EL HOMBRE Y LA FE

¿Sigue siendo España un país católico, a pesar del iniquo Setién, los obispos independentistas, el Papa y las encuestas del CIS?

¿Sigue siendo España un país católico, a pesar del iniquo Setién, los obispos independentistas, el Papa y las encuestas del CIS?
España, la Iglesia y los católicos. EP

No los han puesto fácil miserables como el obispo Setién, que arde ya en el infierno, pero en vida apostó siempre por los verdugos etarras y despreció a los inocentes que eran asesinados en sus parroquias (El obispo emérito de San Sebastián se olvida del miserable Setién: «La condena de la Iglesia a ETA fue excesivamente escueta» ).

Tampoco los curas vascos que se negaban a oficiar funerales por las víctimas de los terroristas (‘El Cascabel’ de Trece omite las miserables opiniones de Setién sobre ETA).

O xenófobos como el Obispo de Solsona y sus compinches independentistas (Iglesia en Cataluña: la secta amarilla formada por curas, monjes, monjas y obispos separatistas).

Ni siquiera ese Papa argentino que ofende cada día a la democracia española (¡Manda huevos!: El Papa Francisco dice que viajará a España ‘cuando haya paz’).

Pero hay cosas que van metidas en el fondo del alma y perduran (Con la Iglesia hemos topado: Los monjes de Montserrat rezan por los golpistas que pasarán ‘su segunda Navidad en la cárcel’).

Aunque el CIS de Tezanos de un cifras que estremecen (La mitad de los jóvenes españoles confiesa no creer en Dios y en España ya sólo el 20% se casa por la Iglesia).

Es precisamente esta macroencuesta la que da pie a Laura Denise para hacer un largo y detallado reportaje en el que comienza admitiendo lo obvio: Los católicos españoles van menos a misa.

Mucho menos, porque el 62,1% casi nunca participa en los oficios religiosos, según dice el CIS.

Con estos datos, la encuesta más popular de la sociedad española se ha convertido en una suerte de sentencia a muerte del cristianismo en España.

Sin embargo, un fenómeno tan complejo como la religiosidad no puede medirse con un solo dato estadístico.

«En mi Universidad he impartido docencia a alumnos que se declaran a sí mismos ateos, pero intelectualmente católicos. Otros entienden que no pueden faltar como cofrades en las próximas procesiones de Semana Santa, pero el resto del año lo último que harían un domingo es ir a misa. Otros, en fin, encuentran en la Iglesia católica una enriquecedora experiencia de vida que les define en su código genético espiritual. Visto así, pertenecer o no pertenecer a la Iglesia a efectos de una encuesta es algo más complicado y menos unívoco de lo que parece»

Eso explica Rafael Palomino, catedrático de Derecho Eclesiástico del Estado en la Universidad Complutense.

Han pasado ya casi cien años de aquel famoso discurso del ministro de Guerra Manuel Azaña al comienzo de la República en la que sentenció:

«España ha dejado de ser católica».

Sin embargo, los ecos de la frase siguen retumbando en una parte de la población.

«De forma recurrente hay personas y sectores de la sociedad que insisten en la idea de que España ha dejado de ser católica. Forma parte de lo que podríamos llamar «nuestros espasmos repetitivos e involuntarios» o tics nerviosos como sociedad».

Para Antonio Martín Puerta, profesor de Filosofía Moral y Doctrina Social de la Iglesia en la Universidad CEU-San Pablo aquella sentencia «sigue siendo de plena actualidad en el sentido de que ahora las líneas directrices ya no las trazan los católicos».

Sin embargo, este académico subraya que a la par «sigue existiendo un sector incombustible del catolicismo que quizás sea menos visible y no salga tanto en la prensa pero que sigue estando al lado de las personas más vulnerables».

«Podríamos decir que el catolicismo en España tiene sus aspectos declinantes, pero también sus aspectos brillantes desde el punto de vista humano en un país con un trasfondo católico inevitable».

Labor básica y nuclear

La realidad habla por sí sola. Ninguna institución de la sociedad civil ha colaborado tanto con el sostenimiento del Estado del bienestar como lo hace la Iglesia.

«Toda esa labor social no aparece en las estadísticas y es tan básica y nuclear que a veces no somos conscientes, pero si no existiera sería una asfixia para la sociedad porque habría mucha más gente sola y abandonada», afirma Alejandro Navas, profesor de Sociología en la Universidad de Navarra.

La memoria de Actividades de la Conferencia Episcopal Española, que encargó por primera vez el Gobierno de Rodríguez Zapatero a la Iglesia para dar cuenta del destino de los fondos que recibe del IRPF, ha sido la brújula que ha permitido a la sociedad española tomar conciencia de la gran cantidad de ámbitos en los que la labor de la Iglesia se ha convertido en esencial.

«Su presencia real en medio de la sociedad es indiscutible. De todas las instituciones que trabajan por los demás, la Iglesia es la que más peso tiene. Sin esta labor social, que llega a millones de personas, la sociedad tal como hoy la conocemos sería insostenible», explica el director de la Comisión Episcopal de Pastoral Social, el padre Fernando Fuentes.

A pie de calle, la Iglesia consigue cubrir cada año las necesidades básicas de 4,8 millones de españoles, el 10% de la población.

Desde el año 2010, sus centros sociales y asistenciales han aumentado en un 71%. No hay barrio en España que no cuente con un despacho de Cáritas en una parroquia. Sus más de 80.000 voluntarios acompañan a diario a un millón y medio de ciudadanos vulnerables (y otros tantos fuera de nuestras fronteras).

Ninguna institución de la sociedad civil consigue tasas de inserción laboral tan buenas como las que tiene Cáritas Española. Prácticamente una de cada cinco personas que golpean a su puerta consiguen volver al mercado de trabajo, pese a tratarse de los perfiles más difíciles de colocar: mayores de 45 años y sin formación básica.

Además los fondos con los que esta institución consigue sacar de la exclusión a millones de personas no son públicos.

El 73% proceden de aportaciones privadas. Para el sociólogo Alejandro Navas «ese calor humano que ofrece la Iglesia a través de instituciones como Cáritas es una de sus funciones esenciales».
Una cifra récord

La educación católica también tiene una peso importante en la sociedad. Uno de cada cuatro alumnos en nuestro país va un colegio concertado católico y seis de cada diez asiste a la clase de Religión, la mitad en un centro público.

Cuando llega la campaña de la Renta, el respaldo de la sociedad española a la labor de la Iglesia es sustancial. Un tercio de los contribuyentes asigna parte de sus impuestos a esta institución. En la pasada campaña, la Iglesia recibió una cifra récord de 267,8 millones de euros. La suma no hace más que crecer desde 2007.

España sigue siendo además una potencia misionera. Ningún país del mundo cuenta con 12.000 sacerdotes, religiosas y laicos trabajando fuera de sus fronteras. Nuestro país es la segunda nación del mundo, después de EE.UU., que más ayuda económicamente a las misiones.

Pese a que no corren buenos tiempos para las vocaciones a la vida consagrada, España también es una potencia mundial en el número de religiosos contemplativos. De los 3.000 monasterios que hay en el mundo, un tercio están en nuestro país. La riqueza que genera su patrimonio cultural supone nada menos que un 3% del PIB.

Si bien es cierto que existe un alejamiento real de los sacramentos y el número de seminaristas decrece, a diario surgen nuevas propuestas que están dando un empuje renovado a la religiosidad.

Allí están fenómenos sin parangón, como los retiros de Emaús, grupos juveniles como el de Hakuna o las religiosas del hábito vaquero, Iesu Communio.

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Una publicación compartida de ¡A esta es! (@desevillalcielo_) el 21 Feb, 2019 a las 6:06 PST

En España cada año se triplican las solicitudes para participar del retiro espiritual de Emaús. Desde sus inicios en 2010, ya han asistido 17.000 personas. Para Navas «es muy humano e hispánico estar para lo extraordinario y descuidar un poco más el día a día».

Pese a toda la riqueza social, cultural y educativa que el cristianismo aporta a la sociedad, España podrá dejar de ser algún día un país de católicos.

Pero, según describe el catedrático Rafael Palomino:

«no será porque un político lo declare solemnemente desde la tribuna de oradores de un parlamento ni porque lo decida el CIS, sino cuando dejen de nacer hijos de católicos».

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