El ex presidente de la Comunidad de Madrid, Ángel Garrido, no ha formalizado aún la renuncia a su condición de diputado del PP, pese al anuncio de su fichaje por Ciudadanos (La increíble fuga de Angel Garrido a Ciudadanos y el bochorno del PP al que juró fidelidad).
Garrido concurrirá como número 13 en las listas de la formación de Albert Rivera para las autonómicas del 26 de mayo (El cínico e incoherente Ángel Garrido se pasa al club de Rivera al que tachaba de «tonto útil de la izquierda»).
La secuencia de los hechos es abracadabrante:
- 1.- Garrido no será el próximo candidato a la Comunidad de Madrid del Partido Popular. Lógico. Su perfil gris y funcionarial, de permanente segundo de una persona que políticamente ha terminado tan mal como Cristina Cifuentes, no le convertían en idóneo para revalidar la presidencia regional. No era tampoco del grupo afín a Pablo Casado, tal y como se vio en las primarias del partido.
- 2.- El PP le busca un honorable puesto de número cuatro en las listas europeas. Mientras tanto, Garrido en todo momento muestra fidelidad y agradecimiento al PP y jura lealtad para ejercer el nuevo puesto.
- 3.- A cinco días de celebrar la votación de unas elecciones generales, Garrido anuncia por sorpresa -quizás para que el golpe de efecto sea mayor- que entrega el carné del Partido Popular tras 30 años de militancia y que ficha por Ciudadanos, el principal competidor del PP dentro del centro-derecha. Podría realizar el anuncio después del 28-A, para aminorar los daños, pero opta por realizarlo antes.
El diccionario define la felonía como el acto de traición contra algo o contra alguien. Resulta evidente que Ángel Garrido ha cometido un acto de felonía contra el PP. No debía una lealtad metafísica a los populares, y un político, como cualquier ciudadano, tiene todo el derecho a cambiar de partido o de ideología.
Pero este derecho siempre se ejerce dentro del contexto de los tiempos, los modos y los deberes contraídos. Cuando llega el momento, hay formas limpias y honorables de terminar una cuestión, y también hay formas que denotan cálculo personal, disimulo, resentimiento y afán de venganza.
La anécdota de Garrido ofrece una reflexión en torno a la llamada ‘nueva política’, que para impulsar la regeneración y el cambio que quiere vender ficha a cuadros desgastados procedentes de la ‘vieja política’.
Un partido político es algo más que una plataforma de propaganda mediática, y la ciudadanía española debería guiarse por criterios más maduros que los puramente reactivos. No hacerlo implica caer en las trampas donde los pícaros siempre buscan acomodo.