"La cerrazón que está viviendo la Iglesia es fruto de la incapacidad de comprender que ya no domina el mundo"
(José Manuel Vidal)- Juan María Laboa es el mejor historiador de la Historia de la Iglesia en España, y uno de los más prestigiosos del mundo. Tiene infinidad de libros. Ha escrito sobre encíclicas, sobre papas, concilios…y acaba de presentar en Comillas un libro innovador, que se sale de los cauces establecidos: ‘Por sus frutos les conoceréis. Historia de la caridad en la Iglesia’ (San Pablo). En él, pasa revista a la cadena ininterrumpida de ‘samaritanos’ y pide a la Iglesia actual una vuelta a sus raíces de misericordia. «Hoy domina la Iglesia en España gente absolutamente radical y conservadora», asegura e invita a salir del «repliegue sectario», porque «no se puede defender a Dios con odio».
P- ¿Por qué una historia de la caridad en la Iglesia? ¿Por qué decide escribir ese libro en este momento?
R- Me parece que es más real decir que, a lo largo de 40 años de enseñanza de Historia de la Iglesia en la universidad, me he dado cuenta de que caíamos en lo típico de las historias, que es hablar de personajes y de instituciones. De hechos y batallas. Y que se nos escapaba lo que debe ser el alma de una comunidad de fe. Y tratándose del cristianismo, de una manera especial el amor y la fe de los creyentes. En el Evangelio hay una sola definición de Dios: Dios es amor. Durante mucho años he tenido dentro de mí la idea de que algo fallaba, que no dábamos esto. La vida de la caridad y de los creyentes es muy personal. El pecado también lo es, pero es más visible. Como la actuación de los obispos y las instituciones. Pero ese cariño que hay en el pueblo cristiano por los demás, esa ayuda oculta, no es difícil de historiar.
Después de tantos años, uno tiene ya una experiencia, ha reflexionado mucho. Ama la Iglesia y ve que algo nos está sucediendo que no se puede mantener indefinidamente: una Iglesia institución (que es necesaria, y Cristo la quiso), pero que a veces puede tapar más todavía la vida comunitaria de los creyentes. Por eso he querido hacer esta historia de la generosidad y la entrega.
-¿Es una historia de la Iglesia que nos sacude por dentro? ¿Intenta librarnos de la modorra en la que parece que está sumido el catolicismo?
-Sin duda. Hay una anécdota de Juan XXIII que contó un periodista tras hablar con él. Dijo: «Muchos papas han amado al pueblo cristiano, pero el pueblo cristiano nunca se ha sentido tan querido como con el Papa Juan XXIII». Porque a las autoridades se las respeta, pero no siempre se las ama. Y sentirse queridos por ellas es mucho menos común.
-¿Entonces los obispos tienen que demostrar cariño y cercanía?
-Claro, la Iglesia tiene que ser un espacio de comunión y caridad. «Mirad cómo se aman». Lo que llama la atención de los cristianos no es lo bien organizados que están o lo eficaces que son, sino lo que se quieren. Que se sienten hermanos.
-¿Se siente querido el pueblo católico?
-Podemos encontrarnos a un cura cercano, como máximo. A uno que trabaje bien. Pero sentir que un cura nos quiere, que ve nuestras debilidades, dificultades y desconciertos, es mucho más difícil.
-¿No los hay? ¿No ha habido en la Iglesia gente que quiere al pueblo?
-Sin duda sí. Pero el Espíritu va en ánforas de barro. Nosotros somos el barro, el Espíritu permanece. Yo creo, si el pecado está muy presente en la Iglesia, la gracia está todavía más presente.
Todos deberíamos tener en nuestra mesilla esta frase de Jesús: «Vosotros no así». Porque el mundo actúa de una manera, ama el poder, y el poder tiene unas fórmulas. Espontáneamente nos sale no ser generosos, dominar a los demás para salir adelante, etc. pero a todo esto Jesús dice no. «No así vosotros». En la Iglesia el pecado es muy fácil de historiar, pero la gracia también. Cualquier sacerdote o laico puede ver cuánta gente buena hay metida en la Iglesia. Gente que ama a los demás porque ama a Dios. Que trabaja y ayuda porque cree en Jesús. Sólo en España hay cientos de miles de personas que se dedican parte de su tiempo a Cáritas. Es decir, a los ancianos que están solos en sus casas, a la gente marginada, a todo el que necesita tranquilidad o ayuda. Yo conozco personas que cada domingo van a las barriadas de gitanos a visitarles.
-¿Gratis et amore?
-Claro. La estructura crea un campo de ayuda, es necesaria para que no se disperse el Espíritu. Y luego hay millones de creyentes que dedican su amor anónimamente.
-¿Presume la Iglesia de esos millones de creyentes?
-Por supuesto. La estructura eclesial es muy consciente de que la Iglesia samaritana no es sólo fundamental desde el punto de vista doctrinal, sino que, sin ella, habría desaparecido. En ese sentido, tenemos que ser muy conscientes de que hay actores que marcan los tiempos de la generosidad (algunos de los grandes santos canonizados); pero que la savia de la vida es de las sociedades. Ni de los genios ni de los grandes políticos: de la sociedad civil. Los santos marcan claves, pero quien realmente tiene la vida son los santos anónimos
-El pueblo fiel
-Mis padres, por ejemplo, no tuvieron formación doctrinal. Tuvieron 6 hijos y nos formaron desde pequeños en la ayuda a los demás. No nos hizo falta ir a la catequesis para saber lo importante que era Cristo. Nuestros padres lo hacían con toda naturalidad. En los años 40 a mi padre le nombraron juez de paz, en una época muy difícil en el País Vasco. Y no le eligieron por formación o por autoridad, sino por bondad. Hay millares de cristianos con esa transparencia y esa generosidad, y ellos son la auténtica alma de la Iglesia. Los que hace que, con todas las dificultades, con gente tan dispar, la Iglesia aguante. En el fondo es un hecho imposible, un milagro viviente. Tantas sensibilidades y maneras de ser diferentes… La Iglesia no está dividida porque unos sean heterodoxos y otros no, es que tenemos un ADN distinto. La Iglesia es una institución casi imposible, pero funciona porque hay mucha gente buena dentro.
-¿Hay referentes dentro de esa masa anónima y benéfica? ¿Podría decirme 3 faros, 3 personajes importantes de la caridad?
-Yo me quedaría con Francisco de Asís. Es el santo que, en toda la trayectoria de la Iglesia, es considerado más unánimemente una copia de Cristo. Un hombre que se negó a sí mismo en el sentido más literal, por darse a los demás.
También me quedaría con los trinitarios y con los mercedarios, que dan su vida físicamente porque se salve el otro. Ellos se ofrecen para quedarse en el lugar de los prisioneros en campos árabes, cuando ven que corren peligro de perder su fe. Y luego, son llamativos también los ejemplos de los camilos y de San Juan de Dios. Porque la enfermedad, desde tiempos de Jesús, es uno de los elementos que más degrada, que da más angustia y más dolor a los hombres. El enfermo es un marginado casi siempre, y si lo es de sífilis, por ejemplo, o de alguna enfermedad incurable, es un abandonado total. Estas órdenes nos son de enfermeros de calidad, pero tienen el planteamiento del amor al hermano. Por eso dan su vida, aun teniendo posibilidades graves de contagiarse y morir.
-¿Y en nuestros días?
-También señalaría la importancia de quienes dan su vida por la caridad y por la justicia en nuestros días. En América, en África y en Asia. El s. XX es el siglo de los mártires. Todos los dominicos, franciscanos, jesuitas que van a Brasil, a Colombia, a Perú, a las tierras del caucho, donde tantos genocidios y barbaridades se cometieron… han elegido la opción por lo demás. Por los indígenas que están perdiendo sus tierras por las multinacionales, por ejemplo. Y esto muchas veces conlleva la condena a muerte por parte de las instituciones que tienen el poder económico. Pero ellos viven allá con toda su generosidad, y mueren a menudo.
Es la superación de la muerte por la vida de los pobres. La aceptación de la propia muerte en función de tanta gente desvalida a quien nadie defiende.
Hace 15 años amenazaron de muerte al general de los dominicos, por defender una serie de poblados indígenas a quienes estaban arrebatando sus tierras. Él escribió una carta abierta, en la que decía que todos los dominicos se sienten amenazados, pero que no cambiarían su suerte. Esta grandeza es la que acompaña a tanta mediocridad que se vive en la Iglesia.
-Habla de la mediocridad como una de las «tentaciones» de la Iglesia. Otra es la intolerancia. ¿Es mayor la mediocridad en este momento?
-Dentro de unos años se celebrará el centenario del Decreto de Libertad Religiosa, que fue el inicio del Imperio Romano cristiano. Se podría decir que desde entonces, durante todos estos siglos, hemos vivido en una sociedad cristiana. Ha habido pecado, papas nefastos, hipocresía de la que Jesús les dijo a los judíos («haced lo que dicen, no lo que hacen»)… pero nada iba contra la fe. En cambio, ahora vamos a estar en minoría o, en cualquier caso, en paridad de condiciones con otras confesiones, con los ateos y con los agnósticos. No tenemos que funcionar por medio de la fuerza del Estado o de las leyes. Somos ciudadanos y tenemos nuestros derechos, pero hay que distinguir: la Iglesia como institución tiene que actuar de otra manera, explicando que Dios nos ama.
-¿Para llevar eso a la práctica hay que denunciar los acuerdos Iglesia-Estado? ¿Hay que acabar con los privilegios que tiene la Iglesia española en la escuela, en las fuerzas armadas…?
-El caso es que los ciudadanos pueden exigir sus derechos, y cuando son mayoría, puede que parezca que sus derechos son más que los de la minoría. Pero eso no significa que sean privilegios. Puede que tengan una fuerza y un influjo más fuerte, porque como ciudadanos españoles podemos exigir derechos en nuestra formación, o que nuestras creencias no sean, desde luego, dificultadas.
-¿Pero esos derechos deben garantizarse con un tratado de rango internacional entre dos Estados (en este caso, el español y el Vaticano?
-Bueno, el Concordato ya no existe, y los acuerdos pueden relativizarse, porque en nuestra civilización occidental existen este tipo de acuerdos en todos los ámbitos. Las relaciones Iglesia-poder siempre son difíciles.
-No renunciarían los obispos (como piden algunos partidos de izquierdas) a un acuerdo de rango internacional, y que, por tanto, está por encima de otras leyes.
-No, pero, ¿qué importancia tiene? Es verdad que los acuerdos parciales son utilizados por los obispos, como argumento, para exigir. Pero el prestigio de la Iglesia no viene de los acuerdos, ni del poder. Una institución cualquiera, con prestigio, no necesitaría acuerdos firmados.
-Pero las encuestas sitúan a la Iglesia, desde hace 15 o 20 años, como una de las instituciones menos valoradas.
-Ahí yo veo la enorme dificultad de que el pueblo está muy mediatizado. En España hay casi un millón de personas dedicadas a Cáritas. Aquí, sin los comedores de las religiosas, la situación de los pobres sería mucho más desesperante.
-¿Cree que eso la gente no lo reconoce?
-Creo que no. Al menos, la gente no distingue, porque, ¿cómo puede ser la institución menos valorada? Es porque se da más importancia a lo que dicen 7 obispos que a lo que hace un millón de personas.
-Pero la dinámica mediática es así. Lo que dicen Rouco y Camino es lo que la gente filtra como lo que dice la Iglesia. Pasa con cualquier institución, con el Partido Popular o el PSOE.
-Pero no se puede juzgar sólo por unas palabras, o por un documento, un discurso o una actitud altiva, al conjunto de la institución. Además porque el pueblo español ni siquiera lee esos documentos. Por eso debería ser más importante lo que se ve de los creyentes.
Esto tendría que hacer pensar mucho a la jerarquía, a los sacerdotes y a los creyentes comprometidos: hay una presencia muy valorada, que nos sale del alma, y a la vez hay un rechazo masivo y llamativo. Ya se sabe que los medios de comunicación quieren un titular fuerte, pero, si su deber es informar, ¿por qué en algunos medios jamás aparecen las obras de caridad de los cristianos en España? ¿Por qué critican una encíclica y no cuentan que el «Padre Patera» está recogiendo en Cádiz a tantos inmigrantes en peligro de morir?
-¿No sufren también las demás instituciones esa «dinámica perversa» de los medios de comunicación? ¿No puede intentar casarse esa dinámica mediática con la buena imagen y las buenas obras?
-La situación difícil que viven las religiones, en cuanto a recepción, trato de los medios, abandono de la gente, desconocimiento de la Iglesia por parte de la juventud (que a lo mejor no ha visto un cura en su vida y sin embargo tiene una mala idea de esto)…es un reto terrible pero apasionante, que ha provocado un repliegue sectario en la vida de la Iglesia.
-¿Ese gueto es fruto de la mediocridad?
-Claro. Ante algo de este calibre, hay que ser hábiles como serpientes, como dijo Jesús. Se necesita comprensión, amor, tolerancia y diálogo. Pero la Iglesia ha abandonado todas estas cosas.
-¿Y por qué la jerarquía no toma medidas? En una sociedad mediática como ésta, donde lo que funciona es el marketing, ¿por qué parece que a la Iglesia le da igual su propia imagen? ¿Qué pasa?
-Bueno, en la jerarquía hay obispos de todos los pelajes, aunque una sensibilidad predomine. Hay una incapacidad de hablar en los medios en esta sociedad tan plural, tan dispersa. La Iglesia no sabe tratar con lo diverso.
-¿Ni siquiera con el hermano diverso?
-No, porque hay miedo. Se piensa que estamos rodeados de gente que nos ataca. Y la consecuencia más grave de esto es la división interna de la Iglesia. Desde el s. XIX no fuimos capaz de salir de la fe del carbonero, de aceptar lo que decía la jerarquía y ya está, a una situación de argumentar fraternalmente. Se consideró que eso era obra del mal. Y en cambio, luego hubo una trasposición de valores, una minusvaloración de lo religioso, una desaparición de la antropología cristiana. Y en lugar de aceptar la pluralidad y ofrecer lo que se tiene, la Iglesia se encerró.
Todos podemos juzgar una situación moral de anomia, como por ejemplo la hay en España o en Occidente. Pero no se puede decir: «Aquí está Dios y nosotros con Él». Es un análisis falso, así no se puede evangelizar.
-¿Se percibe odio en el interior de la propia Iglesia? ¿Hay cristianos que descalifican airadamente a otros cristianos de distinta sensibilidad?
-Bueno, igual que hay medios que tienen una posición un poco radical, también hay personas que tienen una posición integrista. Lo que va contra la caridad, contra la razón de ser del cristianismo, es que no se puede defender a Dios con odio. Eso es contradictorio. Al hermano no se le condena, no se queman sus libros, no se le lleva a la hoguera.
El problema es que muchas de las actividades y mentalidades cristianas de hoy están en manos de gente absolutamente radical y conservadora, que utiliza un lenguaje propio del s. XIX.
-¿No debería actuar la jerarquía como puente entre las distintas sensibilidades del sano pluralismo en el que vivimos desde el Concilio?
-Por supuesto.
-¿Y no da la sensación de que se está alimentando justo lo contrario, como cuando algún obispo condena una conferencia de Pagola o Queiruga?
-Hay una contradicción que el día de mañana se juzgará con mayor claridad, entre el Papa que insiste una y otra vez en la racionalidad de la fe y en la necesidad de un diálogo serio con la cultura de hoy; y los que siguen con presupuestos tomistas. Hay muchos ateos que buscan a Dios y que pueden ser más coherentes que algunos cristianos que dicen que creen en Dios y en cambio han dejado toda búsqueda. Hay una contradicción muy clara entre esa defensa de la fe y la cultura, y la cerrazón fortísima que estamos viviendo en todo el mundo. Creo que es una reacción fruto de la incapacidad de comprender que ya no dominamos el mundo, que somos uno más que tenemos que nuestra fe, y que tenemos que presentarnos en el mercado de las ideas con nuestro maravilloso relato de amor.
-¿Proponer sin imponer, como dice el Papa?
-Claro. El integrismo va a condicionar a la Iglesia española, porque hoy muchas sedes episcopales, muchos centros importantes, muchos medios de comunicación (tantos los que son de la Iglesia como los contrarios) son de un radicalismo total. Rechazan al otro. Estamos en el reino de la sospecha.
-¿Y cómo es posible, en ese ambiente de miedo y de acusaciones, el trabajo de los teólogos?
-Justo por eso sale ahora este libro, porque así no vamos a ningún sitio. Una Iglesia dividida que cree que tiene la verdad, va contra la caridad y contra el sentido de la evangelización y del diálogo alegre. La Iglesia es muy plural y muy contradictoria. El integrismo se junta con una generosidad inmensa, con la capacidad de ser pobres con los pobres y cautivos con los cautivos. Hoy en día la ruptura de la unanimidad social y religiosa nos está llevando a esto.
-¿Qué se puede hacer para no seguir en esa dinámica antievangélica?
-Hay que empezar dentro de casa. Tenemos que ser más coherentes entre lo que decimos y cómo actuamos. No se puede celebrar la misa o comulgar y luego volver a tu sitio y no dar la mano a los que están a tu lado porque no los conoces o no te importan. No se puede hablar de amor permanentemente y tener desprecio por los que nos piensan como tú litúrgicamente.
-Eso por abajo, pero ¿y por arriba? ¿No puede venir impulsado el cambio como en época de Juan XXIII?
-Es que la conversión interna vale para todos. Desde el Papa hasta abajo. No se puede escribir la encíclica Caritas in Veritate y no actuar en consecuencia en el gobierno de la Iglesia y de la comunidad eclesial. En la eucaristía pedimos por la Iglesia, y hay que pedir de manera especial que sea un espacio de comunión. Una de las cosas que debería ser obligatoria para todos, empezando por nuestros obispos, es ser dialogante con todas las sensibilidades, aunque sean chirriantes. No hay que ser injusto en los juicios, como está pasando en España. El principio de relatividad consiste en que no puedes decir nunca «esto es lo más integrista que hay». Porque siempre habrá uno más integrista todavía. Esto es lo que está sucediendo ahora. Cada vez hay más grupos, minoritarios pero influyentes, que sólo aceptan con su estrecha mente lo que ellos creen. Y esto es un problema de demencia y de ignorancia. Ellos deciden quiénes constituyen la verdadera Iglesia, y marginan al resto. Es el miedo de los enanitos infiltrados: se cree que son un peligro o que no valen nada. No es una utopía esperar un armisticio. Que haya respeto y que se vea que el Reino de los Cielos, como anunció Jesús, ya está entre nosotros.
-¿No tendría eso que lanzarse desde la Conferencia Episcopal, o desde alguna otra instancia? ¿No podrían poner en marcha un congreso o un proyecto de nueva evangelización para llamar a ese armisticio?
-Por supuesto.
Algunos titulares
– En el Evangelio hay una sola definición de Dios: amor.
– El pueblo cristiano nunca se ha sentido tan querido como con el Papa Juan XXIII
-Lo que llama la atención de los cristianos no es lo bien organizados que están, sino que se aman
– Actualmente sentir que un cura nos quiere es muy difícil
– El pecado está muy presente en la Iglesia, pero la gracia todavía más
– Que la Iglesia perdure es un hecho imposible, un milagro viviente
– La Iglesia es una institución casi imposible
– Francisco de Asís es el santo que se considera más semejante a Cristo
– Los misioneros superan su propia muerte por la vida de los pobres
– En la Iglesia la grandeza acompaña a la mediocridad
– Se da más importancia a lo que dicen 7 obispos que a lo que hace un millón de personas
-¿Por qué en algunos medios jamás aparecen las obras de caridad de los cristianos en España?
– La Iglesia está viviendo un repliegue sectario
– En la jerarquía hay obispos de todos los pelajes
– La Iglesia no sabe tratar con lo diverso.
– No se puede defender a Dios con odio
– Hoy domina la Iglesia en España gente absolutamente radical y conservadora, que utiliza un lenguaje propio del s. XIX
– La cerrazón que está viviendo la Iglesia es fruto de la incapacidad de comprender que ya no domina el mundo
– Cada vez hay más grupos minoritarios e influyentes que sólo aceptan con su estrecha mente lo que ellos creen