La comunión fraterna de amor con Dios y con los otros nos trasciende al anuncio de la fe y la justicia, a la denuncia del mal e injusticias y a las luchas liberadoras con las causas de los pobres
(A. Ortega, Loyola&News).- Como es sabido, San Ignacio de Loyola es uno de los maestros y testimonios de la espiritualidad, con ese legado tan significativo que nos deja: sus Ejercicios Espirituales (EE).
En el que nos propone un profundo y verdadero método (camino) de discernimiento. Tal como nos enseñan los estudios e investigaciones actuales, la espiritualidad y cosmovisión ignaciana se adelanta a su tiempo. Siendo pionera de lo que, más tarde, desarrollarán las ciencias sociales o humanas con sus perspectivas críticas. Como, por ejemplo, la psicología y sus corrientes como el psicoanálisis.
Desde su propia experiencia como nos relata en su Autobiografía (A), que luego nos transmitirá en los EE con este método y discernimiento, San Ignacio es un profundo conocedor de la persona. Y nos muestra los deseos, afectos, pasiones y motivos o motivaciones que marcan a la persona, la búsqueda del sentido de la vida y trascendencia del ser humano.
San Ignacio afirma: «presupongo ser tres pensamientos en mí, es a saber, uno propio mío, el qual sale de mi mera libertad y querer; y otros dos, que vienen de fuera: el uno que viene del buen espíritu y el otro del malo» (EE 33). De esta forma, nos está manifestando que el ser humano está constituido y afectado por unas realidades o dinamismos. Como son la libertad y voluntad personal (cf. EE 2-3), que se realizan en el bien o en el mal, en la justicia o injusticia, en la gracia o el pecado, en la vida o la muerte. Y estas realidades y dinamismos que nos afectan o mueven, son las que debemos contemplar, discernir y examinar o valorar para un desarrollo humano, psico-social e integral.
Tal como se puede observar, San Ignacio nos comunica un camino pedagógico, humano y espiritual para adiestrar la libertad. Y que nos lleva a un discernimiento crítico para el bien, a una existencia de amor y liberadora del mal e injusticia. Así nos lo expone en el Principio y Fundamento (cf. EE 23).
San Ignacio y el don de la vida
El don de la vida, que para la fe es Dios mismo, mueve al ser humano a discernir y elegir todo aquello que lo libere de las idolatrías de las cosas, de la riqueza-ser rico y el poder. La persona realiza pues todo un discernimiento, para la promoción y liberación integral de estos ídolos que se ponen en lugar de la realización humana y espiritual; que impiden ser libres para servir, amar y estar en comunión fraterna con los otros, con la naturaleza-universo y con Dios mismo.
San Ignacio nos llama a toda esta contemplación y discernimiento para ir alcanzando el amor con su praxis (cf. EE 230-237). Dios es Amor y nos regala su Gracia para esta comunión de vida, bienes y de servicio al bien más universal. Como nos transmite San Ignacio en su experiencia vital en el Cardoner (A 31), es contemplar y discernir todo lo real con una mirada renovada, lúcida, razonable, crítica y trascedente.
Una realidad global, diversa, inter-relacionada, dinámica y abierta a la trascendencia. Es ser honrados con lo real que, como Dios mismo en Jesús, ejerce la mirada misericordiosa y compasiva que carga con la realidad. Asumiendo solidariamente el sufrimiento, mal, muerte e injusticia que padece la humanidad y el mundo. Desde esta espiritualidad de encarnación de la misericordia y solidaridad, como nos revela Dios, se va efectuando la liberación integral de todo este dolor, pecado, mal, muerte e injusticia.
Como nos mostraba T. Adorno, esta com-pasión con el dolor nos lleva a la verdad. El pensamiento que no se decapita desemboca en la trascendencia, y la luz del conocimiento es toda esta liberación integral (cf. Minima Moralia, 250). El ir desarrollando todo este discernimiento y conciencia crítica, moral y espiritual ante el mal e injusticia que nos afecta, nos trasciende ante Jesús Crucificado (EE 53) y, como nos enseña I. Ellacuría, a los crucificados de la tierra. Es el cargar con la realidad, en una inteligencia ética, para bajar de la cruz a los pueblos crucificados.
A la luz de la fe en el Crucificado y de la razón, con sus mediaciones como son las ciencias sociales, el signo permanente de los tiempos, que siempre hay que discernir e historizar, son los pueblos crucificados por el mal e injusticia. Lo cual supone encargarse de toda esta realidad, con una inteligencia social e histórica en la praxis liberadora por la justicia con los pobres de la tierra.
Esta contemplación en la acción del amor al servicio de la fe y la justicia con los pobres, en comunidades humanas y eclesiales de solidaridad, nos religa a la mística del encuentro y comunión con Jesús Pobre y Crucificado (EE 116). Tal como, decisivamente, la experimenta San Ignacio en la Storta (AA 96). Por tanto, el discernimiento verdadero del buen espíritu y del bien más universal, para una vida libre en la humildad y amor que nos libera del mal e injusticia, se realiza en la opción por esta cruz y por los pobres con una vida de pobreza solidaria (cf. Carta de San Ignacio a la Comunidad de Padua).
Humanismo y bien común
Como aparece en la meditación de dos banderas (EE 136-142) y en las maneras de humildad (EE 167-168), desde el seguimiento de Cristo Pobre y Crucificado, es una vida humilde y pobre que nos va liberando de los ídolos de la riqueza-ser, poder y privilegios. Lo que nos lleva a una existencia de realización, felicidad y desarrollo integral, de vida humanizadora, plena y eterna.
Desde su propio campo y especificidad, la misma psicología nos enseña este camino de madurez humana y espiritual. Mediante un vida de amor y de trabajo en libertad, al servicio del bien más universal, que transforma toda la existencia y el mundo. El desarrollo psico-social y maduración (humana y mística-cristiana) se va alcanzando en este amor y comunión con los otros, con el corazón de la materia-cosmos (T. de Chardin) y con Dios que nos llama a la existencia en solidaridad. Esto es, el compartir la vida, bienes y compromiso solidario por la justicia liberadora con los pobres de la tierra.
En contra de todos estos ídolos de la riqueza-ser rico, poder y violencia. El ser humano y espiritual equilibrado, adulto y maduro es el que une de forma fecunda e inseparable la mística y la profecía. La comunión fraterna de amor con Dios y con los otros nos trasciende al anuncio de la fe y la justicia, a la denuncia del mal e injusticias y a las luchas liberadoras con las causas de los pobres en oposición a toda dominación u opresión.
El buscar y hallar a Dios en todas las cosas que, como vive San Ignacio en su madurez (A 99-100), trasluce una mística de la vida cotidiana y de la alegría en el mundo (K. Rahner). Unida estrechamente a la caridad política transformadora, para el bien público más extenso e intenso, y a la esperanza.
Es un auténtico humanismo y espiritualidad que discierne el bien: promoviendo todo aquello que da vida, dignidad y justicia con los pobres; posibilitando que las personas, los pueblos y los pobres sean los sujetos protagonistas de su desarrollo, promoción y liberación integral. Se trata de buscar siempre el bien más universal y la mayor (magis) gloria de Dios en la civilización del amor, del trabajo y la pobreza.
El bien común mundial, un trabajo digno para toda persona con derechos como es un salario justo, una economía ética al servicio de las necesidades de la vida y los pueblos. En un desarrollo humano, ecológico, liberador e integral con una vida austera, sobria y sostenible. Frente a la civilización del capital y la riqueza con los falsos dioses del lucro, beneficio, poseer, dinero-riqueza (ser rico) y tener que alienan y esclavizan a todo este ser persona fraterna, solidaria, feliz y libre. Por todo ello se comprende que, en la actualidad, el Papa Francisco nos llame a todo este discernimiento humano, espiritual y liberador en sintonía cordial con la espiritualidad ignaciana.