Han sido años de comprobar que quienes desembarcaron en Normandía no desfilaron en París
Según los sondeos más proclives, el PP aún ganaría las elecciones pese a haber mandado a la abstención al 30% de sus votantes de 2011.
Tal premio es la consecuencia de tener enfrente un PSOE que no ha terminado de purgar sus culpas de la crisis y que, además, desorientado, demasiadas veces radicaliza en exceso su mensaje.
De todos modos, la actual victoria demoscópica -lo sabe bien Mariano Rajoy por propia experiencia- está llena de dudas. Porque en España nadie gana las elecciones, sino que se pierden. Y, en este sentido, las cosas pintan mal para los intereses populares.
Al ritmo actual, el Partido Popular no sólo no tendría en 2015 mayoría suficiente para gobernar, sino que en las elecciones europeas de 2014 el socialismo de Alfredo Pérez Rubalcaba ya le superaría en votos incluso cayendo.
Con todo, el Gobierno de Rajoy debería estar agradecido, viendo que a pesar de cómo han ido las cosas en estos dos años, casi el 70% de quienes les dieron la confianza en las urnas son fieles aún. No lo pone fácil, desde luego.
Porque han sido meses de aguantar medidas amargas y noticias impopulares -incomprensibles muchas veces-, de tragar saliva ante los bandazos y ante el enigmático olvido de las ideas que forman parte del ADN del votante del PP.
Han sido años de comprobar que quienes desembarcaron en Normandía no desfilaron en París: peor todavía, se les ha fusilado al amanecer para que ni siquiera pudiesen estar presentes en las celebraciones de la capital gala.
Aunque todo tiene un límite. Y llega el punto en el que las cosas en política ya no admiten más demoras: o el PP arregla España o España arregla el PP… por la vía cruel, la de la sanción democrática. Fíjense si saben bien esto los barones regionales, que han empezado a maniobrar para resguardarse de la escabechina que producen las políticas de La Moncloa.
Los españoles tenemos que ver, ¡ya!, que la economía real se pone en marcha, que los bancos dan crédito a empresas y familias, que el desempleo baja, que acaban las medicinas intragables que siempre afectan más a quienes tienen menos cada día… Los tiempos de la fe del carbonero han pasado.
Por no hablar de otros asuntos, como el desafío nacionalista, donde el ciudadano de a pie querría encontrarse con políticos que sean arquitectos sociales, y no con la trivialidad capaz de jactarse ante micrófonos estar tan desesperada que se comería un treintañero por los pies.
O el Partido Popular, como suele decirse, se pone inmediatamente las pilas, o en pocos meses el Gobierno de Rajoy va a entrar por una senda de descrédito parecida a la que se llevó por delante a José Luis Rodríguez Zapatero. ¿Imposible? Ya, ya.
El que avisa no es traidor. Por eso nadie en Génova 13 debería rasgarse las vestiduras al escuchar al presidente de honor, José María Aznar, decir lo que dice en público y en privado.