SUMA Y SIGUE

El increíble caso de la dirigente que ofendió a medio PP y salió ilesa

Populista, batalladora, intransigente... Así es la vicepresidenta primera del Congreso, Celia Villalobos. Sus rotos hacen difícil hallar voluntarios a partirse el pecho por ella

El increíble caso de la dirigente que ofendió a medio PP y salió ilesa
Celia Villalobos. PD

En Génova y alrededores ha habido en la última semana un nombre propio: Celia Villalobos. Horas y más horas han sido dedicadas a la vicepresidenta primera del Congreso en reuniones, comidas y cenas. A la doña le gusta irrumpir cual elefante en cacharrería, resolutiva y con cuajo, provocando toda suerte de estragos en el mobiliario popular. Pero, en vísperas electorales, ha evidenciado además su maña en crearse enemigos. Sus apoyos resultan ser escasos.

Más claro, agua. Con una mezcla de nervios contenidos y rabia se vivió en el seno del Partido Popular el hecho de que Villalobos tuviera una erupción de despotismo y enseñase en el plató de La Sexta Noche la puerta de salida a los defensores de la vida. «Lo que no cabe en el PP son las personas que dicen no al aborto». La malagueña mostró así su lado más agresivo contra correligionarios que no coincidan con la línea que ella se vanagloria de representar. ¿Dónde está exactamente política e ideológicamente Celia Villalobos? En realidad, sólo ella lo sabe.

Ese discurso tan agresivo en lo interno fue analizado, según ha sabido El Semanal Digital en fuentes solventes, al más alto nivel en el cuartel general de la Gaviota, tanto en el Comité de Dirección como en el Comité de Campaña. Ninguno de los asistentes a dichos órganos estuvo por dar besos de agradecimiento a Villalobos, todo lo contrario, pero se optó por evitar enseñarle públicamente los dientes. Más llamativo ha sido, no obstante, que el silencio sepulcral se extendiese del aparato al resto de estamentos del Partido Popular.

El mutismo puede revelar una exigencia de los populares de eludir distracciones ante la necesidad de mantener el norte fijado en las conquistas electorales. Pero la calle ha interpretado que el pánico a llevar la contraria a la esposa del poderoso Pedro Arriola, el gurú que susurra al oído de Mariano Rajoy, ha impedido que haya habido alguien que, al margen de las preferencias que sienta el líder, saliera a decir lo obvio: Que no es sacudiendo a los propios compañeros de siglas como se resuelven los debates en un partido democrático.

Por eso, lo que debió haber hecho ya Génova es obligar Celia Villalobos es retirar sus desafortunadas palabras pronunciadas en prime time en un plató de televisión. Alguna sugerencia pudo llegarle. Misión imposible. La diputada por Málaga siempre puede recordar haber sido uno de los más fieles apoyos de Rajoy, convirtiéndose en los momentos más difíciles de la oposición en su punta de lanza en el grupo parlamentario. Su cercanía a Soraya Sáenz de Santamaría le valió incluso entre algunos diputados populares el apelativo de «madrina de la novia».

Sea como fuere, la inaudita invitación ha puesto en solfa la tradicional estrategia, desde los ya lejanos tiempos de José María Aznar, de integrar el variopinto rebaño político, las distintas familias y corrientes, en un gran proyecto de centro-derecha. El mérito y por ende el éxito del PP ha venido de su capacidad de ampliar sus postulados político-ideológicos y de sintonizar con una base social mayoritaria siendo un «partido de la suma». Así es como en las filas populares uno puede encontrarse con gente de todo tipo y condición, reflejo de un conjunto plural y solidario.

Dormirse en los laureles sólo puede acarrear perjuicios. Celia Villalobos parece negarse a extraer lecciones de la experiencia, propia y ajena. Rocambolesco todo.

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