El obispo electo de Ávila tomará posesión de su diócesis el 15 de diciembre con un anillo regalo de su madre y un báculo regalo de monseñor Montero, arzobispo emérito de Mérida-Badajoz
(José Manuel Vidal).- José María Gil Tamayo, el todavía secretario general del episcopado, se va a Ávila y no quiere pronunciarse sobre su eventual sucesor. Ésa es una papeleta que a él ya no le corresponde. Como secretario en funciones, estará presente en el aula, pero no podrá votar en la elección. Aunque sabe perfectamente los rumores que corren al respecto, las quinielas que se manejan y los distintos grupos que forman los prelados.
El hecho es que los obispos españoles están divididos en tres grupos. Una minoría ultraconservadora, que sigue aglutinando el cardenal Rouco en la sombra y de la que forman parte, entre otros, Jesús Sanz, Fidel Herráez, Demetrio Fernández o José Ignacio Munilla. Otra minoría abiertamente francisquita, con los tres cardenales (Blázquez, Osoro y Omella) y una docena de obispos, entre ellos Luis Ángel de las Heras, Ángel Pérez Pueyo, Manuel Herrero, Joan Enric Vives, Ginés García Beltrán, asi como los auxiliares de Madrid o el auxiliar de Santiago de Compostela, Jesús Fernández.
Todos los demás obispos, es decir, la amplia mayoría moderada se sitúa en terreno de nadie y simplemente está a la expectativa, esperando a ver qué pasa tras la ‘tormenta’ de Francisco y su consiguiente ‘primavera’. Peor no se deciden a subirse con armas y bagajes al carro del Papa, aunque si se lo preguntan, evidentemente que lo negarán.
Con la agravante de que la minoría más conservadora está organizada como una cordada, responde a sus líderes y votan todos a una a sus candidatos. Doce o quince votos que caen, unidos, en un mismo candidato, pueden decantar la elección de secretario. Además, la minoría francisquita nunca ha tenido estrategia, presume de no hacer lobby y va a las elecciones sin un plan preconcebido.
Aunque, en esta ocasión, Blázquez, Osoro y Omella, pasaron un mes entero en Roma y tuvieron tiempo de hablar del futuro secretario. Y, al parecer, coincidieron en que debería ser un obispo (para darle más fuste hacia adentro y hacia afuera) auxiliar y bregado en el cargo. El auxiliar al que mejor le sienta ese traje es el de Santiago de Compostela, Jesús Fernández, que lleva cinco años en el cargo y, además, ha sido elegido recientemente como obispo responsable de una de las joyas eclesiales: Cáritas española.
Den el bando conservador, apuestan por Jorge Fernández Sangrador, el actual vicario general de Oviedo, amigo de Martínez Camino y de Jesús Sanz y que, de conseguir el puesto, estaría en condiciones óptimas para jugar todas las cartas y facilitar el acceso a la presidencia del episcopado, a su arzobispo, Jesús Sanz, que es el candidato reconocido de este grupo.
La ‘jugada’ para los conservadores es complicada, porque a su cordada le daría un enorme poder, pero, al mismo tiempo, retrataría descaradamente a todo el episcopado ante Roma, escenificando el regreso de la vieja guardia, que no traga a Francisco.
Si saliese elegido el auxiliar de Compostela podría optar por separar la secretaría general de la portavocía y, en ese caso, podría ofrecérsela al que fuera secretario general de Cáritas española, Sebastián Mora. Un laico curtido en mil batallas, que comunica a las mil maravillas, que tiene empaque teológico y experiencia más que sobrada en una institución a la que dejó en las mayores cotas de credibilidad social. ¡Harían un buen tándem!
Está feliz y se le nota. El todavía secretario general del episcopado, José María Gil Tamayo, deja una pesada carga y asume otra, la de obispo electo de Ávila, que puede depararle más miel que hiel. Atrás deja su paso de más de quince años por la ‘Casa de la Iglesia’, sede de la Conferencia episcopal, donde entró como director del secretariado de Medios y fue escalando posiciones hasta llegar a la cúspide: la secretaría general y la portavocía de la institución que representa ante la sociedad a la Iglesia española.
Antes de poner rumbo a la ciudad de la Santa, Gil Tamayo quiso despedirse del colectivo de periodistas que cubrimos habitualmente la información religiosa. El colectivo de sus penas y alegrías. El instrumento necesario para comunicar la agenda de la jerarquía española a la sociedad y, al mismo tiempo, el sistema de control del poder eclesiástico. Porque, para los medios, la Iglesia, como institución humano-divina, es un poder, al que hay que controlar, como se controla al ejecutivo, al legislativo o al bancario. Y de hecho, los obispos le temen más a los medios que al infierno.
La verdad es que en esta constante relación de amor-odio con una de nuestras principales fuentes de información, José María Gil, supo ganarse la confianza de muchos de nosotros. Y a la cita acudimos una treintena de profesionales. Y eso que el briefing con el secretario general coincidía con la clausura de la Asamblea de la Confer.
Han sido para él, cinco años de brega constante con la prensa. Lo acogimos como una primavera esperada tras el duro invierno de su predecesor, monseñor Martínez Camino, que jugaba a poner banderillas a los profesionales, cuando no a reírse abiertamente de ellos, mientras presumía de su capacidad para soltar titulares a manta. Se gustaba, pero disgustaba y cada vez que salía en los medios, bajaba el pan de la credibilidad de la Iglesia.
José María venía del cónclave que eligió a Bergoglio, donde, de la mano del gran Federico Lombardi, se consagró como una ‘estrella’ de la comunicación vaticana y, como consecuencia de ellos, a su vuelta recogió la cosecha: Los obispos españoles le eligieron su secretario general y su portavoz.
En una institución tan jerarquizada como la Iglesia, el hecho de que Gil Tamayo fuese sólo sacerdote jugó en su contra y le dejó con un menor margen de maniobra, que solventó como pudo. A pesar de todo, consiguió rejuvenecer los cuadros de ‘Añastro’ y mejorar la gestión de la ‘Casa de la Iglesia’. Hacia afuera, como él mismo reconoció en su despedida, optó por «un perfil bajo», porque cree que «la sobreexposición mediática no es buena para una institución como la Iglesia».
Cercano y afable en las distancias cortas, se prodigó poco en los medios (a RD no le concedió una sola entrevista en sus cinco años como secretario general) y, además, obligó a todos los directores de secretariados de la Casa de la Iglesia a pedir permiso para poder hablar con los medios.
En las ruedas de prensa, trataba de capear el temporal como mejor podía y sabía. Siempre preocupado por el equilibrio y la equidistancia, solía mantener una tesis y casi la contraria en cada una de sus respuestas, con lo que los profesionales, a veces, no sabíamos a qué atenernos a la hora de titular o informar.
Y, fiel a esa dinámica, se despidió con una entrevista a la agencia Efe, en la que, por un lado, reconoce el «silencio cómplice» de la Iglesia española ante los abusos del clero y, por el otro, intenta matar al mensajero y acusa a los medios de cebarse sólo con la Iglesia y a la sociedad civil de poner en marcha una «inquisición laica» contra la institución eclesiástica.
Se va, pues, en un momento muy delicado, en que los casos de pederastia del clero pueden explotar a lo grande y la presión de los medios se tornará creciente. Gil Tamayo ha cumplido su misión y ha recibido un premio extraordinario por ello: el obispado de Ávila. Y se va, dando las gracias a los medios y pidiendo disculpas por sus errores. Con naturalidad y sencillez.
Se va a un diócesis mediana, coqueta, con Universidad y buenos cristianos castellanos viejos, entre los que cuenta al teólogo Olegario González o al mismo cardenal Blázquez. Tomará posesión el 15 de diciembre, en una ceremonia presidida precisamente por el arzobispo de Valladolid. Apuró los plazos por una causa de fuerza mayor: su hermano, también sacerdote, sufre una grave enfermedad y, como es lógico, quiere acompañarlo en el acto, en el que también estará presente su madre, de 89 años y con total lucidez. Y el todo Extremadura, con su presidente, Fernández Vara, a la cabeza. Un presidente socialista, que no esconde ni se avergüenza de ser católico, en una época de catolicismo vergonzante para parte importante de nuestras élites.
Compró sus arreos episcopales en una tienda romana que estaba de rebajas. Eso sí, lucirá un anillo regalo de su madre, un báculo que le regaló monseñor Montero, el arzobispo emérito de Mérida-Badajoz, que fue el que lo mandó estudiar periodismo, se lo trajo a Madrid y lo promocionó y ayudó durante muchos años.
El pectoral que lucirá es el del Papa Francisco, de níquel, con la imagen del buen pastor. Según contó Gil Tamayo, la idea originaria del ya famoso pectoral, que identifica a los obispos francisquitas, se le ocurrió a su amigo, el actual obispo de Cúcuta (Colombia), monseñor Ochoa Cadavid, cuando era secretario de monseñor Cipriano Calderón. En alguna ocasión el entonces diplomático colombiano coincidió con el cardenal Bergoglio en Roma y le regaló uno de sus pectorales con la imagen del buen pastor. El cardenal de Buenos Aires lo adoptó y ya nunca lo dejó.