Los columnistas son como buitres que afilan sus colmillos al oler un cadáver político. Y ese muerto viviente se llama Pablo Iglesias Turrión, conocido en el pasado como la esperanza blanca del 15-M. Tras su debacle en las elecciones del 26-M, de ese anhelo de cambio solo quedan las ruinas de Galapagar.
David Gistau en El Mundo compara a Podemos ese 28 de mayo de 2019 con la secta los davidianos:
De alguna protección mágica ha de disponer un hombre a quien nadie enfrenta con las responsabilidades ni con la posibilidad de asumirlas dimitiendo. Cuya presunción de infalibilidad permanece intacta entre sus davidianos incluso cuando su modo de gestionar las crisis internas y sus decisiones personales -sin apenas contrapesos en un entorno orgánico compuesto por su mujer- han arrastrado a Podemos prácticamente a la irrelevancia y a la paulatina desaparición.
Cosa que no puede decirse de un experimento político que en realidad no es sino un personalismo mesiánico que sólo tiene sentido en la sumisión al profeta. Todos los intentos de emancipación orgánica acabaron con un golpe de piolet sólo metafórico, sí, pero sólidamente unido a las fantasías históricas fundacionales. Podemos parece tener su destino colectivo unido al de un líder que actúa como un iluminado convencido de haber sido elegido por la historia.
Rafa Latorre en el mismo periódico le llama dinosaurio y paleocomunista:
Ahora el dinosaurio se llama Pablo Iglesias y es igual de correoso, absurdo y sentimental que aquellos paleocomunistas. Podemos tampoco tiene ya remedio y por eso hubo que irse. Ahora habrá que refundarlo desde fuera y para eso nació Más Madrid.
Hasta la prensa progre cree que Iglesias es un cadáver político. En una columna en El País titulada ‘El ocaso de Pablo Iglesias’, Juan Rodríguez Teruel le entierra como una figura fulgurante y efímera:
De la foto del primer Vistalegre, hoy solo queda Iglesias. Esto no solo dificulta su sustitución, sino que ha acabado hipotecando sus expectativas electorales.En último extremo, Iglesias ha acabado eclipsado por la réplica sistémica que él mismo provocó. Ha sido otro hiperlíder, Pedro Sánchez, con una organización con más experiencia, quien acabó protagonizando la expectativa de renovación que Iglesias sí supo encender. Tres variables para reflexionar a partir de mañana en la nueva izquierda.
Por el camino, Iglesias nos habrá dejado algunas lecciones sobre el alcance de la personalización en la nueva política. Carreras políticas fulgurantes que no están hechas para durar, liderazgos tribunicios poco aptos para subsistir en la oposición. Y que dejan pesadas herencias: a menudo, este partito personale, que tan bien definió Mauro Calise, solo consigue renacer tras su mutación en un objeto nuevo, donde otro líder pueda remodelar a su imagen y semejanza las cenizas heredadas. Pero eso solo será posible allá donde existan errejones dispuestos a rebelarse contra el creador para ejercer esa dirección emblemática. Ese será el último servicio de Iglesias a Podemos: encontrar a quien pueda hacerle desaparecer para que el proyecto permanezca.
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