Nos hubiera gustado escuchar estas solemnes reflexiones en las tertulias políticas que crucificaron a Barberá
La muerte de Rita Barberá ha dejado al PP descolocado. Compungidos, atribulados e indignados, muchos dirigentes del PP han denunciado que la exalcaldesa de Valencia sufrió «una cacería», «un linchamiento» y la «pena del telediario» en vida por las sospechas de corrupción que se cernían y que la llevaron a ser investigada por el Tribunal Supremo.
Pero tuvo que venir Rafael Catalá para quejarse con torpeza de la presión mediática que tuvo que aguantar Barberá –«pesará sobre la conciencia de algunos haber dicho determinadas cosas»– y abrió la caja de Pandora. Ahora sí los periodistas, que hasta ese momento se estaban mordiendo la lengua, le iban a recordar al PP como excluyó a Barberá de sus filas con frialdad y sangre de horchata.
Porque para la prensa de papel el plantón miserable de Podemos es casi anecdótico, lo importante es recordarle al PP que la trató como una leprosa mientras la ensalzan como la mejor alcaldesa del PP de la historia.
«Rita era el canon, la cofundadora de AP. Le invocaban como a la gran diosa madre del PP y luego han tapado su espectro en el Senado. Se apartaban de ella en los pasillos, le negaban el saludo como a una leprosa; así tratan los políticos a sus contables y recaudadores», escribe Raúl del Pozo en una columna soberbia.
«Este país está enfermo de odio y esa patología se traslada al Congreso y al Senado. El parlamentarismo agresivo y fanático se ha extendido a las tertulias de radio y televisión; circula la demagogia a granel, las estampidas y estrépito de los jabalíes».
Ignacio Camacho también es de lo que creen que el plantón de Podemos no hace más que retratarlos, y que lo importante no eso, lo fundamental es la abolición de la presunción de inocencia, de la naturalización de los veredictos anticipados de culpabilidad.
«De un clima de opinión pública viciado por el relato de la corrupción como espectáculo, por la justicia populista, por los tribunales apócrifos de las sobremesas. Porque, recuérdalo, con todos sus errores y sombras, con su más que cuestionable enroque en el fuero senatorial, con la indiscutible responsabilidad política que le concernía como poco por haberse rodeado de un elenco de truhanes, Barberá ha muerto sin recibir siquiera un suplicatorio de procesamiento. Y por tanto condenada, como otros de todos los partidos, en un juicio paralelo sin apelaciones que tritura las bases del Estado de Derecho».
Nos hubiera gustado escuchar estas solemnes reflexiones en las tertulias políticas que crucificaron a Barberá, pero ahora que está muerta es muy fácil decir que hubo un juicio paralelo, pese a que muchos tertulianos un minuto antes ya la daban por muerta políticamente hablando. De la presunción de inocencia, ¿no deberían ocuparse los jueces y no los periodistas?
Y sobre todo cuando ni a sus propios compañeros de filas les importó un rábano la presunción de inocencia de Barberá.
El pasado mes de septiembre el propio Rafael Hernando presumía de que el PP actuaba contra la corrupción y ponía de ejemplo la salida de Barberá del PP y del grupo parlamentario en el Senado.
Casi todos los dirigentes marcaron distancias con Barberá: lo hizo la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Saénz de Santamaría, -«ya no es afiliada del PP», respondió cuando le preguntaron por ella-, y otros ministros. Nadie pidió entonces reflexionar sobre la presunción de inocencia.
Hace un mes el presidente Mariano Rajoy había dicho de ella, encogiéndose de hombros, en el mejor de sus estilos: «Ya no es del PP». Un día antes –como recuerda Arcadi Espada en El Mundo– el joven Javier Maroto le había preparado el terreno: «Rita Barberá no tiene dignidad».
«O sea que no nos engañemos. Los dirigentes del Pp no estaban ayer llorando por Rita Barberá, sino por ellos mismos. Lo que les dolía no era el muerto, sino que el muerto les echara inexorablemente a la cara su contrastada falta de dignidad. En sus pucheros, además, había una última requisitoria contra la finada. Joder, ya podría haber elegido otro momento de morirse»
Según cuenta Mayte Alcaraz para Barberá lo de menos era los de Maroto («que se vaya a Eurovisión», ironizaba sobre el vicesecretario del PP que acababa de asistir en Estocolmo al festival de la canción); «lo de más es que -está convencida- desde sus filas se ha filtrado su declaración ante la Comisión de Garantías y en las televisiones que la zurran «están dándolo a todo trapo»».
Ella identifica a una altísima responsable del Gobierno, próxima al grupo de comunicación de esa cadena, como responsable de la cacería mediática. Pero evita pronunciar su nombre; las paredes de Moncloa y del CNI escuchan, parece temer. ¿Tanto miedo le da a Alcaraz decir el nombre de Soraya?
Quizá como dice Isabel San Sebastián, sea porque «en esta España falsa, en esta España cobarde, en esta España esclava de lo políticamente correcto es infinitamente más grave la mera sospecha de haber robado de las arcas públicas que la certeza de haber colaborado con una banda armada. Ahí está Arnaldo Otegui, paseando por los platós sus manos ensangrentadas, sin que nadie se atreva a toserle».
A estas horas las radios ya no hablan de Podemos. «Rita fue víctima de ese mosntruo que ella misma creó en el Congreso de Bulgaria capital Valencia de 2008», dice Federico…