Las cosas, por su nombre

Pablo Iglesias y Alberto Garzón: ¿Alternativa o niños bien de una progresía carca?

Tal vez el origen universitario de todos ellos explique una actitud aparentemente progresista que, en realidad, es horrorosamente pasiva.

Pablo Iglesias y Alberto Garzón: ¿Alternativa o niños bien de una progresía carca?
Pablo Iglesias y Alberto Garzón. PD

Hasta dentro de unas semanas no sabrá cómo se organiza, cómo se integran los anárquicos Círculos en una estructura administrativa jerárquica

He coincidido a menudo en debates con Pablo Iglesias o Iñigo Errejón y, por empezar por el principio, no tienen rabo, cuernos o tridente.

Esta revelación conviene extenderla a casi todos: ahí donde los ven, el muy separatista Alfred Bosch no lleva una Derringer, pistola de puta y de tahúr, por si la cosa se pone tensa y hay que secesionar algún cráneo; Tania Sánchez Melero no es la Hidra de Lerna dispuesta a partirte la napia con sus siete cabezas e, incluso, existen sólidos indicios de que a Alberto Garzón y a todos ellos les asiste una inteligencia por encima de la media.

No tiremos cohetes tampoco, que eso no dice demasiado en un país que lancea toros en Tordesillas ´por tradición´, teme que la nueva seleccionadora nacional de tenis masculino acepte el cargo sólo por verle la picha a Nadal; vota en Cataluña, Valencia o Andalucía a los mismos que les han arruinado y sigue haciendo bueno, en general, el dicho de Machado, ´de cada diez cabezas, nueve embisten y una piensa´.

Tal es así que hasta nos permitimos perder el tiempo en ver cómo nos marchamos del mismo país al que intentan llegar sin éxito miles de africanos: mientras cien niños se ahogaban en Malta por llegar a Europa, en Europa hay que recordarle a Don Arturo de la Mesa redonda y la Cabeza Cuadrada que si sigue por esa linde se quedará fuera del club, como el burro del refrán.

Da qué pensar, aunque por decir estas cosas un presentador de La Tuerka se ahorre dinero en divanes con uno, pueda dedicarlo todo al endocrino y le llame ´puta mierda´. Ni Freud discutía con Jung a ese nivel intelectual.

Aclarado el dilema sobre la naturaleza humana de tan ilustres iconos contemporáneos, que además suelen ser encantadores en el plano personal, queda pues el recurso a juzgarles como lo que sí son, sin perderse en el pantanoso cenagal de ponerles las mismas etiquetas que, es verdad, ellos ponen al resto; con el viento a favor para que esa mierda huela sólo en una dirección. Aunque todo hombre de mar y campo sabe que nada sopla eternamente en un sentido.

Y son políticos, de partidos políticos, que quieren su voto, aspiran al poder y viven de ello con sus impuestos. Nada que objetar, pero nada nuevo, por mucho que vistan sus rutinarios objetivos con un ropaje de desprendida entrega y se crean o les traten como una simbiosis entre Teresa de Calcuta y Los guardianes de la galaxia. Un poquito de por favor.

Cabe juzgarles, pues, como al resto de sus homólogos, sin tanto ditirambo ni patraña que produce, a partes iguales, vergüenza ajena: ni son la reencarnación de Adenauer, aunque se vean a sí mismos combatiendo al fascismo; ni tampoco son ETA, por mucho que convenga recordarles que no se puede estar a medias contra el terrorismo como no se puede estar medio embarazado o medio muerto.

Aquí empiezan los problemas, ya de entrada de índole estrictamente logística: tanto poema al aire necesita una imprenta, y en el caso que nos ocupa ni existe siquiera un partido o, si existe, está a tortas consigo mismo. IU vive una batalla fraticida entre los viejos, los nuevos y los mediopensionistas; entre quienes quieren amistad con derecho a roce, matrimonio civil o cada uno en su casa con otros movimientos o, simplemente, entre quienes quieren mantener el puesto y quienes quieren quitárselo.

Y Podemos ni siquiera ha llegado a eso. Hasta dentro de unas semanas no sabrá cómo se organiza, cómo se integran los anárquicos Círculos en una estructura administrativa jerárquica, cómo se adoptan las decisiones, quiénes son los representantes en cada sitio y cómo se escogen y, en definitiva, cómo pierden la virginidad y ese inmaculado halo asambleario que siempre deriva en capítulo de Aquí no hay quien viva o en manotazo de politburó: imaginen a 5.000 circulianos debatiendo en la Gran Asamblea; pero sobre todo imagínenlos cuando se den cuenta, antes o después, de que son mero atrezzo de una función que ya tiene asignados los papeles protagonistas.

Es difícil analizar el juego cuando ni siquiera se conoce al equipo y sólo sabemos que ha prosperado por lo mal que juegan el resto y la promesa irrealizable de que en su deporte todos van a ser presidente, entrenador, capitán y ariete.

Pero lo poco que se sabe confirma la imposibilidad científica entre soplar y sorber: no se puede mejorar el Estado de Bienestar impagando una parte de la deuda a quien tiene que seguir prestándotelo; no se puede jubilar a los de 60 y dar trabajo de calidad a los de 20 garantizado además el actual sistema de pensiones; no se puede sostener la Administración Pública tal cual y abonar además una renta básica universal a 48 millones de personas y no se puede salvar a preferentistas y dejar caer a bancos repletos de ahorradores; no se puede convertir un país en una asamblea perenne y mejorar a la vez la democracia y no se puede equilibrar las cuentas mejorando los ingresos sin tocar los gastos por mucha lucha razonable que se haga contra el fraude. Aunque todo ello suene tan sugerente como prometer que una colonoscopia va a ser en adelante tan placentera como un coito tradicional.

En realidad, la política anunciada es profundamente conservadora, pues remite a la gente de bien a un mundo que ya no existe con el reaccionario mensaje de que se lo han quitado, invitándole con ello a renunciar a construir uno nuevo con herramientas activas, sin tanta nostalgia paralizante ni lamentos inanes de autoayuda.

Tal vez el origen universitario de todos ellos explique una actitud aparentemente progresista que, en realidad, es horrorosamente pasiva: allí, entre los muros de la facultad, florecen desde tiempos de Unamuno maestros sin lección convencidos de que conocen un mundo que apenas les roza.

Porque, y ésta es sólo una percepción personal, me da que la cándida e infantil percepción de la realidad que flota en sus mensajes es consecuencia de haber sido toda la vida, a partes iguales, unos niños bien con inquietudes que de repente se ven al frente de una sociedad que no conocen.

Cuando ellos disfrutaban de becas y probablemente podían estudiar en el extranjero antes de volver a su origen para dar clases a otros como ellos; la gente de su generación ponía copas los fines de semana o barría naves industriales para pagarse la matrícula.

Con todos mis respetos, a mí me parecen ante todo unos hijos de papá que, al calor de la razonable frustración popular y del galopante inmovilismo de la política convencional, han pasado de hacer el numerito en sus universitarios clubes de los poetas muertos -¿Acaso hay algo más contradictorio que invitar a romper ataduras y luego berrear ´Oh capitán, mi capitán´ al cursi que acepta los galones?- a representarlo bajo los focos de la opinión pública de masas.

Se sienten Cristo echando del templo a los fariseos, pero tal vez sean sin saberlo Pijus Magnificus y el Frente Popular de Judea en La Vida de Brian. Con cariño.

NOTA.- Este artículo fue publicado originalmente en ‘El Semanal Digital’

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