Yo siempre le pido a Francisco Franco, en todas las misas. Siempre le pido a Juan Pablo II, siempre le pido lo de que nos ayude y nos proteja con lo que tenemos encima
(Cameron Doody).- «¿Por qué no celebrar una misa por un ser querido?». Eso es exactamente lo que la Fundación Nacional de Francisco Franco ha hecho este mediodía de sábado: ofrecer el sacrificio divino en la Iglesia de Santiago de Madrid para el que fuera dictador de España durante 39 años. Al rito acudieron más de 200 personas, entre ellas Blas Piñar Gutiérrez, hijo del fundador de Fuerza Nueva, o José Utrera Molina, importante cargo del Régimen.
Las lecturas del día fueron las usadas en la misa memorial. La primera, del Apocalipsis, fue especialmente elocuente. Hablaba de dos testigos de Dios que «tienen poder sobre las aguas para convertirlas en sangre y para herir la tierra con toda clase de plagas». Imposible, así pues, no pensar en Primo de Rivera y Franco. Más aún a la mención de que «los dos profetas fueron un tormento para los habitantes de la tierra».
¿Casualidad? El celebrante de la misa no abordó nada de una posible conexión. La última frase de la lectura –«Y subieron al cielo en una nube, y sus enemigos quedaron mirándolos»– sí encontró, no obstante, tajante respuesta en los comentarios del cura: «La Iglesia siempre habla del cielo, cuando la gente busca cosas de la tierra». A no preocuparse, entonces, por los cientos de miles de muertos, represaliados y desaparecidos en la Guerra Civil y posterior dictadura, si solo valen las almas, y no los cuerpos.
«Una misa no es otra cosa que hacer presente el cielo», prosiguió el sacerdote. Una misa memorial en concreto, explicó, no es otra cosa que presentar los méritos del sacrificio de Jesús para que un católico entre en el cielo y repose con Dios. Una obra de misericordia a la que estamos inclinados aún más si es para una persona amada. «¿Por qué no celebrar una misa por un ser querido?», preguntó, refiriéndose al hombre que impuso su visión de España mediante violencia y miedo, y ni siquiera con el aval de las urnas. «Participaba y creía en esta fe». Participaba y creía también en la opresión, la revancha y la crueldad, pero de eso nada se habló en la misa por su alma.
A la salida de la ceremonia se cantó el «Cara al Sol» y los gritos, y saludos, al «¡Arriba España!». Pero más que temor lo que provocaron los vítores al fascismo y ondear de banderas fue una pena que el falangismo haya ido a tan poco. Los más fuertes en gritar el «España: ¡Una, Grande y Libre!» se fueron rápidamente a tomar un café en un bar adyacente, mientras que unos jóvenes se quedaron como pasmarotes sosteniendo las enseñas. El corrillo de ancianos que deambulaba en la plaza provocó si acaso cierta perplejidad entre los viandantes, si bien es cierto que un ultra casi la lía a puñetazos con un vecino que salió para tomar fotos.
En la calle, antes de empezar la misa, ovacionaron a José Utrera Molina, ministro de Vivienda y secretario general del Movimiento bajo Franco y ahora imputado en Argentina por su papel en la ejecución del anarquista Puig Antich en 1974. Pero realmente lo que buscan los asistentes a la misa de hoy es que, a la España actual, «tenían que venir veinte Francos», como explicó a RD una señora mayor miembro de la Real Esclavitud de La Almudena.
«No nos defiende nadie», manifestó esta anciana. «Nadie, nada más que el de arriba. Yo siempre le pido a Francisco Franco, en todas las misas… Siempre le pido a Juan Pablo II… siempre le pido lo de que nos ayude y nos proteja con lo que tenemos encima, porque ¡esto es un desbarajuste que para qué!».
Diagnóstico del panorama político y social actual en el que coincidió el joven que portaba la bandera de los Reyes Católicos. «Ahora nos toca a nosotros. Lo que pasa es que todos estos ninis, que quieren todo gratis y todo tal… que se juntan a los hijos de puta de Podemos y a todos estos perroflautas de mierda… que quieren todo gratis…», dijo este muchacho. «Preocúpate de avanzar, no de lo anterior». El mensaje que él lanzó resulta difícil de entender viniendo de un joven que añoraba una «gloriosa época» que nunca más volverá, si es que una vez existiera.