Se escuda Sánchez en que la va a destituir para apaciguar a Podemos. Pero este partido ni va a dejar de hacer lo que está haciendo desde el primer día, ni va a soltar ninguno de los cinco ministerios. Esos saben que cuando se acabe este gobierno su partido ya nunca volverá a tener ninguna opción.
Tampoco van a dejar caer al gobierno ninguno de los restantes grupos que le prestan apoyo, entre otras cosas porque con otro gobierno los jueces pueden pensar que ya pueden hacer su trabajo con garantías y decidan mandar a la cárcel a quienes se lo han venido mereciendo durante el periodo Frankenstein.
Cualquiera pensaría, siendo así las cosas, que no la va a destituir, que va a hacer lo que debe, puesto que esta señora cumple con su obligación y merece respeto. Pues no, Sánchez nunca hace lo que debe, sino lo que le da la gana. Le gusta sentirse poderoso, tener todo en sus manos. Aparte de eso, al destituirla, causa un gran daño al Estado, un grave perjuicio a los españoles. Y esta es otra de las pulsiones que no puede controlar. Cuantas más cosas le consientan sus votantes, más gordas las hace, más poderoso se siente, más goza viendo los gestos alarmados de las personas razonables.
Si no fuera porque las encuestas empiezan a serle desfavorables, y no es probable que Tezanos o sus tropecientos mil asesores hayan conseguido ocultárselo, disfrutaría mucho con el espectáculo que ofrece su gobierno estos días. Unos socialistas peleando con otros, los podemitas con los socialistas, los nacionalistas disputando entre ellos, los del PNV, acostumbrados a tenerlo todo bajo control, se debaten entre el asombro por haber sido traicionados por este, el desconcierto al ver que les van a madrugar de forma irreversible lo que creían suyo -con Arzalluz al mando no les habría pasado- y el temor a un porvenir que se les antoja negro.
Sánchez estaría disfrutando mucho con todo eso si no fuera porque es posible que se haya dado cuenta de que al final de la legislatura no llega. Eso lo hace más peligroso.
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