Sabía que, para que el poema le gustase al Papa, tendría que ser algo sencillo y nada laudatorio
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(José M. Vidal).- Era la presentación de un libro de poemas, pero la presencia virtual del Papa sobrevoló todo el acto. Y es que, en el poemario presentado, ‘La mirada impar’ (Prosa), hay un poema dedicado y regalado a Francisco. Además, el autor de libro, Alejandro Guillermo Roemmers, contó que no sólo le hizo ese regalo al ahora Papa de Roma, sino que, además, lo pudo leer en su presencia: «Francisco se emocionó y me dijo: ‘No parecen palabras, sino caricias de naturaleza y poesía».
La familia argentina Roemmers mantiene una vieja amistad con el Papa desde sus tiempos de arzobispo de Buenos Aires. Una relación que se ha desarrollado en el marco de compromiso y colaboración con diferentes instituciones de la Iglesia, lo que les ha llevado a ser distinguidos con la Orden de San Gregorio Magno.
Alejandro G. Roemmers entregó su poema al Papa el pasado 18 de septiembre en el Vaticano y, en la presentación de su libro, recordó aquel momento: «No era la primera vez que el Papa leía poemas míos, pero éste le emocionó mucho y me dijo que más que palabras le parecieron caricias«.
Y explicó el origen de un regalo tan especial: «Me dijeron que íbamos a ver al Papa y me preguntaron ‘¿qué le regalamos?’ No era nada fácil. Y pensé en un poema. Sabía que, para que le gustase, tendría que ser algo sencillo y nada laudatorio. Por ello, empecé a hacer una meditación y finalmente, el poema fue el resultado de la misma».
Sobre su compatriota Papa, el poeta aseguró es el mismo de siempre, «entre la gente» y empleando «el lenguaje común». Dice que vio al Pontífice «feliz, pleno, y en paz».
Por ello, cree que Francisco «podrá hacer todo» lo que se proponga en el sentido de «abrir la Iglesia» para que acompañe a todos los seres humanos, algo que, a su juicio, es «lo que corresponde al tiempo» actual.
Luis Alberto de Cuenca, en la mesa de presentación
El salón de actos de la Biblioteca nacional estaba casi lleno. En la mesa presidencial, el autor, acompañado de los poetas y literatos, Luis Alberto de Cuenca, Roberto Alifano y Antonio Requeni.
Alifano subrayó que, en el libro, Roemmers «nos muestra su madurez poética, con una belleza expresiva que conmueve y estremece». Y destaco alguno de sus poemas, como el dedicado al Papa, «que no me extraña que se emocionase con él hasta las lágrimas».
Antonio Requeni comentó que Roemmers «vive poéticamente, porque ve el lado poético de las cosas profundas, como el amor, la amistad o el sentimiento religioso. La suya es una mirada impar, con una concepción humanista y fe en lo más noble del hombre: la belleza, el amor y la esperanza». A su juicio, su poesía, como toda la poesía, «cumple una función social, la de hacer al hombre más espiritual y más humano».
Fue, entonces, cuando se levantó la madre de Alejandro Roemmers y, en una intervención corta pero muy aplaudida, recordó que su hijo «escribía poemas que nos emocionaban desde niño». Y explicó que, a su juicio, la función de la poesía es «llevar la belleza y el mensaje de Jesús al corazón de los hombres».
Por su parte, Luis Alberto de Cuenca, viejo amigo del autor, glosó también el poema dedicado por Roemmers al Papa, «porque está lleno de espíritu franciscano y no me extraña que le haya emocionado».
Según el literato español, «Alejandro es un trovador, porque va encontrando en el mundo motivos para explayarse líricamente y una de las personas más generosas que conozco; generosidad que le llevó a la depuración moral y ética». Y, por eso, es «capaz de hacer, en sus poemas, una especie de streptease y mostrarse al mundo con una visión profundamente luminosa».
Por último, el autor confesó, en su intervención, que una de las claves de su vida es pensar que «la belleza y la bondad no están muy lejos. Encontramos lo mejor de nosotros mismos, cuando buscamos lo mejor de los demás«.
Partidario de aprovechar los «pequeños momentos fugaces de la vida y vivirlos con intensidad», señaló que le gustaría dejar, cuando se vaya de este mundo, «un rastro de amor en el silencio». Y leyó unos cuantos poemas. Entre ellos, el dedicado a su hermano muerto en un accidente en la cordillera chilena o una oración leída a los empresarios antes de una reunión de negocios. Para terminar, con la lectura emocionante y emocionada, de su regalo al Papa.
Un regalo para Francisco
Quise encontrar un obsequio,
el más sencillo, el más humilde,
el que en su pequeñez
pudieras aceptar sin ofenderte.
Pensé que podría comprarlo y fui a la tienda
pero ningún objeto me conformaba.
Entonces escuché una voz santa que me dijo:
«… a quien tiene a Dios, nada le falta,
sólo Dios, basta.»
Creí ser poeta para ofrecerte palabras:
pero las hallé superfluas, pomposas, gastadas…
Hui de mí y perseverante
busqué en la tierra
pero hasta una semilla me pareció excesiva
pues podría albergar un árbol.
Cuando divisé la pradera
mi corazón vibró alegre,
pero intuí al momento que tú no aprobarías
que le restara una sola de sus flores silvestres.
Busqué entonces en el mar
y no hallé un confín
que tu nombre no hubiera alcanzado
y en toda su inmensidad
sólo tenías amigos.
Desafiante, me atreví hasta el abismo
y como un cielo vuelto al revés
lo encontré poblado de estrellas marinas.
Pero cuando tuve una en mis manos
creí que no podrías ser feliz
sabiendo que cada noche al cielo marino
le faltaría esa estrella…
Busqué entonces en el aire
respetando las abejas, luciérnagas, mariposas
y todas las criaturas vivientes,
pues tú no querrías detener sus alas
ni perturbar su vuelo.
Procuré traerte el aroma
sosegado y puro de las hierbas,
del hogar encendido y los jazmines…
pero no pude conservarlos.
Quise igualar el canto de la alondra,
el murmullo del río, el silbido del viento
cuando exhala en los campos profundos…
pero mi voz fue demasiado torpe.
Por un largo instante logré retener,
resbalando por mis dedos,
unas gotas del rocío temprano…
pero frescas y transparentes retornaron al aire.
Quedé entonces en silencio, desconsolado,
bajo el azul infinito
que mis ojos no podrían reflejar…
¿Francisco, pensé, en tu amorosa humildad,
es que no hallaría nada que pudiera agradarte…?
De pronto un árbol dejó caer una de sus hojas
que se depositó frente a mí en el suelo.
Luego otra, que llegó meciéndose en la brisa
hasta mis manos que la recibieron sin querer.
Luego otra, otra, y otra más,
hasta que sentí que el árbol, compasivo,
estaba dispuesto a entregarse por entero
y desnudar sus ramas
con tal de consolarme.
Tanto era su amor
que brotaron mis lágrimas
como un manantial redentor y agradecido.
Las hojas del árbol
continuaron descendiendo generosas
en una bendición inacabable…
Entonces pude comprender… y sonreí.
Y sonrieron conmigo los campos, las aves y los arroyos.
La brisa se detuvo
y ya no volvieron a caer más hojas…
El regalo que produjo la sensibilidad de aquél árbol
es el que ahora quiero ofrecerte:
el amor de una sonrisa.
Un obsequio humilde y efímero
que puedes multiplicar y compartir sin miedo
como los panes y los peces,
hasta que todos unidos a Jesús
habitemos finalmente el Reino de Dios.
Alejandro Guillermo Roemmers
Ciudad del Vaticano, 18/09/13