La hermana Casón recuerda cuando el día de la beatificación del mártir, el hijo del autor intelectual del asesinato de Romero, Roberto D'Abuisson, dijo que «gracias a su papá, El Salvador tiene un santo»
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La cara menos conocida de monseñor Óscar Arnulfo Romero era la de ese hombre ameno, con humor, al que en privado no le gustaba hablar de los problemas que arrastraba El Salvador, sumido en la violencia y enfrentado a una realidad con la pobreza como bandera, dijo a Efe la misionera carmelita Elvia Casón.
La religiosa que gestiona la librería ubicada en el Centro Histórico Monseñor Romero, dedicada exclusivamente al beato, entregó su vida a la Iglesia y a estudiar la figura del mártir salvadoreño para instruir a los visitantes que llegan a la casa donde vivió, actualmente convertida en museo romerista.
Pese a que Casón no alcanza ni siquiera los 40 años, conoce la vida de Romero como si hubiera estado a su lado cada minuto, puesto que la religiosa vivió con diez hermanas carmelitas que compartieron con el mártir casa y oración.
Las monjas más longevas, ya todas fallecidas, se encargaron de legar sus conocimientos a Casón, quien actualmente los transmite a cualquiera que se le acerque.
«Las hermanas mayores con las que compartí decían que Romero era una persona de humor, les pedía que a la hora de las comidas no hablaran de la situación del país, sino que tocaran temas amenos, que contaran chistes, que se olvidaran por un rato de la guerra y de violencia», narra Elvia.
Buena conocedora de la trayectoria de Romero, recuerda su «otra cara», y señala que «él tomó la postura de la denuncia cuando asesinan al padre Rutilio Grande, ya que él en verdad sintió mucho su muerte y tomó una decisión muy radical, implicándose y transmitiendo ese sentimiento».
El asesinato de Rutilio Grande en marzo de 1977 marcó un antes y un después en la prédica de Romero, en la que incluso pedía al Gobierno que investigara el hecho.
Pero el beato no solo vivió «muy de cerca y con mucho sentimiento» la muerte violenta de su amigo Grande, sino que «estaba apegado a todo lo que ocurría en el país, el sufrimiento, los secuestros, la guerra y como afectaba todo esto a los ciudadanos, las verdaderas víctimas».
Las críticas de Romero hacia las injusticias y su defensa a ultranza de los más desfavorecidos le valieron loas, elogios y cariño, pero también generaron odios y despecho entre determinados grupos.
La hermana Casón recuerda cuando el día de la beatificación del mártir, el hijo del autor intelectual del asesinato de Romero, Roberto D’Abuisson, dijo que «gracias a su papá, El Salvador tiene un santo».
«Eso no es un decir de seres humanos, ni de gente de bien, eso es ser mala persona», dijo la religiosa en referencia al hijo de D’Abuisson, «porque una persona que vela por la justicia, como era Romero, no puede ser asesinado».
El rostro de la carmelita se torna más serio aun cuando a su memoria llegan «los hechores de la muerte de Romero», con los que «no se ha hecho justicia todavía, porque algunos siguen viven y se pasean por ahí».
Por su lucha por los más desfavorecidos, por su muerte injusta, por su combate a la injusticia, «la canonización es la mayor alegría de las posibles para el pueblo salvadoreño».
A Casón le gustaría que Romero fuera canonizado en El Salvador, pero reconoce que si es en El Vaticano, «se le da el impacto internacional que realmente se merece, ya no es algo que se quede en el país, sino que llega a todo el mundo desde la voz de Roma», pero «sea como sea, el algo que decide el papa Francisco».
Este sábado está previsto que el papa Francisco presida el consistorio para aprobar el lugar y la fecha de algunas canonizaciones, entre ellas la de Pablo VI y la de Romero, asesinado el 24 de marzo de 1980 por un francotirador desconocido cuando oficiaba misa en la pequeña capilla del hospital oncológico, en San Salvador.
El arzobispo, beatificado el 23 de mayo de 2015 en una multitudinaria misa en San Salvador, denunciaba en sus homilías los ataques de los cuerpos de seguridad contra la población civil y otras violaciones a los derechos humanos.
RD/Agencias