La masacre del 11-M permanecerá para siempre en la vida de las víctimas, claro, pero ha ido diluyéndose en el seno de la sociedad. Por eso tienen todo el sentido los homenajes: para que cobren valor los principios a los que apela un Estado democrático digno.
El paso del tiempo no debe relajar las exigencias de justicia y de amparo.
Por desgracia, en esa tarea se han perdido muchos años. En fin, démoslos por buenos si la recobrada unidad de este décimo aniversario de la mayor matanza vivida en España sirve para vertebrar el futuro.
Lamentablemente, el atentado terrorista del 11 de marzo de 2004, a tres días de unas elecciones generales, también abrió una brecha entre los dos grandes partidos que sirvió para poner en entredicho a instituciones básicas del Estado.
Pues bien, frente al mal uso del recuerdo que se ha venido haciendo desde entonces, Jorge Fernández Díaz ha tenido el acierto de apostar, por primera vez, por la unión de las principales asociaciones de víctimas, la AVT de Ángeles Pedraza y el colectivo presidido por Pilar Manjón, para cerrar recelos, heridas y agravios. Insisto: todo un acierto.
El milagro de ese complicado rencuentro contó con la complicidad de la Fundación Víctimas del Terrorismo presidida por la representativa Marimar Blanco: mujer que por lo general siempre mantiene actitudes conciliadoras. Sí. Además fue el resultado de una tarea de meses auspiciada entre bambalinas desde el Ministerio del Interior.
De ahí la importancia que hay que dar a los distintos actos institucionales de estos días, marcados por la unión.
El primero de ellos tuvo como escenario el Teatro Real y fue presidido por el propio Fernández Díaz para hacer entrega de hasta 365 condecoraciones de la Real Orden de Reconocimiento Civil a las Víctimas del Terrorismo a damnificados directos de los atentados y familiares. «Todos íbamos en esos cuatro trenes», remarcó el ministro ante un abarrotado auditorio.
Días antes uno de sus colaboradores ponía de relieve precisamente la utilidad de esa «unión visual». Una imagen vale más que mil palabras, suele decirse, y ésta, la foto de todas las víctimas, buscaba cerrar años de darse la espalda los españoles cuando lo lógico y sabio hubiera sido ir de la mano contra los terroristas ante la adversidad.
Fue el inicio del camino juntos del que, sin duda, salió reforzado internamente Jorge Fernández Díaz.
Apenas veinticuatro horas después, las víctimas se unieron en torno a los Reyes Don Juan Carlos y Doña Sofía para entonar un réquiem integrador. La catedral de La Almudena acogió una misa solemne oficiada por el cardenal-arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco Varela, a la que asistieron más de 800 personas entre instituciones del Estado, familias de damnificados y representantes de los servicios de emergencias, así como ciudadanos anónimos.
La sociedad (la misma que mantuvo una actitud encomiable en aquellas terribles fechas en las que estallaron las bombas en Madrid) tenía derecho a que un drama de la magnitud del 11-M fuese una convocatoria de unidad.
Por fin lo ha sido, salvo anécdotas de poco gusto, como la queja de José Luis Rodríguez Zapatero, seguramente molesto viendo que la unidad que no se alcanzó durante su etapa se conseguía ahora.
Este nuevo clima, el de «todos juntos», firmado de puño y letra (sin alharacas) por el equipo de Fernández Díaz desde el palacete de Castellana número 5, contribuye a superar el trauma de unos atentados que, además de llevarse por delante 192 vidas y marcar sus heridas en miles de personas, dividió a España en dos mitades viscerales.
Un paso en la mejor dirección.