Una de las cosas que distinguen a la actual política española es la absoluta sumisión de los políticos a los líderes de los que dependen. Por eso, el hecho de que uno de ellos se rebele viene a ser como un soplo de aire fresco que induce al optimismo. Esto ha ocurrido con el artículo del alcalde de Barcelona, Jordi Hereu, publicado hoy en El País.
Pero ese optimismo desaparece ya en el primer renglón. No voy a decir que el título es engañoso porque cada uno se rebela contra lo que quiere. Mientras unos se pueden rebelar contra cualquiera de las injusticias con las que hay que lidiar a diario o ser testigo de ellas, otros lo pueden hacer porque querían un helado más grande. Por si quedaban dudas, andando el artículo se llega al punto en el que para Hereu todos los anteriores alcaldes socialistas lo hicieron muy bien. Cabe recordar sus nombres, para que las cosas queden exactamente en el punto que corresponde: Narcís Serra, Pasqual Maragall y Joan Clos. Tres ases de la baraja, siendo Hereu el que falta.
Jordi Hereu se rebela pues, o eso parece, contra la posibilidad de perder las elecciones. Y en pie de guerra (democrática, dice, como si en España tuviéramos democracia), se propone luchar por la identidad y la proyección futura de Barcelona. Qué peligrosos que son los políticos españoles. Si de verdad hubiera democracia y las listas fueran abiertas, tendrían que preocuparse más por los ciudadanos. Quiere este alcalde convertir a Barcelona en una capital global. O sea, capital de un globo o lugar en el que hay muchos globos.
Si tenemos en cuenta que Hereu es nada menos que alcalde de Barcelona, y partiendo de este dato calculamos cómo serán los demás, las ganas de ir a votar se desvanecen. El esfuerzo de acercarse hasta el colegio electoral es demasiado grande para la oferta política que se nos ofrece.
Suelo leer los artículos de Pedro Aparicio, alcalde que fue de Málaga, por el mismo partido en el que milita Jordi Hereu. Y no hay ni punto de comparación. Pero los tiempos de Pedro Aparicio han pasado y en la actualidad las maquinarias de los partidos no dejan pasar a nadie de valía y en esas condiciones ya no merece la pena seguirles el juego.

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