Una buena idea bibliográfica que abre y despeja caminos de esperanza a quienes estén ya a punto de convencerse de que irremediablemente el papel está ya a punto de convertirse sin remisión alguna, en reliquias paleográficas
(Antonio Aradillas).- Ni los perfiles, ni los gestos, ni el atuendo, ni la hora viajera del «Metro» contribuían a apostar a favor de la posibilidad de que fuera una monja-religiosa quien estuviera leyendo uno de los libros de la colección «Vivir con misericordia», de la editorial San Pablo, mientras que la mayoría -casi el noventa por ciento- de los viajeros/as acariciaban el teclado-, o la pantalla, de los artilugios tecnológicos en su útil, u ociosa, variedad de versiones. Era una chica cualquiera, que además, y por más señas, le prestaba al texto tanta o mayor atención que lo hacían el resto de los que efectuaban el mismo trayecto.
En los tiempos actuales, la comprobación de que unos libros-folletos cómodos y bien editados, asequibles y fáciles de leer, y ser entendidos, con unas 80 páginas por título, suscitan tanto interés, constituye un «milagro» y posiblemente una prueba atinada de su utilidad y provecho, sin necesidad de que las motivaciones publicitarias hubieran sido razones principales para su lectura.
La educación- reeducación en la fe precisamente sobre esquemas, vivencias e itinerarios de misericordia, es asignatura pendiente en la vida, y más en la Iglesia. Sin «aprobados», «notables» o «sobresalientes» en los catecismos, en la teología y en los comportamientos, ni la vida es vida y ni la religión, por católica, apostólica y romana que se intitule, y así se presente, tiene relación con la Iglesia de Cristo. La misericordia es su tarea y misión esenciales.
La colección «Vivir con misericordia», cuenta, entre otros, con títulos y subtítulos tan edificantes y evangelizadores como estos: «Dar de beber al sediento» (La vida como valor supremo); «Corregir al que yerra» (Una necesidad y una responsabilidad); «Vestir al desnudo» (¿Qué tiene que ver el vestido con la misericordia?); «Combatir las hambres de hoy» ( Hacerse y ser pan cotidiano); «Visitar a los enfermos» ( El milagro de la vida: acompañarnos unos a otros); «Consolar a los afligidos» ( La promesa de la felicidad); «Acoger a los extranjeros» (No somos extraños en nuestra casa); «Aconsejara a los que dudan» (Dejar espacio a la sorpresa de la verdad)….
Con estos títulos, y de cuyos autores se puede y se debe asegurar que son otras tantas autobiografías y testimonios de vida de lo que escriben, es fácil explicarse que el «Metro», el autobús, el avión, las salas de espera y tantos espacios «muertos» de los que disponemos en el organigrama de nuestra convivencia diaria, sean convertibles en aulas, academias o paraninfos para la educación -reeducación como ciudadanos y como cristianos.
Una buena idea bibliográfica que abre y despeja caminos de esperanza a quienes estén ya a punto de convencerse de que irremediablemente el papel -libros, folletos, periódicos, revistas…-, está ya a punto de convertirse sin remisión alguna, en reliquias paleográficas, reemplazadas por los más sofisticados medios modernos que proporciona la técnica.