuda de 22.222 euros. Y esa deuda hay que pagarla, dentro de Europa y con un acuerdo con los demás europeos, o saliéndose de ella y rompiendo los acuerdos.
– Desde esas realidades, la «capacidad del gobierno español», sólo es la que es. Y siempre, sujeta a la legalidad nacional e internacional. Por ello, el Gobierno no tiene otra opción que cumplir la ley y, también, hacerla cumplir a todos, en el Estado Autonómico actual y en el Concierto Europeo.
– Las acciones del Gobierno deben ser fruto de sus propias convicciones. Por ello, es absurdo buscar consensos que no se necesitan teniendo mayoría, ó, más aún, pretender un «pacto de Estado» con otros grupos políticos con convicciones y sensibilidades distintas. Al Gobierno, a este Gobierno, el pueblo español le dio una mayoría absoluta para gobernar, no para que pierda el tiempo en pactos y consensos, que suenan a pasteleos, con quiénes tienen otros principios y otros intereses.
– La democracia consiste en usar la delegación de voluntades de las mayorías para, durante un periodo de tiempo, ejercer la obligación de gobernar según las propias convicciones y encarar las dificultades que existan o puedan surgir en ese periodo. Cosa distinta será explicar y justificar los incumplimientos de programas electorales. O tratar de mantener, o desviar, la confianza de los gobernados si las «acciones de gobierno» han sido acertadas, o no.
Ya de noche, a la hora en que los humanos se dedican a descansar, a los leones de bronce, que no descansan en sus poyos, les dio por prescindir de un sueño, que no tienen y, después de los tres primeros días de mayo, encarar el futuro inmediato.
Hasta su altura, llegó una suave brisa que fluía desde la calle de Floridablanca. Y entre ella, a la espera de la información del Presidente Rajoy en su comparecencia inmediata, fue surgiendo una mezcla de certidumbres, dudas y esperanzas.