Denuncian los abusos de autoridad y el racismo que sufren en Roraima

Los obispos brasileños piden a los poderes públicos una acogida digna para los inmigrantes venezolanos

Alertan de que los centros de acogida soportan un número muy por encima de su capacidad

Los obispos brasileños piden a los poderes públicos una acogida digna para los inmigrantes venezolanos
Inmigrantes venezolanos pidiendo trabajo en Brasil Agencias

Venimos de una presión de Venezuela, cuando Venezuela tiene una riqueza tan grande que el gobierno nos la ha puesto por el suelo, por el piso, y por eso estamos aquí sufriendo

(Luis Miguel Modino, corresponsal en Brasil).- La situación por la que pasan los inmigrantes venezolanos dispersados en el estado de Roraima es dramática, de auténtica calamidad. Esa es la conclusión a la que han llegado los miembros de la Comisión Episcopal Pastoral Especial para el Enfrentamiento a la Trata de Personas, CEPEETH, por sus siglas en portugués, después de una misión en la región de 28 de febrero a 4 de marzo, encabezados por su presidente, Monseñor Enemesio Lazzaris, y otro de los obispos que forman parte de la Comisión, Monseñor Adilson Busin, a los que se han unido el obispo local, Monseñor Mario Antonio da Silva y su homólogo del otro lado de la frontera, Monseñor Felipe González, obispo del Vicariato Apostólico de Caroní, que tiene su sede en Santa Elena de Uairén.

El objetivo de la visita ha sido encontrar propuestas sobre las contribuciones que la Iglesia brasileña puede llevar a cabo, buscando una mayor incidencia, asistencia y denuncia, después de conocer la situación por la que pasan los inmigrantes venezolanos, a partir del diálogo con diferentes organizaciones de la sociedad civil y de las Iglesias que les están atendiendo, así como desde una presencia solidaria junto a los propios inmigrantes.

Las ciudades de Pacaraima y Boa Vista concentran la mayor parte de los venezolanos, que en un número de unos 1.200, según datos de la Policía Federal brasileña, encargada del control de entradas y salidas del país, atraviesan cada día la frontera entre los dos países. La mayoría se hacinan en albergues improvisados, que en muchos casos poco se diferencian de los campos de refugiados presentes en tantos lugares del planeta. Otros muchos deambulan por las calles o son encontrados caminando, bajo un sol de 40 grados, a lo largo de los 200 kilómetros de la carretera que separa las dos ciudades, lo que les convierten en fáciles víctimas de todo tipo de explotación.

En Pacaraima la atención de los inmigrantes corre a cargo de una fraternidad ecuménica, junto con la parroquia local, donde es párroco el misionero español Jesús López Fernández de Bobadilla, y en cuya casa parroquial se sirven diariamente más de 800 desayunos, para muchos el único alimento que se llevan a la boca a lo largo del día. El centro de acogida de la ciudad reúne a los indígenas Warao, que actualmente son más de 500, en un local pensado inicialmente para 200.

El encuentro ha servido para constatar algunos desafíos que la situación está provocando. Desde la comisión se reconoce que es necesaria una mayor articulación entre las diferentes instancias para mejorar el atendimiento a los inmigrantes, llevado a cabo de forma muy precaria desde que llegan a la frontera, pagando precios muy elevados por los alimentos o por el transporte hasta la capital.

Junto con eso, los centros de acogida soportan un número muy por encima de su capacidad en condiciones de lo más precario, la policía y el ejército llevan a cabo abusos de autoridad, parte de la población local rechaza a los venezolanos, a los que se acusa de cualquier episodio de violencia, se constata la existencia de trata de personas, tráfico de drogas y armas y explotación sexual de niños y adolescentes.

Todo ello es comprobado en los testimonios de quien ha participado de la misión y de quien vive en los centros de acogida. Según Roselei Bertoldo, representante de la REPAM-Brasil en la Comisión, muchos son niños, que «en medio de la falta de atención de los gobiernos, resisten, encantan a quien llega hasta ellos, juegan, transformando la dura realidad en que viven en momentos lúdicos, sonrisas y bromas».

La religiosa, después de visitar los centros de acogida de la capital, señalaba que «nadie emigra porque quiere, la situación de su país les expulsa, salen en busca de una vida mejor, encuentran mucha solidaridad, mucha gente que desde el anonimato contribuye para aliviar su dolor. Pero también encontramos muchas situaciones de dolor, de falta de atención de las autoridades locales. Lo único que piden es un trabajo. En todas las calles encontramos gente con placas pidiendo trabajo, nadie quiere nada gratis. Quieren dignidad».

Ante esta situación, el obispo de Roraima, Monseñor Mario Antonio da Silva, reconoce que la visita de la comisión trae mucha esperanza para una Iglesia que está llevando a cabo numerosas acciones para atender a los inmigrantes, pero que padece ante la falta de recursos, lo que muchas veces impide llevar a cabo acciones emergenciales como la distribución de alimentos, una de las mayores demandas de los inmigrantes venezolanos.

Viorama Montero está en uno de los centros de inmigrantes de Boa Vista desde hace siete meses. Nacida en Maracay, llegó a Brasil junto con su compañero, tres hijas y un nieto. En su relato a los miembros de la Comisión sobre la situación por la que pasan, señalaba que «los brasileños nos dicen que nos vayamos», ante lo que, con lágrimas en los ojos, reconocía que «eso le duele a uno como ser humano».

Ante esa realidad en la que se encuentran, resaltaba que «esto aquí no es para siempre, tenemos que buscar la manera de salir», pidiendo un empleo, pues «la situación que estamos viviendo también busca y obliga o hace que la gente haga lo malo, porque venimos de una presión de Venezuela, cuando Venezuela tiene una riqueza tan grande que el gobierno nos la ha puesto por el suelo, por el piso, y por eso estamos aquí sufriendo».

Un sufrimiento que continúa, pues como ella misma afirmaba, «estamos pasando casi lo mismo que estabamos pasando en Venezuela», denunciando el maltrato que sufren y diciendo con resignación que «en realidad no podemos hacer nada», que «estamos pasando por algo crítico y bastante doloroso». La inmigrante venezolana, ante esta situación, agradecía la posible ayuda, sobre todo a las mujeres y a los niños, que ya no encuentran ni los alimentos básicos para continuar sobreviviendo, lo que está haciendo aumentar alarmantemente los casos de desnutrición.

En ese sentido, Iago Ervanovite, representante de la Comisión de la Juventud de la Conferencia Episcopal de los Obispos de Brasil en la Comisión contra la Trata, resalta que la misión de estos días es un momento para despertar la conciencia, de «ponerse cara a cara ante la realidad de estas personas, que viven una situación muy triste, por verse obligados a salir y por llegar a un país que tiene fama de acogedor y no las trata con la dignidad que merecen». Según él, por encima de cualquier circunstancia, «son personas reales, que están pasando hambre, necesidad, necesitando atención».

Como reconocía Monseñor Enemesio Lazzaris, «misiones como ésta no sólo fortalecen mi fe, mi amor al Pueblo de Dios, mi amor por la Iglesia, que mira preferentemente a los pobres, a los excluidos, a aquellos que son abandonados», haciendo realidad «la invitación del Papa Francisco de ser Iglesia en salida, y no una Iglesia que se queda dentro de las paredes, del templo, de la sacristía, una Iglesia que va al encuentro de las angustias y clamores del pueblo».

Más importante «que las tantas palabras que decimos, las tantas oraciones que hacemos, son los gestos concretos en favor de los menos favorecidos, de los marginados, que son los que nos colocan más próximos, más dentro del proyecto de Jesús». El obispo de Balsas insiste en la necesidad de divulgar lo que ha visto en estos días para «otras personas, otros obispos y otras instancias».

Francisco Alan Santos Lima, representante de la Comisión Pastoral de la Tierra, destaca que la misión ha servido para «visualizar y sobre todo escuchar la situación de los hermanos venezolanos». Según él, la Iglesia debe incidir en los diferentes espacios «para que se puedan resolver las situaciones más urgentes», pero sobre todo insiste en la necesidad de una acción, que considera de extrema importancia, del «poder público local del municipio, del estado y federal que pueden contribuir mucho para mejorar la situación de vida de esta población que está aquí».

Ante esta preocupante situación es urgente llevar a cabo acciones en diferentes ámbitos, comenzando por la propia Iglesia, como reconocen los miembros de la comisión. Buscar voluntarios para acompañar a los inmigrantes, promover campañas de solidaridad en todo Brasil, exigir a las autoridades locales, nacionales e internacionales que tomen cartas en el asunto, fomentar campañas educativas para reflexionar sobre el problema de la inmigración y de la trata, entre otras.

¿Cómo hacer posible que la Iglesia y la sociedad brasileña tomen conciencia de este drama humano? ¿Cómo mostrar al mundo la situación de abandono que están sufriendo aquellos que simplemente quieren sobrevivir? Nunca olvidemos las palabras del Papa Francisco, «los inmigrantes no son un peligro, están en peligro».

La situación de los venezolanos en Roraima, como sucede en tantos rincones del planeta, es una prueba más de que quien paga las consecuencia de las malas decisiones de los que mandan siempre son los mismos, los que menos culpa tienen. Ser cristiano debe llevarnos a estar al lado de las víctimas y denunciar proféticamente esas situaciones ante una sociedad acostumbrada a mirar para el otro lado, a no escuchar el grito de dolor de los más pobres.

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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