Crimen y castigo

Los indicios eran escalofriantes y se podía y debía haber evitado la tragedia de los niños de Godella

Los niños asesinados vivían en una casa okupa en mitad del campo, sin techos, con las paredes derruidas y mezclándose con animales muertos

María Gombau, Gabriel Salvador Carvajal, sus hijos asesinados y la casa donde vivían, con la pintada.
María Gombau, Gabriel Salvador Carvajal, sus hijos asesinados y la casa donde vivían, con la pintada. EE

Dos expedientes de los servicios sociales de Godella (Valencia) abiertos esta misma semana no han llegado a tiempo para evitar la muerte de Amiel e Ichel, de tres años y medio y cinco meses a manos de sus padres.

La Guardia Civil acusa a María Gombau, de 27 años, y a su pareja Gabriel Salvador Carvajal, de 32, de un delito de homicidio hasta que se determine si fueron ambos o solo uno de ellos quien acabó con la vida de las criaturas en la madrugada del 13 de marzo de 2019 al jueves y los enterró en sendas tumbas improvisadas a 45 y 50 metros de la casa okupada en la que subsistía la familia. La Guardia Civil logra que la madre confiese y encuentran muertos a golpes a los dos niños desaparecidos en Valencia.

Los agentes hallaron a los pequeños bajo tierra tras horas de búsqueda en el lugar que les señaló la madre.

«Fueron horas muy angustiosas porque ninguno tenía un relato coherente. Cambiaban las versiones. No parecía que fingieran sino que estaban trastornados».

Gabriel Salvador, a menudo, cogía su bicicleta, enfilaba el camino que hay desde la casa okupa donde vivía junto a María Gombau y bajaba a su hijo mayor, de tres años y medio, al colegio.

Por el camino, a veces, se paraba. Se sentaba en un banco, con su guitarra en la mano, y cantaba.

Era su hobby, su principal dedicación, según reseña ABC.

Hace un mes, lo habían dejado sin trabajo. Lo despidieron del restaurante donde trabajaba por falta de puntualidad y por tomar estupefacientes.

Por tanto, no le quedaba otra: su dedicación era llevar a su niño y después volver a ese edificio derruido que no era otro que su vivienda, según recoge David Palomo en El Español.

Ese mismo camino que hacía Gabriel Salvador, el padre de los dos niños presuntamente asesinados en Godella (Valencia), lo hicieron los servicios sociales varios días antes de la tragedia. Concretamente, el día 11, después de una llamada de «la familia extensa» -es decir, de la madre de María, como confiesan los vecinos-.

La Policía Local se presentó en el domicilio y constató que tanto los padres como sus hijos se encontraban en perfectas condiciones.

«¿De verdad?«, se preguntan los vecinos, sin dar crédito. La casa donde vivían Gabriel Salvador y María Gombau carecía de cualquier tipo de salubridad.

Es, visto desde cerca, un lugar donde jamás podría vivir alguien con unas mínimas condiciones higiénicas. Con las paredes destrozadas, sin techos, pintadas por todos los lados -una de ellas, «vais a morir todos»-… Es villa miseria.

«Sabíamos que alguna vez tenía que pasar algo, es imposible pensar otra cosa».

¿Se podría haber evitado?

La respuesta, posiblemente, sea afirmativa. Los servicios sociales, el mismo día 11, vieron el lugar donde vivían los niños, tenían la información de la familia y los indicios de sus conocidos.

María Gombau y Gabriel Salvador no sólo estaban en tratamiento psiquiátrico, sino que además tomaban estupefacientes y drogas de todo tipo (incluidas setas alucinógenas).

Más aún, su comportamiento siempre había sido extraño.

«Estaban zumbados», cuenta un amigo de Gabriel.

«Créeme, no estaban bien de la cabeza».

Y todo el mundo lo sabía.

«¡Cómo es posible que no hicieran nada!», se sorprenden los vecinos. Mucho más en una zona como esta, donde todo es aparentemente normal.

La madre, María Gombau, decía según su marido, que «los niños estaban poseídos».

Los había tirado a una fosa séptica y había tratado de ahogarlos un día antes de la tragedia.

A su madre, incluso, le había dicho que se iba a reunir con «el creador».

Así lo reconoció Gabriel, que fue al primero que encontró la Policía después de que un vecino alertase al 112 después de ver a un hombre perseguir a una mujer semidesnuda y ensangrentada.

Los agentes lo encontraron primero a él, que dio a todos por «muertos» y después les indicó, de alguna manera, el camino: su madre, les explicó, se ha metido en una piscina para resucitarlos.

A María la encontraron metida en un bidón, juntando ideas inconexas y sin poder explicarse. Horas después, guió a los agentes al lugar donde se encontraban los críos. Este viernes, ha sido trasladada al hospital para que dictaminen si está en condiciones psicológicas para declarar.

Los actos de la madre llevan días siendo raros. O, mejor dicho, desde siempre. A pesar de proceder de una familia acomodada, María había decidido vivir a su «aire».

Había sido detenida en 2011 coincidiendo con las manifestaciones por el 15-M. Había sido condenada penalmente, pero finalmente la sentencia le dejó cumplir la pena haciendo trabajos sociales en la Casa de la Cultura de Rocafort.

Después, había vivido en la casa okupa por convicciones. Era de izquierdas, justificaba la dictadura de Maduro, se declaraba ecologista, animalista y antisistema. Y su marido le seguía el camino. Aunque era aún más raro.

Él decía ser de los illuminati, creía en los extraterrestres, buscaba animales muertos y tenía puesta una calavera en la puerta de la casa.

Todo esto, tan raro como sorprendente, pasó desapercibido para los servicios sociales. Los vecinos siguen sin explicárselo. Ellos sabían que algo iba a pasar. Y pasó. No podía ser de otra forma. Salvo que alguien le hubiera puesto remedio mucho antes.

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