Las guerras son duras cuando son de verdad. Y desde luego no es un momento para frivolizar con ellas cuando estamos en medio de una invasión deleznable de Putin a Ucrania que está costando muchas vidas y una notabilísima tensión geopolítica mundial. Pero.
Las guerras internas de los partidos políticos siempre son entrañables, divertidas, muy mediáticas y dejan grandes momentos, por pasionales, entre sus contendientes.
Saben bien de esto en el Partido Popular, donde acaban de sufrir una batalla terriblemente cruenta que ha terminado con el presidente caído y muchos daños colaterales, entre ellos, el de la credibilidad, o el de unos documentos en la Fiscalía Anticorrupción, o el de ciertas imágenes dañadas por las fricciones televisadas.
También saben de ello en el PSOE, que justo antes de la presidencia del Gobierno de Pedro Sánchez vivió una época terrible con el descabezamiento del secretario general (este mismo Sánchez) por parte de los barones y los históricos, para después terminar de masacrarse en unas nuevas elecciones primarias.
Guerra fratricida en Vistalegre 2 (2016)
La alegría de los pablistas y la decepción de los errejonistas.
Pero sobre todo también lo saben bien en Podemos, cómo no, donde la distinta forma de pensar de Pablo Iglesias e Íñigo Errejón desembocó finalmente en quizás la guerra interna más salvaje vista -y bien mediatizada-. Lo de 2016 fue un auténtico enfrentamiento cainita entre dos amigos de la infancia que terminaron a palos dialécticos por el poder. Ellos y cada uno con sus respectivos bulldogs. Todo pareció terminar en Vistalegre 2, un congreso que manifestó a unos ganadores y a unos perdedores, pero no fue sino el principio, hasta que llegó el desmembramiento final. Una guerra, la podemita, imposible de olvidar.
La brutal batalla que se viene en 2022
Se estaba gestando un enfrentamiento en Podemos, de eso no cabe duda.
La candidatura de Yolanda Díaz -señalada a dedo por el ‘retirado’ Iglesias- trataba de ir aglutinando poco a poco elementos amplios de la izquierda, pero con el resquemor de la chupipandi podemita. Irene Montero y Ione Belarra habían quedado, sin darse cuenta, vendidas en la dirección del partido morado, con dos carteras ministeriales ínfimas en comparación con el poder de Díaz, y la cosa no parecía quedarse así.
La final y deleznable invasión de Putin a Ucrania ha terminado por precipitar un enfrentamiento más que previsible. Yolanda Díaz ‘traicionó’ a sus camaradas aceptando finalmente la decisión del Ejecutivo de enviar armas a Ucrania, y una vez que Pablo Iglesias puso el grito en el cielo -literalmente a voces en una tele-, siguieron tras él las quejas de Belarra y Montero.
El problema, que deberían hacer caso a Antonio Maestre y largarse todos por patas del Gobierno porque «la lógica consecuencia de su declaración no puede ser otra que el abandono del gobierno si se es consecuente con sus valores e ideas».
Tremendo palo a Montero y Belarra
Contó en su día Ketty Garat al respecto del conflicto con las armas del Gobierno para Ucrania:
«El giro de 180 grados se gestó el martes por la tarde y se ejecutó por la noche. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, tomó la decisión después del Consejo de Ministros en el que el Ejecutivo se afanó en descartar el envío de armas de forma bilateral, al margen del fondo europeo. «Creemos en la fortaleza de la Unión. Nuestra posición es coherente»».
