"Las andanadas y campañas contra él solo han de merecernos el desprecio y la indignación"

Alfa y Omega y Ecclesia dejan en evidencia las «intoxicaciones e infidelidades» de los medios rigoristas anti-Francisco

"Una pequeña pero influyente minoría, ahora hipócritamente reagrupada bajo la bandera de los abusos"

Alfa y Omega y Ecclesia dejan en evidencia las "intoxicaciones e infidelidades" de los medios rigoristas anti-Francisco
Los ataques a Francisco

Con intoxicaciones e infidelidades como las aludidas, no se combaten los pecados de la Iglesia. Al contrario: se incrementan. Solo se combaten todos unidos junto al Papa

(J. Bastante).- Han tardado, pero al fin, los medios de la Iglesia católica española se han colocado en la proa de la defensa del Papa Francisco frente a los rigoristas. Un barco que Religión Digital pilota desde el comienzo.

Tanto Alfa y Omega (editado por el Arzobispado de madrid) como Ecclesia (órgano oficial de la Conferencia Episcopal), han lanzado sendos editoriales en los que dejan en evidencia las «intoxicaciones e infidelidades» de las acusaciones del ex nuncio Viganò, reproducidas con todo detalle por los medios más ultraconservadores.

Así, Alfa y Omega subraya, en un artículo titulado ‘Nuestras víctimas’, cómo «nadie podía imaginar la jugarreta que le tenían preparada sus críticos internos con la publicación orquestada en varios países de una carta acusatoria del exnuncio en Washington».

«La respuesta frente a esta pequeña pero influyente minoría, ahora hipócritamente reagrupada bajo la bandera de los abusos, no debe ser entrar en polémicas cainitas», afirma el texto, que aboga por «implantar una cultura de transparencia y rendición de cuentas» y, sobre todo, «no quedarnos indiferentes ante el grito de dolor de las víctimas» que «son nuestras víctimas».

 

 

Más incisivo es el texto de la revista Ecclesia, que, bajo el título ‘Los abusos y los pecados de la Iglesia solo se combaten todos unidos junto al Papa’, sostiene que Francisco «ha tomado sobre sus espaldas la inmensa y pesada cruz de guiar a la comunidad eclesial desde las tinieblas de este horrendo pecado y crimen a la necesaria reparación, sanación y extirpación».

Por ello, añade la publicación, «es necesario que todos los miembros de la Iglesia expresemos y reiteramos en este contexto concreto y en la ardua y dolorosa travesía descritas nuestro apoyo incondicional hacia el Papa», especialmente ante «las andanadas y campañas que contra él se han urdido en las últimas semanas» que «solo han de merecernos el desprecio y la indignación».

«Más aún si proceden de altos eclesiásticos, quienes precisamente en virtud de la ordenación recibida y del ministerio confiado, deberían ser todavía más fieles a quien en la Iglesia es el único garante y quicio de la unidad, la comunión y la misión: el Papa», añade Ecclesia, que culmina su editorial de forma fulminante: «Con intoxicaciones e infidelidades como las aludidas, no se combaten los pecados de la Iglesia. Al contrario: se incrementan. Solo se combaten todos unidos junto al Papa».

 

 

Editoral de Alfa y Omega

 

Nuestras víctimas

Ni las mejores prácticas impedirán algún caso de abusos. Lo inadmisible sería que se perpetuara el encubrimiento

Lo decisivo no es el daño a la reputación a la Iglesia ni que estos escándalos eclipsen la labor de multitud de cristianos comprometidos. «Si un miembro sufre, todos sufren con él». Con esta frase de san Pablo a los corintios explicaba el Papa en su Carta al Pueblo de Dios por qué no podemos no llorar con las víctimas del «abuso sexual, de poder y de conciencia» en ámbitos eclesiales. Si existía la tentación de responder que el informe del gran jurado de Pensilvania se refiere básicamente a hechos ya conocidos (la novedad es el relato de los sobrevivientes), Francisco ha respondido que hay heridas que «nunca desaparecen».

No pocas Iglesias locales han actuado con decisión y han logrado una disminución drástica en el número de casos. El jesuita Hans Zollner, puntal vaticano en la materia, ha dicho a Servimedia que España haría bien en tomar nota de esos ejemplos. Pero ni las mejores prácticas impedirán que siga produciéndose alguna agresión. Lo inadmisible sería que se perpetuara el encubrimiento. Por eso la carta del Papa apunta al clericalismo, que «genera una escisión en el cuerpo eclesial» y crea espacios de impunidad.

En plena tormenta, Francisco viajaba a Irlanda, el país hasta ahora más azotado por estos escándalos, dispuesto a coger el toro por los cuernos aunque ello le obligara a salirse de la agenda prevista para el Encuentro Mundial de las Familias. Lo que nadie podía imaginar es la jugarreta que le tenían preparada sus críticos internos con la publicación orquestada en varios países de una carta acusatoria del exnuncio en Washington. La respuesta frente a esta pequeña pero influyente minoría, ahora hipócritamente reagrupada bajo la bandera de los abusos, no debe ser entrar en polémicas cainitas. Más eficaz es continuar en la línea de las reformas para seguir mejorando la formación afectivo-sexual en los seminarios y fomentando una mayor presencia en los órganos de decisión de la Iglesia de los laicos (en particular, de mujeres). Implantar una cultura de transparencia y rendición de cuentas es por supuesto esencial. Pero lo más acuciante es poner en el centro de la vida de la Iglesia la ley suprema de la caridad. Una ley que no nos permite quedarnos indiferentes ante el grito de dolor de las víctimas, sobre todo cuando son nuestras víctimas.

 

 

Editorial Ecclesia

 

Los abusos y los pecados de la Iglesia solo se combaten todos unidos junto al Papa

Es una pesadilla. Es un horror. Cuando pensábamos que lo peor ya había pasado, que bastante teníamos con los escándalos de abusos en Australia, Irlanda, Boston o Chile, la magnitud y la gravedad horripilantes de lo acontecido en Pensilvania, en el reciente pasado, nos ha de estremecer, avergonzar y poner en situación de conversión individual y colectiva, más allá que de las responsabilidades sean siempre solo individuales.

Porque, como ha escrito el Papa Francisco en su dolorida, conmovedora e interpeladora carta al pueblo de Dios, del pasado 20 de agosto (ver páginas 40 y 41), conjuntamente con todo tipo de esfuerzos para sanar, reparar y prevenir estos tan abyectos crímenes, «es necesario que cada uno de los bautizados se sienta involucrado en la transformación eclesial y social que tanto necesitamos». Una transformación -añade- que reclama «la conversión personal y comunitaria».

Dicho con otras palabras, también de Francisco, y sin quitar un ápice de responsabilidad a los autores por acción u omisión de estos delitos de abusos varios bueno será que cada de uno de los miembros de la Iglesia nos formulemos, por pequeña que puede ser nuestra contribución, la pregunta «¿qué puedo hacer yo para descubrir los abusos ocultos y para ayudar a las víctimas para que sigan adelante?».

Es evidente que, sobre todo, tras los escándalos de los abusos en la Costa Este de Estados Unidos, conocidos en los primeros años de este siglo, la Iglesia ha reaccionado con decisión ante esta lacra. Ya Juan Pablo II endureció la legislación canónica al respecto y se redactaron los primeros protocolos de actuación y de prevención. Años después, ya con Benedicto XVI, se extremaron las medidas, que Francisco no solo está llevando a rajatabla, sino que incluso de endurecido, consciente, como escribió el 20 de agosto, de que «las heridas nunca desaparecen y nos obligan a condenar con fuerza estas atrocidades, así como a unir esfuerzos para erradicar esta cultura de muerte», que deja «heridas que nunca prescriben».

Pero es también evidente que todavía se ha de poder -se ha de deber- hacer más. Así, es imprescindible que se vaya a la raíz de esta carcoma y corrupción espiritual tan grave, tan dañina, tan devastadora. Y una de las raíces de esta inadmisible y pecaminosa lacra es, señala asimismo Francisco, «una manera anómala de entender la autoridad en la Iglesia -tan común en muchas comunidades en las que se han dado las conductas de abuso sexual, de poder y de conciencia- como es el clericalismo». Una manera de entender la autoridad que ha hecho del silencio y del encubrimiento la respuesta, tantas veces habitual, a estas atrocidades, que contradicen gravemente el Evangelio y lastran y pulverizan la misión evangelizadora de la Iglesia.

Así, pues, preciso será recordar y poner en la práctica que «todo lo que se realice para erradicar la cultura del abuso de nuestras comunidades, sin una participación activa de todos los miembros de la Iglesia, no logrará generar las dinámicas necesarias para una sana y realista transformación».

¿Y cómo llevarlo a cabo? Toda la Iglesia unida en torno a su pastor supremo, todos unidos junto al Papa. Unidos, pues, a Francisco que, de modo tan admirable, tan valiente y tan aleccionador, ha tomado sobre sus espaldas la inmensa y pesada cruz de guiar a la comunidad eclesial desde las tinieblas de este horrendo pecado y crimen a la necesaria reparación, sanación y extirpación.

Por todo ello y por tantos otros motivos, es necesario que todos los miembros de la Iglesia expresemos y reiteramos en este contexto concreto y en la ardua y dolorosa travesía descritas nuestro apoyo incondicional hacia el Papa, hacia el Vicario de Cristo en la tierra, hacia Pedro, hacia, ahora, Francisco. Y las andanadas y campañas que contra él se han urdido en las últimas semanas, solo han de merecernos el desprecio y la indignación. Más aún si proceden de altos eclesiásticos, quienes precisamente en virtud de la ordenación recibida y del ministerio confiado, deberían ser todavía más fieles a quien en la Iglesia es el único garante y quicio de la unidad, la comunión y la misión: el Papa.

Con intoxicaciones e infidelidades como las aludidas, no se combaten los pecados de la Iglesia. Al contrario: se incrementan. Solo se combaten todos unidos junto al Papa.

 

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Autor

Jesús Bastante

Escritor, periodista y maratoniano. Es subdirector de Religión Digital.

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