LA VERDADERA HISTORIA

Podemos se frota las manos ante la espiral autodestructiva del PSOE

El líder del PSOE está defendiendo su posición frente a una recua de conspiradores en las penumbras que le han tratado como al chico de los recados y ahora quieren debilitarlo y decapitarlo

Podemos se frota las manos ante la espiral autodestructiva del PSOE
Tomás Gómez y Pedro Sánchez.

Difícilmente el PSOE va a llegar mejor a las elecciones municipales y autonómicas en la Comunidad de Madrid ahora que de haber dejado estrellarse, por segunda y última vez, al depuesto Tomás Gómez: por mucha encuesta sonrojante que propague la hilarante idea de que un partido sin candidato y en guerra se ha puesto a la cabeza de las preferencias de los madrileños tras esta acción bélica de Pedro Sánchez, a nadie se le escapa que si Gómez era Málaga, lo que venga -el bueno de Gabilondo incluido- será Malagón: vender la especie de que un espectáculo de división fraticida, de enfrentamiento a machete y de desmovilización del militante va a ser recompensado por el votante con un resultado formidable es un trabajo más pesaroso que el de Sísifo, pero también más inútil que el de un vendedor de helados en el Ártico.

Aún más, al corto plazo esta decisión tan traumática incluso puede empeorar lo que, con Tomás Gómez al frente, ya tenía aspecto de debacle estrepitosa: el guerracivilismo desatado entre las distintas facciones y familias del PSOE puede pasar factura en grandes municipios de la región -básicamente del Valle del Henares y del Sur- donde reinaba hasta ahora una cierta calma y se creía, con alguna razón, que bastaba con ser la primera opción de la izquierda para recuperar ayuntamientos en los que el PP ya no lograría una mayoría absoluta. Esto se ha roto y en Alcalá, Getafe, Móstoles, Fuenlabrada y tantos otros va a haber más bofetadas que en una película de chinos de los años 80.

Y no hay que ser muy lince para concluir que Antonio Miguel Carmona está peor hoy que ayer y arrastrará durante toda la campaña electoral un estigma imposible de sortear por mucha gracia y cintura que se tenga: el de que era el colega de Gómez o, peor, el de que le abrazaba mientras le apuñalaba apoyándole a la vez que aceptaba el apoyo de quienes le han tratado como un presunto delincuente.

Si no es, pues, una decisión electoral -en ese sentido Gómez lleva dando razones desde al menos 2011-, ¿a qué obedece una medida tan contundente y despiadada como echarle de un sopapo, criminalizarle, destituir a toda la dirección, enfrentar a la militancia, fracturar las agrupaciones, desvencijar a su candidato en la capital y pasarse por el forro a los afiliados en un partido que a la vez presume de primarias y lleva meses emulando las «asambleas abiertas» de Podemos y derivados?

La respuesta tampoco está en el temor a que el ciertamente escandaloso asunto del tranvía en Parla mancille judicialmente a su candidato en plena pugna con el PP por la derecha y por la Eurovisión de siglas que sobreviene por la izquierda: con ser inquietante esa posibilidad, el PSOE ha demostrado una inmensa tolerancia ante hechos objetivamente más graves, simbolizados en la presencia de Griñán y Chaves en Senado y Congreso o en la exoneración de su apadrinada y sucesora Susana Díaz pese a que todos ellos estaban allí, en los despachos andaluces, cuando una banda organizada con su tutela por acción u omisión saqueaba los fondos destinados al desempleo: con más de 250 detenidos, dos ex presidentes en el Supremo y casi 5.000 millones de euros bajo sospecha; alegar que el bochorno parleño es la causa del ajusticiamiento es intragable.

Todos los argumentos políticos o judiciales que Pedro Sánchez pueda esgrimir ahora, en fin, ya los tenía cuando llegó a la Secretaría General, o cuando casi el 50% del PSM estaba a favor de que moviera la silla a Gómez, o cuando constató que no necesitaba su respaldo para llegar a Ferraz, o cuando se negó a celebrar el tipo de primarias abiertas a la ciudadanía que, con un cinismo notable, reclamaba cinco minutos antes a Rubalcaba. Hasta lo de Parla llevaba años dando excusas para un relevo, que ni siquiera se impulsó con la detención del sucesor en la Alcaldía a título de amigo del alma de Gómez.

Lo que ha cambiado, y lo que explica una decisión que nada tiene que ver ni con presagios electorales ni con anhelos de gobierno ni con intereses ciudadanos es que, el Sánchez que se tragó todo para ser elegido con apoyos prestados, ahora necesita hacerlos suyos para sobrevivir a quienes se los han retirado.

Es el adelanto electoral en Andalucía, en fin, lo que contextualiza la escabechina de Madrid y, aún más, la que dibuja el decrépito paisaje general de un PSOE que cada día se ufana por emular al Rey Pirro de Épiro, aquel que al ganar la batalla se percató de que le quedaban los mismos soldados que a su rival: ninguno.

Sánchez estaba dispuesto a repetir un ridículo electoral en Madrid con un Gómez que lo llevaba escrito en la frente porque, en el guión preestablecido que le colocó a él en la Secretaría General, no era conveniente agitar a nadie y no necesitaba hacerlo hasta 2016, fin de la legislatura andaluza acortada finalmente con excusas inverosímiles de la lideresa Díaz.

Y ahora asume el mismo desastre en las urnas también, pero con su control directo, porque sabe que en el pulso inminente con su mentora andaluza es fundamental, para tener siquiera una remota opción de salir indemne, controlar al máximo el aparato territorial: y Gómez, que apoyó a Sánchez por instrucción directa de Susana Díaz, haría justo lo contrario -en aquel caso con pesar, en éste con placer- en cuanto las trompetas de Jericó llamaran al choque desde el Palacio de San Telmo.

Lo que legitima a Sánchez, y llegamos al desenlace de esta historia de traiciones y cábalas, no es la decisión aislada en Madrid, infumable desde un punto de vista democrático por mucho que Gómez se antojara un mal dirigente y un peor candidato. Si se analiza sólo este hecho descontextualizado, defenestrar a la persona elegida por los militantes a cien días de las elecciones es más propio de un partido coreano -si lo hubiere- que de uno europeo.

Pero si se abre el angular, es más sencillo entenderlo: aunque a Sánchez le pusieron para comerse el marrón de una travesía del desierto mientras Díaz organizaba lo suyo, una vez alcanzado el poder tiene derecho a ejercerlo y a intentar conservarlo. Especialmente si lo usa para demostrar que su partido sigue teniendo visión de Estado con Cataluña o ante el terrorismo y que, al igual que el PP, es de fiar para el ciudadano en las cuestiones estructurales por mucho que el cántico contra la casta y el bipartidismo quiera convertir en una locura lo que un ejercicio de simple sentido común.

Sánchez, en fin, está defendiendo su posición frente a una recua de conspiradores en las penumbras que le han tratado como al chico de los recados y que, al constatar que rechaza ese papel, quieren ridiculizarlo, debilitarlo y, finalmente, decapitarlo. Si en el caso de Madrid la decisión de Ferraz es un mensaje directo de cuán poco le importan los madrileños al lado de esta guerra interna por el control del PSOE, en el caso de Susana Díaz -y añadan ahí a Carmen Chacón, su socia natural con un pacto ya probablemente rubricado que querrá hacer de una secretaria general y de otra candidata a La Moncloa- lo es de cuán poco le importan los españoles: lo mismo que los andaluces, moneda de cambio retórica para justificar el infame paso atrás que dio cuando su partido la necesitaba, a quienes dejará plantados si consigue ganar sus comicios.

La fotografía final del PSOE es dantesca, como la de un boxeador sonado que, para librarse de los golpes de sus rivales -aquí a derecha e izquierda, por arriba y por abajo, en Cataluña o en Euskadi-, se estampa a sí mismo contra la pared mientras presume de que el resto de púgiles ni le ha rozado.

Carente de discurso, acosado por la izquierda, irrelevante en las comunidades históricas; añade a las debilidades de la socialdemocracia europea los complejos caducos de la izquierda española más rancia y una pavorosa herencia de ese insigne presidente Zapatero que, de un modo u otro, está detrás de toda la resaca: si su infantilismo amable explica el nacimiento de Podemos como pocas cosas; su nefasta gestión del país en su segunda legislatura está detrás del cataclismo interno de su propio partido.

En este bodegón lunar, de naderías y puñaladas, lo menos indecente es Pedro Sánchez, aunque sólo sea porque ostenta un liderazgo que, despachos aparte, procede de la votación de los suyos. Y porque aunque nunca hubiera llegado sin los préstamos interesados de los usureros más reputados del PSOE -con sus pajes Page siempre dispuestos al peloteo y la traición-, una vez alcanzada la meta tiene derecho al premio de intentarlo: especialmente si quienes no le quieren dejar hacerlo son los mismos que no querían hacerlo ellos en persona, con cálculos indignos en momentos delicados para un país y una gran organización. Ésa que cada día se parece más al PASOK y a la UCD.

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