Los valencianos son los más solidarios del mundo a la hora de donar los órganos de un familiar
El destino que la naturaleza reservó para los animales muertos es el de ser devorados por los carroñeros. Los humanos, que también somos animales, nos hemos sustraido a esa acción de la naturaleza al poner a nuestros muertos fuera del alcance de las especies animales encargadas de preservar el equilibrio medioambiental. Sin embargo, ello no evita que los cuerpos se corrompan y queden sólo los huesos. Es evidente que un cuerpo muerto ya no sirve. Es más, en el caso de que exista vida eterna y algún cuerpo permanezca incorrupto, quizá porque murió envenenado, habrá que tirarlo. Ha finalizado su misión. Pero si alguien desea que por lo menos parte de él perviva durante un poco más, no tiene más que dárselo a quien lo necesite. El hecho de haber salvado, o intentado salvar, una vida o contribuir a mejorar la condiciones de vida de alguien proporciona además la coartada de haber servido para algo.
Hace semanas, El Cabinista de Las Provincias publicó un mensaje en el que alguien afirmaba que había tomado la decisión de dar sangre, pero que al ver que los coches aparcan como quieren y no respetan los semáforos ni los pasos cebra, había cambiado de idea. Puesto que el mundo no es solidario, la persona comunicante tampoco lo iba a ser. Si todos pensáramos igual, el género humano se hubiera extinguido hace tiempo. Es cierto que hay gente muy diestra para pedir, pero que olvida que también existe la gratitud. Cada uno es responsable de sí mismo. Si sólo se hacen las cosas en función de la reacción ajena, la humanidad retrocedería en lugar de avanzar.
