Sus compañeros de filas podemitas son hijos del odio, del pensamiento débil y el resentimiento
Un compungido Guillermo Zapata ha representado su papel a la perfección: dimisión como edil de Cultura a cambio de mantener su acta de concejal con el intolerable permiso de Manuela Carmena. Su rueda de prensa fue una impostura impecablemente actuada.
El último acto de esta farsa ha sido la cúpula de Podemos convirtiendo en un mártir al racista Zapata por inmolarse por la libertad de expresión y el humor en Twitter. (Tania Sánchez le ha defendido en Telecinco diciendo que su broma de los judíos «es porque es Zapata guionista»)
Costaba creer que ese sosegado y reflexivo concejal que se golpeaba el pecho por «haber producido dolor a muchas personas» haya sido el autor de tuits miserables como «¿Cómo meterías a cinco millones de judíos en un 600? En el cenicero» o «Han tenido que cerrar el cementerio de las niñas de Alcasser para que no vaya Irene Villa a por repuestos».
Hay muchos que opinan que Zapata es un torpe, un bocazas, un pánfilo que la ha cagado porque Twitter es un campo de minas para tipos con mucho tiempo libre.
Juan Soto Ivars lo resumía en un artículo miserable en El Confidencial: «Dimitirás, Zapata, no por malo, sino por torpe. Deberías saber que esta sociedad siempre está dispuesta a coger la parte por el todo» para rematarlo bromeando de forma ruin con Irene Villa y su silla. —Quien bromeó con Villa, perdió su silla—
No es verdad. Lo más grave del asunto es que Zapata estaba convencido de lo que decía y toda su rueda de prensa ha sido una impostura. Sus compañeros de filas podemitas son hijos del odio, del pensamiento débil y el resentimiento.
Cuando Pablo Soto pide «torturar y matar» a Gallardón no está bromeando. Cuando Ada Colau afirma que «quemar un banco es perfectamente razonable» no está jugando con las metáforas.
Cuando el concejal de ‘Ahora Madrid’ Jorge García Castaño propone «empalar a Toni Cantó» o la podemita Alba López Mendiola tuitea que «Botín no debería haber muerto en la cama sino en la calle o colgado» están hablando muy en serio.
Es un síntoma de las democracias decadentes ser compasivos con los violentos. Son los que se consuelan chapoteando en la imbecilidad como cuando Fernando Jáuregui le dice a Begoña Villacís que no exagere — «¡no hay que dramatizar!»– luego que unos enajenados le gritaran que «merecía la guillotina y la horca» al salir del ayuntamiento.
CARMENA EVITA DAR LA CARA
Si Zapata no ha entregado su acta de concejal es porque Carmena no controla el partido. La ‘one girl’ elegida por Podemos para hacer morder el polvo a Esperanza no manda. Se lo recordaron Pablo Iglesias y los suyos sonrientes desde el balcón del Ayuntamiento. —Así mintió Manuela Carmena en campaña: «No tengo vinculación con Podemos»—
Carmena ha quedado retratada con su comportamiento titubeante y vacilante tan asombroso como su doble rasero para dejar caer a Zapata y salvar al podemita ‘pata negra’ Pablo Soto.
Debería haber dado la cara, dar un puñetazo en la mesa y limpiar su partido de concejales que incitan al odio y a la violencia. Sacrificó a Zapata para proteger a los batasunos madrileños. Y perdóname por dramatizar, Fernando.