La valoración del ministro de Justicia está ahora por los suelos
Pocos creen que actúa por espíritu reformista. Los más, en cambio, por puro protagonismo, por ganar unas décimas de popularidad un ministro que, después de José Ignacio Wert, es el segundo peor valorado por los españoles.
El hecho es que Alberto Ruiz-Gallardón volvió al trabajo decidido a meter el dedo en el ojo a sus compañeros de filas. Y vaya si lo consiguió. Además, sin encomendarse a nadie, con una entrevista en el diario El País.
El lío ocasionado con su apuesta de reducir los 17.621 aforados actuales a 22 tocó a la propia Soraya Sáenz de Santamaría.
Las prisas del titular de Justicia colocaron la pelota en el tejado de la vicepresidenta en su primera rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros después del verano.
Sáenz de Santamaría tuvo que achicar agua ante media docena larga de preguntas por la ocurrencia de Gallardón, advirtiendo de la dificultad técnica de llevarla adelante.
En La Moncloa se mascaba el malestar. El gran titular de Gallardón se recibió con preocupación y, sobre todo, desconfianza. Fue percibido, además, como una falta de consideración al Grupo Parlamentario Popular, que, «por responsabilidad», se ha negado en el Congreso a propuestas similares.
Las huestes de Alfonso Alonso en la carrera de San Jerónimo, con un experto en estas lides tan bien pertrechado como José Antonio Bermúdez de Castro, saben bien que el Gobierno no desea abrir el melón de la reforma constitucional sólo para un asunto como el aforamiento de diputados y senadores.
Además, también tienen muy presente que la cuestión, transportada al campo autonómico, conllevaría la reforma de 17 estatutos de autonomía. Incluso, en algunas comunidades, sería necesario convocar un referéndum para ratificar el cambio. Total: nada.
Lo más chusco es que Alberto Ruiz-Gallardón no tiene empacho en decir a quien quiera escucharle que todas sus iniciativas las consulta antes con Mariano Rajoy.
Por eso chocó tanto oír tres días después a María Dolores de Cospedal. Desde su atalaya de Génova 13, la secretaria general se despachó a gusto con Gallardón. «Por funcionar como un péndulo, podemos ir de mucho a la nada. Y la nada es lo contrario de lo que queremos conseguir», indicó.
Mientras, VIP del PP, en privado, ponían en el debe del ministro otros adjetivos: «Demagogo», «mal compañero», «irresponsable», «egoísta»…
En definitiva: venían a decir que el mejor servicio que podía hacer a la «regeneración democrática» y a su partido era la discreción. «La valoración de Gallardón es ahora tan negativa entre los españoles que cuando aparece ´sube el pan´ y el Gobierno y el PP pagan caro su protagonismo», señalaba a El Semanal Digital un mandatario popular.
Con todo, no se olvide: el quid de la cuestión está en que el Partido Popular sigue sin concretar sus medidas regeneracionistas.
En teoría, iban a aprovechar su Escuela de Verano para fijar posición sobre aforamientos, reforma electoral, incluso posibles cambios constitucionales. Sin embargo, la improvisación obligó a conformarse con unos pocos mensajes de Esteban González Pons en las redes sociales.
El proyecto popular es ahora un barrizal. La salida de tono de Alberto Ruiz-Gallardón ha evidenciado la necesidad de definir de una vez las reformas. Amén de la anécdota de que obró el milagro de poner de acuerdo a Soraya Sáenz de Santamaría y a María Dolores de Cospedal…
Ya se sabe: las número dos del PP y del Gobierno pueden seguir distantes con sus misiones, pero se acoplan enseguida si tienen delante a Gallardón.
